Esta segunda entrega de los recuerdos de Pedro J. Ramírez sobre la búsqueda de la verdad del 11-M procede, igual que el Prólogo publicado este jueves, del libro «Palabra de Director» (Planeta 2021). Recorre las vicisitudes de la Comisión de Investigación Parlamentaria al hilo de las conversaciones que durante el segundo semestre de 2004 el entonces director de ‘El Mundo’ mantuvo con el presidente Zapatero. Las próximas entregas recogerán fragmentos inéditos del borrador del segundo tomo de sus Memorias que la propia editorial Planeta tiene previsto publicar en 2025.
Meses después, España seguía partida por la mitad tras el trauma del 11-M y las múltiples incógnitas que persistían sobre la autoría, el propósito y los medios utilizados en la matanza. Mientras el juez Juan del Olmo, con problemas de visión -en todos los sentidos de la palabra- y siempre desbordado por la presión, dejaba en la práctica la instrucción del sumario a la Policía y la Fiscalía, todas las expectativas sobre el esclarecimiento de los hechos estaban puestas en la Comisión de Investigación Parlamentaria constituida en el Congreso.
Sobre todo, desde que nuestro periódico había divulgado una serie de inquietantes revelaciones que vinculaban a varios de los acusados de colaborar con los presuntos autores de la masacre con diversos cuerpos de las fuerzas de seguridad.
Fernando Múgica, un periodista ejemplar, veterano en la cobertura de zonas de conflicto, publicó, el mismo domingo 18 de abril en que Zapatero anunció la retirada de Irak, la primera entrega de una serie que, con el título «Los agujeros negros del 11-M«,mantendría intermitentemente durante varios años. Su tesis era que «un grupo de mandos policiales y agentes del CNI» habían manipulado la investigación conduciendo al Gobierno de Aznar «por un reguero de pistas intencionadas como en el cuento de Pulgarcito», llevándole a cometer el error de atribuir la autoría a ETA.
Once días después, Antonio Rubio, uno de los dos grandes reporteros que habían entrevistado a Roldán una década atrás, publicó la primera de nuestras grandes exclusivas: «Los dos cómplices clave de los autores del 11-M eran confidentes policiales». Llevábamos siguiendo la historia desde hacía semanas, y la conversación con el nuevo director del CNI me había confirmado que íbamos bien encaminados. Resultaba que el marroquí Rafá Zouhier, enlace de los acusados de cometer la masacre con los asturianos que supuestamente les vendieron los explosivos, trabajaba para la Guardia Civil; y que el propio Emilio Suárez Trashorras, suministrador de la Goma 2 de Mina Conchita, era informante asiduo de la Policía Nacional.
Antonio Rubio desveló luego que Zouhier colaboraba, en concreto, con la Unidad Central Operativa (UCO) y que el coronel que la dirigía, Félix Hernando, había sido uno de los «hombres del maletín» que llevaban a las mujeres de Amedo y Domínguez dinero a Suiza, para tapar los GAL, por indicación expresa de Rafael Vera.
En una entrevista publicada en El Mundo el 8 de mayo, el propio Zouhier daba su versión de los hechos: «Informé a la Guardia Civil de que un asturiano me ofrecía dinamita». El relato no podía ser más inquietante: hacía un año que su enlace con la UCO, un capitán al que llamaba ‘Víctor’, le dio dinero para que viajara a Avilés a entrevistarse con Antonio Toro Castro, cuñado del ex minero Suárez Trashorras, que era quien vendía el explosivo. De vuelta a Madrid, Zouhier llegó a entregar a Víctor una muestra de la Goma 2 y éste le encargó que buscara compradores para así poder detenerlos a todos.
Zouhier trabajaba para la Guardia Civil y el propio Trashorras, suministrador de la Goma 2 de Mina Conchita, era informante asiduo de la Policía Nacional
¿Había sido el 11-M la consecuencia de una entrega controlada de explosivos, de un ‘darle hilo a la cometa’, que se les había ido de las manos a las fuerzas de seguridad? Dos nuevas revelaciones de Antonio Rubio respaldaron esa tesis: cinco días después del atentado, Zouhier había desvelado a la UCO que había visto los explosivos y detonadores en el domicilio de El Chino, uno de los que luego murieron en Leganés. Por otra parte, su compañero El Tunecino había sido objeto de seguimientos policiales continuados, hasta «pocos días antes del 11-M».
