En un estudio de 2019, los autores de esta investigación ya identificaron la primera proteína sensible al frío en ‘Caenorhabditis elegans’, una especie de gusano milimétrico usado como modelo en los laboratorios para comprender las respuestas sensoriales.
Este descubrimiento podría ayudar a explicar por qué algunas personas experimentan el frío de forma diferente cuando padecen determinadas enfermedades.
Para comprobarlo, los investigadores pusieron a prueba su hipótesis en ratones a los que les faltaba el gen necesario para producir la proteína GluK2.
Al hacerlo, observaron que los ratones actuaban con normalidad frente a las temperaturas cálidas, templadas y frías, pero no mostraban ninguna respuesta al frío nocivo, considerando como tales temperaturas por debajo de los -15 grados Celsius.
La GluK2 en las neuronas
La proteína GluK2 se encuentra principalmente en las neuronas del cerebro, donde recibe señales químicas para facilitar la comunicación neuronal, y también en las neuronas sensoriales del sistema nervioso periférico (fuera del cerebro y la médula espinal).
Y es precisamente en el sistema nervioso periférico donde procesa señales de temperatura para detectar el frío, según han visto los investigadores en experimentos con ratones.
«Este descubrimiento de la proteína GluK2 como sensor del frío en los mamíferos puede llegar a ofrecer una posible diana terapéutica para tratar ese dolor en pacientes cuya sensación de frío está sobreestimulada»
«Hace más de 20 años que se empezaron a descubrir estos sensores de temperatura, con el hallazgo de una proteína sensible al calor llamada TRPV1, pero hasta ahora no habíamos podido confirmar qué proteína era la que detecta temperaturas frías nocivas para la salud», explica el neurocientífico Shawn Xu, en un comunicado de la Universidad de Míchigan.
A partir de los -20 grados empiezan los problemas
Una exposición prolongada al frío si estamos mal aislados o poco abrigados puede provocar que perdamos la conciencia y fallezcamos en apenas media hora. Además, se genera la necrosis y la congelación de los tejidos.
Si se alcanzan los -36 grados bajo cero se produce la llamada ‘euforia del montañero’, un término que se refiere a un estado de ánimo eufórico y de excitación que a veces experimentan los alpinistas cuando se encuentran en altitudes extremas y condiciones climáticas adversas.
En esta etapa se deja de percibir el frío y la hipoxia (falta de oxígeno en el cerebro) provoca alucinaciones.
El peligro de muerte, por lo tanto, comienza alrededor de los -25 grados cuando el organismo ya no es capaz de generar el calor necesario.
Los síntomas de estar padeciendo congelación o hipotermia incluyen desorientación, balbuceos y dificultad para hablar, respiración lenta, somnolencia y torpeza.
Mayor riesgo para las personas mayores
La temperatura del cuerpo no cambia a causa del envejecimiento; lo que sí se detecta es un deterioro para regularla y también para adaptarnos a las diferentes temperaturas ambientales.
Cuando hace frío, nuestro organismo actúa perdiendo calor. De esta manera se contraen los vasos sanguíneos cutáneos con el fin de intentar conservar la temperatura corporal. En ciertas personas mayores, esto puede causar aumentos de tensión arterial.
En estas situaciones, hay que prestar especial atención a personas con párkinson, demencia, ictus u otras enfermedades que afectan a la movilidad, ya que pueden tener más dificultades para abrigarse adecuadamente y, si no lo hacen, podría suponer un mayor riesgo de hipotermia y perder el calor de forma más rápida.