Una calle de París. / SHUTTERSTOCK

Lipp es una brasserie alsaciana de estilo modernista en el bulevar de Saint-Germain. Una casa de comidas en servicio continuo que, desde su fundación en 1880, ha cerrado tan sólo cuatro veces. No lo hizo durante la Ocupación, ni durante mayo del 68, mientras volaban los adoquines frente a sus ventanales. Su carta no ha cambiado desde 1930, y ese es sin duda el secreto de su éxito. Al entrar, una mujer surgida de un cuadro de Manet nos recoge el abrigo y nos levanta el ánimo. Lipp es una zona franca donde los germanopratins, los habitantes de Saint Germain des Prés, firman un armisticio a la hora del almuerzo con los turistas a los que denuestan, y que se agolpan frente a su puerta giratoria esperando el gracioso gesto del maître, Calígula del hambre ajena, antes de hacerle una foto a un plato de caracoles que luego colgarán en Instagram. Lipp es un Imperio Austrohúngaro de identidades y veleidades, un territorio en disputa en el que se ha alcanzado la paz social por el chucrut. En Lipp siempre es 11 de noviembre. Mientras tanto, medio residente, medio turista, observo esa guerra fría, entre platos de arenques “Bismarck” y salchichas “como carallo de home” que sobrevuelan amenazantes nuestras cabezas, sin decidir a qué bando unirme, por lo que termino por declararme escribano de lo que ven mis ojos.