Cédric Kahn pone en escena, con un estilo austero, el último de los juicios a Pierre Goldman, un delincuente de izquierdas que en 1970 fue acusado de varios atracos, uno de ellos con delito de sangre.
El actor que interpreta a uno de sus abogado es Arthur Harari, guionista a su vez de ‘Anatomía de un asesinato’ de Justine Triet: el cine procesal ha vuelto con fuerza a Francia (añadan ‘Saint Omer: el pueblo contra Laurence Coly’), pero distinto al efecto que tuvo en Hollywood.
Los juicios son mostrados ahora lejos de todo fasto espectacular ni suspense, sometidos a una disección casi quirúrgica por los respectivos cineastas.
Goldman se defiende mejor a sí mismo que a través de sus abogados. Es belicoso e hiriente en el estrado, y los representantes de la acusación hablan y actúan como no podrían hacerlo hoy. Todo resulta muy epidérmico, pero Kahn rebaja la tensión a través de una realización ecuánime.
Goldman siempre dijo que él no había matado a dos mujeres en el atraco a una farmacia. El juicio dejó en nada las manipulaciones de la fiscalía y la policía, pero el filme no se contenta con eso: es el retrato de una sociedad en crisis, de sus defectos y de su apología de una justicia y una libertad engañosas. No es Goldman el juzgado en la cinta, sino la sociedad en la que vivió.