Cada gol fue una preciosa obra de arte. Tejida con paciencia e inteligencia. En el primero, obra de Portu, intervinieron hasta 10 jugadores, símbolo del fútbol coral que practica el Girona de Míchel, un equipo reconocible, pase lo que pase. En el segundo, que llevó la firma del eléctrico Savinho, intervino Miguel, que tiene un GPS en la punta de su bota izquierda para detectar el desmarque en profundidad de Aleix García, quien asistió de córner, que se rebeló en la segunda mitad de una mala primera. Jugó a fútbol bajo una lluvia incesante que le confería un aire épico a la noche que devuelve al Girona al segundo lugar de la Liga, cada vez más cerca de la Champions, ajenos incluso a errores arbitrales, como ese penalti escamoteado al propio Savinho.