Este viernes se ha celebrado el Día internacional de la mujer. La jornada ha estado marcada en España por la división entre dos formas de feminismo, entre dos posturas diferentes a la hora de afrontar la prostitución y la ley trans.

Las mujeres siguen sufriendo un trato desigual. Ese trato desigual es la normal en muchas culturas africanas y asiáticas, en la latinoamericana, en países de mayoría musulmana y de mayoría hindú. Pero también en países occidentales en los que teóricamente se ha logrado grandes adelantos. Hay desigualdad salarial, desigualdad laboral o discriminación por maternidad entre otras muchas. Y muchas mujeres sufren, por ser mujeres, una violencia que no conseguimos atajar.

Es preocupante que entre los más jóvenes la sensibilidad hacia la necesaria igualdad entre hombre y mujer haya disminuido, o que incluso se haya producido una reacción en contra. En el seno del feminismo se han desarrollado en los últimos años interesantes reflexiones críticas. No solo en contra de una política que borra a las mujeres por su apoyo a la transexualidad.

Dentro del feminismo hay quien subraya que una política demasiado centrada en la identidad puede dar lugar a lo que se denomina “mujerismo”, que consiste en pensar que las mujeres, por su biología, tienen una esencia distinta a la de los hombres, y unos problemas necesariamente distintos a los problemas de los hombres. Las feministas más lúcidas señalan el peligro del que feminismo quede atascado en un discurso dominado por resentimientos tóxicos. Estas feministas invocan la necesidad de trabajar por lo que es común.