El segundo día del debate anual que hurga piadosamente en las entrañas de Canarias o del Gobierno se reserva a los grupos parlamentarios que apoyan al Ejecutivo, así que suele ser más descansado para el presidente. La mayoría se festeja a sí misma y el amado líder es aclamado. La oposición guarda silencio más o menos crítico o depresivo y todo avanza, como en una gala de Operación Triunfo, hacia el aplauso final. Tampoco fue sustancialmente diferente en esta ocasión. Pero en el subtexto de los discursos – y a veces en los discursos mismos – se puede apreciar una nota común de preocupación.
También en la oposición, aunque el chanismo imperante lo impida. (El chanismo es un chamanismo: un ritual mágico para ganar las elecciones dentro de tres años y medio). Es la extendida percepción de que las dos grandes crisis socioeconómica que ha padecido este pequeño país atlántico en los últimos lustros –la crisis financiera de 2008 y la crisis pandémica de 2020– han dejado en evidencia las debilidades estructurales de un modelo político, administrativo y económico que empieza a mostrar señales de alerta ya indisimulables, y que si no se hace un esfuerzo nacional, regional o comunitario – táchese lo que no proceda – que sea lúcido, sistemático y mancomunado Canarias perderá la senda del crecimiento económico, la modernización y la cohesión social y territorial.
Las incertidumbres – si uno escucha y no solo oye a los portavoces ayer – empiezan a parecerse cada vez más a amenazas. Casimiro Curbelo afirmó este miércoles que en pocos años las administraciones públicas quedarán cortocircuitadas por el burocratismo feroz y enclaustrado, el reglamentismo cominero, la opacidad y la carencia de profesionalidad funcionarial. “Cada vez es más difícil, más arduo, sacar un expediente adelante de cualquier naturaleza, y lo que debería hacerse, porque responde a una demanda social o económica, en pocos meses, se prolonga durante años y años”. El líder de la ASG citó unidades administrativas “en las que están de baja entre un tercio y la mitad de empleados públicos durante la mayor parte del año”. “Eso es un escándalo”, clamó, “y se debe tratar el absentismo laboral como una plaga”. Curbelo parecía a ratos un airado profeta del Antiguo o Nuevo Testamento – él sale en los dos – pero su discurso era perfectamente coherente. También alertó sobre la turismofobia – “quienes gobiernan Canarias cometerían un error si no se dieran cuenta de que es un fenómeno que está creciendo” – e hizo una defensa cerrada “de la necesidad de aumentar la productividad para crecer más y mejor”. “La polarización no sirve para nada, el y tú más no sirve para nada, porque, entre otras cosas, necesitamos unidad”.
El discurso de Raúl Acosta, el diputado de la Agrupación Herreña Independiente, no fue sustancialmente diferente. Se mostró orgulloso del compromiso humanitario de los herreños “que llevan meses y meses acogiendo a los miles de personas que en busca de una vida mejor, huyendo del hambre, la guerra y la violencia política, se lanzan al mar y llegan a nuestras costas”. Fue todo lo duro que su cordialidad habitual le permitió al criticar “la falta de respuesta del Gobierno central a las demandas de este Parlamento y la propuesta del Gobierno de Canarias para que exista una solidaridad real con los menores migrantes no acompañados”. Aplaudió igualmente que Clavijo “no hunda el debate político en la crispación y la negación del adversario”.
Pactos y consensos
José Miguel Barragán, por supuesto, es ya un cruzado del espíritu clavijista de consensos y reformas, tal vez un adelantado, y propuso unificar en un solo pacto (uno y trino) las reformas la educación, el empleo y la productividad, tres pájaros en un tiro pactante. Tal vez sería conveniente moderar el furor pactista de los portavoces en esta tesitura. El cronista es incapaz de recordar todos los pintureros pactos que se firmaron en la legislatura pasada y todas las leyes – incluyendo excelsos truños como la ley del sector público de cultura– que se aprobaron por unanimidad. Ha terminado por ser imprescindible –también– una nueva metodología del pacto político. Los grupos parlamentarios no pueden ponerse a pactar sobre la productividad, la reforma educativa o las versiones más rumberas de Macarena hasta mediada la legislatura para luego diseñar instrumentos jurídicos o programáticos que no obtendrán ningún resultado antes de 2027. Los pactos rápidos, sintéticos, pragmáticos y que no pretendan llenar la realidad de puntos y comas. Pactos, no simposios ni convenciones de agentes de tupperware. No se puede pactar toda la acción fundamental del Gobierno. Incluso resulta de mal gusto democrático intentar hacerlo.
El presidente Clavijo cerró su primer debate sobre el estado de Canarias manteniendo la cohesión interna de su gabinete y mostrando el control de la iniciativa política frente a una oposición perpleja que aún no ha construido un relato verosímil sobre su derrota ni articulado un argumentario crítico sobre el Ejecutivo. Clavijo insistió en que el Parlamento tiene que jugar un papel clave en esta legislatura, esbozando una suerte de frente institucional para encararse con los múltiples problemas y dificultades que asoman por el horizonte: un lago de cisnes negros que pueden levantar vuelo súbitamente y dejarnos en la sombra. Un frente institucional para asumir un programa de reformas consensuadas que deben seducir –también –a la sociedad civil. “Cuanto tengamos que ir a negociar los presupuestos generales del Estado”, propuso Clavijo, “defendamos juntos, gobierno y parlamento, unas líneas básicas”. Pocas horas después el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, disolvía el Parlament de Cataluña. No habrá presupuestos generales del Estado para 2024: se siguen prorrogando los del año pasado. No habrá ni un céntimo para la agenda canaria que llevó a CC a investir a Pedro Sánchez. No es exactamente un cisne negro. Pero sí un pajarraco muy oscuro para Canarias.