Miles de personas han desafiado este domingo en Madrid al frío y a la corrección política para decir alto y claro “sí a la vida”, en una manifestación multitudinaria, convocada por más de 500 asociaciones de la sociedad civil.

La convocatoria anual se ha desarrollado en esta ocasión con el preocupante telón de fondo francés, donde el presidente Macron se ha enorgullecido de blindar el supuesto derecho al aborto en la Constitución, y ha asegurado que luchará para que la pretendida conquista se amplíe a todos los países del mundo. Sólo el triste ejemplo de la Yugoslavia comunista de Tito suponía hasta ahora un precedente dramático en esta suerte de pendiente resbaladiza desbocada hacia la promoción de la libre eliminación de los hijos en los vientres de las madres. Como han recordado esta misma semana desde la Pontificia Academia para la Vida, en ningún caso acabar con la vida humana puede ser un derecho. Es precisamente la protección de la vida humana el objetivo primordial de la humanidad, porque la defensa de la vida no es una ideología, es una realidad que nos interpela y afecta a todos. La vida, como ha resonado en las calles, es lo más básico que tenemos. Es cierto que la fe ayuda a discernir, a iluminar la conciencia y a ensanchar la razón, pero, en el caso del aborto, no estamos estrictamente ante cuestión de carácter confesional, porque en la defensa y protección de la vida hay evidencias que pueden ser compartidas por todos los seres humanos. En este sentido, en la manifestación de Madrid hemos podido escuchar este domingo testimonios conmovedores, pura vida que asombra, emociona y se hace en efecto evidente a los ojos y al corazón, si no están heridos de muerte por la cerrazón ideológica.