Mandamos entonces a Fernando Múgica a Asturias y sus averiguaciones nutrieron la segunda entrega de sus «agujeros negros». El controlador de Suárez Trashorras y su cuñado Antonio Toro era un inspector jefe de Avilés, apodado Manolón, tan próximo al ex minero como para acompañarle a Madrid cuando fue detenido y trasladado a la Audiencia Nacional. Tras el 11-M, su esposa, Carmen Toro, le llamó por teléfono: «Manolo, creo que la hemos cagado». A lo que el policía contestó: «Puedes estar tranquila, esto ha sido cosa de ETA». Nadie sostenía ya la autoría de ETA, pero resultaba que a los primeros a los que Toro había ofrecido los explosivos había sido a los etarras, encarcelados como él en la prisión de Villabona.
Pronto hubo una tercera entrega de Múgica en la que aportó un detalle del que se hablaría durante años: «El minero confidente facilitó metralla, además de dinamita, a los islamistas». Así lo había declarado un chico de 16 años apodado El Gitanillo, también detenido como parte de la trama, que aseguraba haber oído a Suárez Trashorras decirle a El Chino: «No os olvidéis de coger las puntas y los tornillos». Se trataba de algo muy relevante porque mientras que en la mochila intacta de Vallecas se habían encontrado clavos y tornillos, ninguna de las autopsias había detectado el menor rastro de metralla en las víctimas de los atentados.
Para colmo de embrollos, mi número dos, Casimiro García-Abadillo, desveló que en la agenda incautada a la esposa de Suárez Trashorras, Carmen Toro, figuraba un teléfono atribuido a «Sánchez Manzano (Canillas)«. Eran el nombre del comisario jefe de los Tédax y el lugar en el que esa unidad tenía su sede. El juez Del Olmo había marcado personalmente ese número de teléfono e interrogado al agente que le contestó. El policía, implicado en la investigación, le había explicado algo tan inverosímil como que utilizaba el nombre de su jefe como alias.
Era inevitable que el PP pidiera la comparecencia de los confidentes y sus controladores ante la comisión de investigación. El PSOE se negó.
Con todos estos ingredientes era inevitable que el PP pidiera la comparecencia de los confidentes y sus controladores ante la comisión de investigación. El PSOE se negó, en medio de una gran polémica, pero no pudo por menos que acceder a que declararan los mandos de las unidades implicadas. El coronel Félix Hernando admitió que sus subordinados habían mantenido nada menos que ocho contactos con Zouhier entre el 4 y el 13 de marzo. Según él, no habían tenido nada que ver con los atentados, sino con la búsqueda de un delincuente en Barcelona. También aseguró que la investigación sobre la trama de venta de explosivos había sido transferida a la Comandancia de Asturias un año atrás.
Un auto del juez Del Olmo, publicado casi a la vez, explicaba la masacre del 11-M desarrollando la tesis de que se había producido «una transformación de personas implicadas en redes delincuenciales comunes en directos implicados en actuaciones terroristas». Eso es lo que, según él, había ocurrido tanto con Zouhier como con Suárez Trashorras. El instructor de la causa sostenía que el ex minero comerciaba de forma «continuada» con explosivos y los guardaba en el trastero del garaje de su domicilio en Avilés.
Fernando Múgica descubrió entonces dos coincidencias inauditas. Por un lado, ETA había robado el vehículo que hizo estallar como coche bomba en 2002, en Santander, en el mismo callejón de Avilés en el que estaba ese garaje en el que Suárez Trashorras almacenaba los explosivos. Para más inri, la esposa de Trashorras era compañera de trabajo de la mujer del dueño del vehículo robado.
El exministro del Interior Ángel Acebes compareció el 28 de julio durante nada menos que diez horas ante la comisión del 11- M, defendiendo incansablemente su actuación en función de los datos de los que disponía. También la transparencia con que facilitó cada información policial, poco menos que en tiempo real. El Mundo resumió tan larga declaración en una frase lapidaria de Acebes: «Ahora pregunto yo: ¿quién ha sido? Las piezas no encajan». El exministro del Interior se mostró abiertamente escéptico ante la teoría del juez Del Olmo: «No encaja que unos delincuentes comunes se conviertan en poco tiempo en terroristas y no encaja que sean capaces de diseñar y ejecutar el mayor atentado de la historia en Europa».
No encaja que unos delincuentes comunes se conviertan en poco tiempo en terroristas y no encaja que sean capaces de diseñar y ejecutar el mayor atentado de la historia en Europa
El martes 7 de septiembre, recién terminadas sus vacaciones, Zapatero me invitó a comer a la Moncloa y se encogió de hombros cuando yo saqué a relucir el desarrollo de la Comisión Parlamentaria.
—Nadie me pregunta por la calle sobre eso… A la gente le interesan las pensiones o la sanidad. ¿Y el 11-M? Pues, francamente, muy poco.
—No estoy de acuerdo, el 11-M sí que le interesa a la gente…
—Bueno, ya has visto que, como te dije antes del verano, la comisión va a seguir investigando.
