Que el Gobierno de Sánchez está acorralado por la corrupción es de una evidencia constatada cuando se contemplan sus reacciones ante las acusaciones de incurrir en ella. La ley de amnistía es sólo el primero de los escándalos. El que el Gobierno haya pasado en un solo día, el 23J, cuando se constató que eran imprescindibles los siete votos de Puigdemont para mantenerse en el poder, de considerar la amnistía como claramente anticonstitucional a proclamar a los cuatro vientos que era impecablemente constitucional, es por sí mismo escandaloso. Es la compra de siete votos a cambio de conceder la impunidad a los delincuentes. Por medio de una ley redactada por los delincuentes y pactada con el prófugo en el extranjero. Nunca se había visto una humillación así al Estado español. El paso no es ni atrevido ni audaz, es pura corrupción. El revestir de respetabilidad tal envilecimiento era el camino anunciado por Sánchez al proclamar que hacía de la necesidad virtud. Es decir, de la necesidad de seguir detentando el poder se convertía lo inconstitucional en constitucional. Y de predicar la buena nueva el autócrata encargó a su triministro Bolaños, que hizo una presentación espectacular de la nueva ley que vulneraba la Constitución: «Quiero dar las gracias a las personas que la han hecho posible. La gente quiere que apostemos por el diálogo, por tender puentes y no seguir anclados en el conflicto y en el enfrentamiento. Esta ley marca historia, la mejor historia de España, en la España de la reconciliación y la convivencia. En la historia de un Gobierno valiente, de un PSOE valiente que se mira a los ojos con gentes que piensan muy diferente. Quiero concluir felicitándome y dando las gracias a todos los que la han hecho posible. Esta ley será un referente mundial». No recuerdo intervención alguna que pueda igualar tanto cinismo. Que el Gobierno alardee de reconciliación y convivencia con los delincuentes golpistas que abominan de España mientras se ufana de la construcción de un muro contra la derecha constitucionalista es de imposible digestión democrática. El tono de los ditirambos a la ley, al Gobierno y a sí mismo felicitándose, sugiere un estado mental parecido al provocado por las anfetaminas, el que describía Goya, un ilustrado, cuando se prescinde de la razón: «El sueño de la razón produce monstruos».