El desastre de la central nuclear de Chernóbil transformó sus alrededores en el lugar más radiactivo del planeta. Cuesta enumerar las dimensiones de lo ocurrido. Las cifras bailan dependiendo de las fuentes que se consulten. La Agencia Internacional de Investigación del Cáncer calcula que el número de muertes ronda entre las 6.700 y las 38.000 personas. Greenpeace habla de hasta 200.000. Esto contando con que la mayoría pudieron ser evacuadas. Los animales y las plantas se quedaron allí. De ellos, se pueden aprender muchas cosas.
La última es que los gusanos de la zona parecen ser resistentes a los efectos de la radiación. Así lo ha descubierto un nuevo estudio desarrollado por investigadores de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos) y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, la revista oficial de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
«Chernóbil fue una tragedia a una escala incomprensible. A día de hoy, todavía no tenemos una idea clara de los efectos del desastre en las poblaciones locales», explica en un comunicado la primera autora del estudio, Sophia Tintori, del departamento de Biología de la Universidad.
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Existen diversas investigaciones al respecto. Cada una, con resultados de lo más variopinto. De momento, la suya ha constatado que la radiación crónica de Chernóbil no ha dañado el genoma de los gusanos que viven allí. «Son excepcionalmente resistentes«, reza el escrito.
La vida en la zona de exclusión
Para averiguarlo, en 2019 el equipo se desplazó al área más afectada por el desastre. La denominada Zona de Exclusión de Chernóbil (ZEC) cubre unos 2.600 km2 en Ucrania y 2.160 en Bielorrusia. También ha sido llamada «la zona muerta». «Me sorprendió lo exuberante que era. Nunca había pensado que estuviera llena de vida», contrasta en el comunicado Tintori. Las primeras predicciones indicaban que la zona sería inhabitable en 20.000 años.
El 26 de abril de 1986, el reactor número cuatro de la central Vladímir Ilich Lenin, situada a casi 20 kilómetros de la ciudad de Chernóbil, sufrió un accidente nuclear. Durante varios días, la instalación liberó hacia la atmósfera numerosas dosis de material radiactivo, como yodo-131. Fue el causante de que un gran número de la población desarrollara a posteriori cáncer de tiroides.
Los estudios han demostrado que la exposición a grandes dosis de radiación ionizante —o hacerlo de forma prolongada— provoca estrés oxidativo y daño celular en el ADN. Sin embargo, estos gusanos han puesto en jaque la premisa.
El equipo centró sus análisis en varios gusanos de una especie de nematodo llamada Oscheius tipulae, muy popular en estudios genéticos y evolutivos. Seleccionaron 15 para secuenciar su ADN y lo compararon con los genomas secuenciados de O. tipulae de otras partes del mundo. La sorpresa fue cuando no pudieron detectar ninguna señal de daño en los gusanos de Chernóbil.
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«Esto no significa que Chernóbil sea seguro», advierte la investigadora. Más de 30 años después, la radiación de la zona se ha ido mitigando, pero todavía sigue siendo peligrosa. Es más, según denunció Greenpeace, tras la ocupación rusa, la alteración de las capas del suelo por parte del ejército ruso ha podido hacer aflorar a la superficie suelos más contaminados de capas más profundas.
El misterio del O. tipulae
«Nuestros hallazgos más bien se traducen en que los nematodos son un ser vivo extremadamente resiste y que puede soportar condiciones extremas«, prosigue la experta. También descarta que se hayan hecho más resistentes a la radiación o que el paisaje radiactivo los haya obligado a evolucionar.
Esto es importante porque contrasta con dos de las investigaciones más recientes sobre el tema. De hecho, en este estudio ha participado Timothy Mousseau, biólogo de la Universidad de Carolina del Sur y uno de los autores de una famosa publicación de 2023 sobre perros de los alrededores de la central nuclear de Chernóbil. Editada en Science Advances, concluyó que eran genéticamente diferentes a los caninos que moraban otros lugares del mundo.
La otra, presentada en febrero de este año en la Reunión Anual de la Sociedad de Biología Integrativa y Comparativa, apuntaba algo similar con los lobos de la zona.
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De momento, este nuevo paper no parece querer seguir con el misterio de Chernóbil. Mousseau ya avisó en su momento que tenía preparado un segundo estudio sobre los perros y sus cambios en el ADN. Los interesados en materia deberán esperar.
Investigación contra el cáncer
Según avanza Tintori, sus resultados pueden ser ahora muy útiles en la investigación contra el cáncer, para averiguar por qué una persona puede reparar su ADN de una forma más eficaz que otra.
«Ahora que sabemos qué cepas de O. tipulae son más sensibles o más tolerantes al daño del ADN, podemos utilizarlas para estudiar por qué hay personas más propensas que otras a sufrir los efectos de los carcinógenos», afirma la profesora.
La manera en la que los distintos miembros de una especie responden a los daños del ADN es una cuestión primordial para comprender por qué algunos seres humanos con predisposición genética al cáncer desarrollan la enfermedad y otros no.
«Pensar en cómo los individuos responden de forma diferente a los agentes que dañan el ADN en el medioambiente es algo que nos ayudará a tener una visión clara de nuestros propios factores de riesgo», termina.