Lo hemos visto numerosas veces en el cine: el actor o la actriz, finalizada su actuación, se refugia en el camerino y se quita el maquillaje frente a un espejo profusamente iluminado. Lo hace con un paño humedecido con algún producto detergente. Suele llevar a cabo este ejercicio sin prisas, como si se desprendiera de una identidad (la del personaje al que ha dado vida) para recuperar la anterior. En ocasiones, se nos muestran con media cara limpia, como si estuvieran con un pie allá y otro acá. Siempre turba ver el rostro de un intérprete en ese estado (no digamos el de un payaso). Lo cierto es que debajo de los afeites uno espera encontrar su verdadero yo. Por eso también, en la lentitud con la que se suele llevar a cabo la limpieza, se advierte una trama de misterio.