—Porque no habéis tenido más remedio. ¿Y los confidentes? ¿Por qué no aceptáis que comparezcan los confidentes, como piden las víctimas?
—Tiempo al tiempo. Que yo de lo que más sé es de administrar el sentido del tiempo… Acuérdate de lo que te digo.
Zapatero se refería a la decisión de extender la investigación parlamentaria, y yo a sus motivos. El propio titular principal de El Mundo de ese mismo día lo resumía bien: «Las nuevas revelaciones obligan a PSOE y PP a prolongar la comisión del 11-M». Aludíamos a tres importantes novedades aportadas por nuestros periodistas durante el mes de agosto, en lo que ya empezaba a ser una investigación coral.
Fernando Lázaro había descubierto que el segundo coche hallado en Alcalá de Henares que se vinculaba con el 11-M, un Skoda Fabia en el que se habían recogido restos de ADN del integrista Allekema Lamari, no aparecía en ninguna de las fotos y filmaciones de los días posteriores a la masacre. No había sido identificado hasta el 13 de junio, al cabo de más de dos meses.
Solo cabían dos hipótesis: o que los terroristas lo hubieran abandonado allí semanas después de la masacre, pero eso no encajaba con la versión policial de que los que no estaban detenidos se habían inmolado en el piso de Leganés el 3 de abril; o que alguien ajeno a ellos lo hubiera colocado con posterioridad para que su versión de los hechos cuadrara.
Todo apuntaba al CNI, empeñado en demostrar la implicación de Lamari en el 11-M, tal vez para reparar negligencias anteriores. Lamari había sido excarcelado en 2002, en extrañas circunstancias, tras cumplir sólo cinco años de una condena de 14 por pertenecer al Grupo Islámico Armado (GIA) argelino. Oficialmente fue un error judicial, pero Casimiro García-Abadillo descubriría que el CNI había captado colaboradores en su entorno y había estado siguiendo al propio Lamari muy poco antes del 11-M.
Tan grave y significativo me pareció este episodio, jamás aclarado, que pronto empecé a decir, como prueba de que nuestro empecinamiento en buscar una verdad oculta tenía base, que El Mundo dejaría de investigar el 11-M el día que alguien nos demostrara que el Skoda Fabia estaba allí cuando se produjeron los atentados. Nadie ni siquiera lo intentó nunca. El desafío sigue en pie.
***
El martes 5 de octubre me llamó Zapatero para comentar la primera emisión del novedoso programa de TVE 59 segundos en la que yo había intervenido. Tras repasar los lances del debate como si estuviéramos ante una moviola, aproveché para reprocharle una afirmación categórica reciente.
—¿Cómo has podido decir que tienes muy claro lo que pasó el 11-M, si el juez va a seguir instruyendo el sumario nueve meses más, hasta la primavera?
—Pues porque tengo muy claro lo que pasó… Cuando no se tienen argumentos, se reúnen cosas sin consistencia y se habla de ETA, de Francia, de los servicios marroquíes… Mira, con lo de Marruecos nos vamos a divertir cuando se demuestre lo mucho que han colaborado antes y después. Para mí la única duda es cuál fue el grado de conexión con Al Qaeda.
—Y entonces lo del coche bomba robado por ETA en el mismo callejón desde el que Trashorras enviaba los explosivos… Y lo de las dos caravanas de la muerte el mismo día… Y lo de los confidentes, infiltrados por todas partes… Y lo de la Policía oyendo las instrucciones de El Chino para que salieran a su encuentro el día que llevaba los explosivos…
—Puras coincidencias.
—Tú no me puedes contestar eso. Tú eres un hombre inteligente. Yo no me puedo quedar intelectualmente satisfecho. Tiene que haber una explicación para todo…
—Acabamos de encontrarle a ETA un auténtico arsenal y grandes cantidades de explosivos… Ellos tienen otras fuentes de suministro.
—Por cierto, enhorabuena por la detención de Antza. Era el tipo que me acompañaba a llamar por teléfono, con la pistola en la mano, cuando entrevisté a la dirección de ETA hace 16 años…
—Caramba, no lo sabía… ¿Qué sentido iba a tener comprarles explosivos a unos asturianos? Además, si hubiera alguna conexión con ETA, a mí me daría igual reconocerlo. No me afectaría… Lo que pasó entre el 11 y el 14 es que unos acertaron y otros se equivocaron…
—Bueno, durante las primeras horas no acertó nadie. Oye, que yo hablé contigo aquella mañana…
—Mira, voy a acudir a la Comisión contra el criterio de todo el mundo en el Gobierno y el partido.
—Yo estaba seguro de que irías. De momento llevas dos de tres. La comisión sigue trabajando y tanto tú como Aznar vais a comparecer. Te falta la más difícil: que vayan Zouhier y los demás confidentes.
