Permita el desocupado lector que comience las consideraciones sobre este 20 aniversario del 14-M con un recuerdo personal, no muy distinto de los que encuentra cualquiera de ustedes cuando echa la vista atrás para rememorar dónde estaba y qué hacía aquella lúgubre mañana del 11 de marzo de 2004. Poco después de las diez de la mañana recibí una llamada de mi madre: “Lo de los trenes de Madrid lo ha hecho la gentualla esa tan mala. Eso han sido los moros”. 

Lo que era obvio para una mujer semianalfabeta de casi 80 años que apenas entendía una palabra de política, resultaba sin embargo inconcebible para personas tan versadas en política y en terrorismo como el presidente del Gobierno de España y su ministro del Interior. Por decirlo con la terminología del –algo sobrevalorado– investigador de lingüística cognitiva George Lakoff, ambos habrían logrado la increíble proeza mental de no pensar en un elefante, concretamente en el elefante yihadista que no podían quitarse de la cabeza jueces, fiscales, policías, periodistas, investigadores, espías y…abuelas. 

“En estos momentos, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el Ministerio de Interior no tienen ninguna duda de que el responsable de este atentado es la banda terrorista ETA”, dijo Ángel Acebes en su primera comparecencia tras el atentado. “Todo apunta a ETA: es lógico”, escribió aquel mismo día José María Aznar en su diario, según lo rememora en su segundo volumen de memorias, ‘El compromiso del poder’, publicado casi diez años después de los atentados de Atocha. 

Los límites de la decencia

En la página 291 del libro, Aznar prologa brevemente la transcripción de su diario de aquellos días con esta anotación: “Mucho se ha escrito y dicho sobre el 11-M: sobre su evidente intencionalidad política; sobre la gestión del Gobierno y los aparatos del Estado; y sobre la campaña de bulos y mentiras organizadas por una izquierda política y mediática dispuesta a saltarse todos los límites de la decencia democrática para alcanzar el poder”. 

Si donde Aznar escribe “izquierda” alguien escribiera “derecha”, el párrafo sería un resumen bastante fiel de lo que toda la izquierda y la mayoría del país piensan que sucedió hace veinte años. Y hace diez años. Y ayer. Y mañana. Lo que las derechas españolas desplegaron entre los días 11 y 14 de marzo de 2004 no fue una mentira al uso: nunca perteneció a esa clase de mentiras convencionales que, por serlo, tienen las patas muy cortas. No. La de entonces fue y sigue siendo una mentira interminable, de esas que en los regímenes autoritarios se perpetúan porque a quienes se atreven a discutirlas les espera la cárcel y en los regímenes democráticos logran sobrevivir a los estragos del tiempo y al empuje de la verdad merced a una variedad de factores: la arrogancia de unos, el descaro de otros, el rédito de bastantes, el seguidismo de muchos.

“Creo que perdemos gas”

En sus anotaciones de los días previos al atentado el propio Aznar desmiente quizá sin pretenderlo la idea, machaconamente repetida después durante años, de que el PP tenía ganadas las elecciones pero las perdió debido a los atentados y a la manipulación que la izquierda hizo de la conducta del Gobierno (“Todo ha sido planificado por una mente implacable y diabólica, sin tiempo a las reacciones ni a nada”, escribe el día 14). En la entrada correspondiente a los días 6 y 7 de marzo había anotado: “Estoy preocupado por cómo van las cosas. Creo que perdemos gas. Los sondeos así lo reflejan, pero eso me importa poco”. ¿Seguro que «eso» le importaba poco?

Ni en una sola de las entradas de su diario menciona Aznar como verosímil, probable o siquiera posible la hipótesis de Al Qaeda. Para el presidente, y así lo escribe el mismo día 11, se trata de una vil presunción aireada interesadamente por la izquierda: “A tan pocos días de las elecciones y con lo que hay aquí, el asunto es el siguiente: la izquierda acaricia [sic] por que sean los árabes y poder echar la culpa al Gobierno por la guerra de Irak. Si es ETA, se callan y a remar. Siembran dudas sobre lo que dice el Gobierno (…) Mi decisión es completa partiendo de una base sencilla: para mí todos son iguales; me importa poco a estos efectos que sea ETA o Al Qaeda. Para ellos no: si es Al Qaeda, la culpa la tengo yo. Pero para que no haya dudas, si ha sido ETA, también”. Menos mal que no le importaba que fuera ETA o Al Qaeda. ¿Qué no habríamos visto y oído si llega a importarle? 

