¿Dónde estaba usted el 11 de marzo de 2014? La pregunta se repite en este 20 aniversario del atentado contra los trenes en las estaciones de Madrid. Hay que mirar atrás. Estábamos en Gijón. Al terror inicial, rabia, impotencia, condolencia y desorientación, siguieron momentos de un desafiante trabajo para contribuir desde un rincón del norte peninsular a aportar alguna luz al mayor atentado de la historia de Europa con 192 muertos y 2.000 heridos. Honrar a los muertos y el dolor de las víctimas de la violencia ciega y el odio inhumano es lo propio en este y en todo tiempo.
Lejos pero cerca
Quedaba lejos la tragedia, a más de 500 kilómetros. Con el correr de la investigación se supo que convivíamos con protagonistas de la trama asesina, con uno de los cerebros. Junto con el tunecino Serhane Ben Abdelmajid Fakhe, el más importante era nuestro vecino marroquí Jamal Ahmidan. Residía en Gijón en los días de la preparación del atentado. El joven nacido en Tetuán en 1970 y muerto en Madrid el 3 de abril de 2004, era apodado ‘el Chino’ o Mowly. Sobresalía por sus dientes prominentes. Un colega lo trataba en las noches del barrio viejo. Empezó con la venta de alfombras y otros productos, para pasar al hachís y el menudeo de drogas. No había manifestado en público su fervor religioso a la hora de tomarse una cerveza. Su islamismo radical estaba oculto. El Chino, como la mayoría de los marroquís que se inmolaron en el piso de Lavapiés, era conocido de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Según el fallo del juez Gómez Bermúdez, ‘Mowly’ fue la pieza clave para conectar a los terroristas que coloraron las mochilas en los trenes con el clan de Emilio Suárez Trashorras que sacaba los explosivos de Mina Conchita. Ahmidan pidió a una banda de drogatas conocidos de un barrio de Avilés que trasladasen los explosivos a Madrid. Aquel menudo y enjuto marroquí acabó siendo “el jefe operativo” del comando que atentó en Madrid, según la sentencia.
Un chivato
Otro protagonista cercano era Francisco Javier Lavandera Villazón. También confidente policial, “un chivato”, según los camareros del puticlub donde trabajaban con el espectáculo de las serpientes. ‘Lavandero’, que a la noche abrazaba cobras en el Club Horóscopo, había avisado a la Guardia Civil de que José Emilio Suárez Trashorras, que hoy pide la eutanasia desde la cárcel por su enfermedad mental, conducía un coche con el maletero cargado de explosivos.
Aún había más. Por un barrio cercano pasaba el yihadista Abdelkrim Benesmail, lugar teniente de Alekema Lamari, con un permiso para salir de la cárcel de Villabona y ser atendido por un dentista gijonés, gracias a la mediación de un veterano colaborador policial, tanto en este régimen como en el anterior.
CNI
En fin, en los primeros momentos del 11-M quedaba claro que José María Aznar y Ángel Acebes mentían con la atribución a ETA. No se aclaraban y trataban de salvar las elecciones del 14 de marzo. Félix Sanz Roldán, exjefe del CNI, lo sintetizaba el viernes en el Museo de León y Castillo de Telde al preguntarle sobre el 11-M: “Me remito a la sentencia de la Audiencia Nacional, que no digo que sea la verdad absoluta, pero es lo más próximo”. Palabra de autoridad en una España con una historia salpicada de magnicidios, alguno sin aclarar. Se desconoce todavía, por ejemplo, quien mató a tiros en Madrid al presidente Juan Prim. Y eso era en 1870.