Al Levante, definitivamente, se le atragantan las segundas oportunidades, al igual que los momentos de dar un golpe encima de la mesa para lograr sus objetivos. La cantidad de veces que los granotas han tenido la posibilidad de asomarse al balcón del ascenso, o en este caso, de reengancharse a la promoción es tan innumerable como desquiciante. El bucle, desde su último descenso a la categoría de plata, es constante e interminable. Por ello, es inevitable desestabilizar una ilusión que no deja de tambalearse conforme pasan las oportunidades. El combinado de Felipe Miñambres, por mucho que contase con el beneplácito de tener un partido menos que sus adversarios, y saber hacia dónde podía enfocar su destino, tropezó, nuevamente, en el instante más inoportuno. Cuando todo se puso de cara para regresar a la pelea. El empate frente al Andorra (0-0) deja frío a un levantinismo cansado de desilusionarse. De tener amagos que no influyen ni en el resultado ni en la actitud. El mínimo al que tanto hizo referencia Felipe antes del choque quedó muy por debajo de las expectativas. Y, lo peor de todo, es que la promoción de ascenso sigue a una distancia peligrosa.