En la entrada del 12 de marzo, ya con sólidos indicios que inequívocamente apuntaban a los yihadistas, el presidente escribe: “Llamazares y compañía estarán contentos. Han movilizado a todo el mundo y han manchado para su vergüenza este día”. De la pista árabe, ni una palabra. Ni siquiera en la entrada del mismo día 14, cuando ya no debía quedar en España ni una sola abuela semianalfabeta que no supiera que todo apuntaba al islamismo radical.

Ese domingo electoral anota el presidente: “Hablo con Ángel Acebes (…) Me cuenta las últimas novedades en relación con el atentado del jueves. No hay grandes cambios”. No, no ha leído mal el ocioso lector: el 14 de marzo de 2004, Aznar todavía tuvo el cuajo de escribir que ¡no había grandes cambios!, se entiende que con respecto a la hipótesis de ETA. ¿Es creíble que el presidente siguiera sin ver lo que todo el mundo veía? Una cosa es no pensar en un elefante y otra bien distinta decretar que los elefantes no existen.

La hora de los mentirosos

Lo que en las primeras horas pudo ser una ceguera interesada aunque no necesariamente voluntaria del presidente pronto derivaría en mentira deliberada. En aquellos pocos días terribles, la mentira desplazó al crimen. Los mentirosos acapararon los focos, aunque a la postre su reescritura desesperada y procaz de la autoría del 11-M resultaría electoralmente letal. La verdad policial hizo naufragar a la mentira política.

Durante los días 11, 12 y 13 de marzo los mentirosos ganaron la partida a los asesinos; hubo que esperar al día 14 para que pagaran por sus mentiras. El 14-M fue, en efecto, día de cobro para el pueblo español, pero 20 años después cunde la desalentadora sensación de que el beneficio de aquel día –derrota de la derecha, victoria de la izquierda– no llegaría a acercarse ni de lejos al elevadísimo precio colectivo pagado después: desde entonces la verdad nunca a vuelto a ser lo que fue. La crucial batalla del 14-M la ganó, ciertamente, la verdad, pero la mentira afianzó posiciones en la interminable guerra de trincheras que habría de prolongarse durante las dos décadas siguientes y que, obviamente, todavía no ha terminado.

La Internacional Negacionista

Veinte años después, Aznar sigue en lo mismo. Esta semana, ha hablado desde FAES para decir esto: “Nunca jamás llegó a manos del Gobierno ningún documento oficial que descartase definitivamente la autoría etarra y afirmara sin titubeos la responsabilidad yihadista”. Tampoco es él en esto distinto de otros negacionistas: los del Holocausto siempre retaron a los historiadores a mostrar algún documento firmado por Hitler autorizando la destrucción de los judíos europeos. 

Para quienes niegan el Holocausto la documentación que lo probaría fue fabricada expresamente; igualmente, para los negacionistas del 11-M la mochila de Vallecas que no estalló y que contenía pruebas cruciales de la autoría yihadista también fue fruto de la manipulación. 

Para los negacionistas del Holocausto muchos de los testigos mintieron, bien porque fueron coaccionados, porque mintiendo obtenían beneficios o porque fueron víctimas de la propaganda aliada; para sus homólogos del 11-M, el testimonio de quienes dijeron reconocer en el tren a alguno de los asesinos también estuvo dictado por la conveniencia personal, la propaganda izquierdista o el interés económico. 

«Uno de los mejores líderes de Europa»

Aznar sigue en lo mismo de hace 20 años porque no puede no seguir en lo mismo. A estas alturas una rectificación o una disculpa arruinarían la imagen que el expresidente tiene de sí mismo y del trascendental papel que cree haber jugado en la historia de España. Flaco favor, pensará, se haría a sí mismo admitiendo la mácula de una mentira que rebajaría el alto lugar que, está convencido, la Historia le tiene reservado. 

Esto escribió Aznar el 7 de abril de 2004: “Yo tuve la ambición de situar a España entre los grandes y para eso era necesario jugársela, arriesgar y asumir responsabilidades; y lo hice (…) Aposté por una España pujante y orgullosa (…) Los atentados del 11-M vinieron en ayuda de todo lo contrario”. En esa misma entrada cita una llamada de Putin, que dice Aznar que le dijo: “Voy a tratar de llevarme bien con tu sucesor, pero te digo que lamento de veras que uno de los mejores líderes de Europa se vaya”.