—Voy a comparecer por sentido de la responsabilidad y porque las víctimas tienen derecho a ello. Y no pienso ir a hablar mal del anterior Gobierno. A cualquier Gobierno le puede pasar algo así. Es cierto que cometieron un fallo grave de comunicación y de respuesta política…
—Y, sobre todo, de evaluación de lo ocurrido.
—Claro… Aquella primera conversación que te conté con Aznar fue terrible. Si, en lugar de eso, nos hubiera convocado a la Moncloa… Pero a la vez hay que decir que consiguieron un gran éxito policial porque enseguida los detuvieron a todos… Al día siguiente del atentado de Casablanca, yo lo advertí en unas declaraciones que merecieron muchas críticas: «Ojo, que tenemos un riesgo muy grande». El apoyo a la guerra de Irak acrecentó ese riesgo.
Si Zapatero «tenía claro» lo que había ocurrido el 11-M, Mariano Rajoy no. «No me creo que los detenidos organizaran los atentados», declaró el 10 de octubre en el Foro de El Mundo, sin sus circunloquios habituales. «Zapatero debe comprometerse a que esta investigación no se termine nunca. Hay que seguir investigando, aunque se tarde cinco años en averiguar lo que realmente ocurrió».
Zapatero debe comprometerse a que esta investigación no se termine nunca. Hay que seguir investigando, aunque se tarde cinco años en averiguar lo que realmente ocurrió
Una semana después, otra revelación de Fernando Lázaro sobre otro confidente, esta vez de los servicios secretos marroquíes, parecía darle la razón. Resultaba que el imán de una mezquita del sur de Madrid había advertido en 2003 a la Comisaría General de Información de que un grupo, en el que figuraban El Tunecino y El Egipcio —supuesto ideólogo detenido en Italia—, planeaba atentados a ambos lados del Estrecho. La policía española le había puesto el alias de «Cartagena» y un sueldo mensual de 300 euros, lo mismo que cobraba en la mezquita. Los agentes de la Unidad Central de Información Exterior (UCIE) le habían encargado investigar a Zougam, conscientes de que informaría antes a los marroquíes de cualquier cosa que descubriera.
Al día siguiente, 18 de octubre, el juez Garzón detuvo a siete islamistas que habían contactado con el etarra Rego Vidal, encarcelado por intentar atentar contra el rey Juan Carlos con un rifle de mira telescópica, con el propósito de adquirir de la banda 1.000 de explosivos para volar la Audiencia Nacional. Entre los detenidos figuraba, cómo no, un confidente del CNI.
Tres días después, la madeja siguió enredándose al descubrir el propio Garzón que Allekema Lamari, el argelino excarcelado prematura e irregularmente a quien el CNI consideraba jefe militar del comando de Leganés, había estado enviando dinero a la cárcel de Villabona a su antiguo lugarteniente Abdelkrim Bensmail. En un registro de su celda apareció un último recibo de un giro postal de 150 euros, remitido cinco días antes del 11-M. Según publicó Casimiro García-Abadillo, el CNI había estado vigilando tanto a Lamari como a sus colaboradores directos hasta poco antes de la masacre, y resultaba que el que le hacía de chófer y guardaespaldas, un tal Afalah, vivía a 150 metros del piso de Leganés. Resultaba difícil no perderse en el baile de nombres exóticos y episodios extraños pero, por utilizar el léxico de Zapatero, íbamos de «pura coincidencia» en «pura coincidencia».
El juez también encontró, en la celda de Bensmail, una anotación manuscrita con los nombres y direcciones de los sanguinarios etarras Henri Parot y Harriet Iragi, condenados a más de 3.000 años de cárcel por sus asesinatos dentro del llamado comando itinerante. Para completar el cuadro, una escucha policial había captado la descripción que el líder de Jarrai, Juan Luis Camarero, encarcelado en la misma prisión de Villabona, había hecho de Bensmail: «Es un tío superserio…, yo me llevo superbién con él. Según dice, tú pones la bomba y no tienes que avisar. Para mí, chapeau«.
Con todos estos antecedentes, el comisario Rafael Gómez Menor, responsable operativo de la UCIE, compareció ante la comisión de investigación del 11-M, calificó de «muy relevante» el hallazgo de los datos de Parot e Iragi en poder de Bensmail e instó a las autoridades a seguir la pista de las conexiones entre ETA y el terrorismo islámico. El fantasma de la joint venture, invocado por Felipe González la propia tarde del 11-M, pero nunca materializado, sobrevolaba de nuevo el horizonte de la investigación.
Rafael Gómez Menor, responsable operativo de la UCIE, calificó de «muy relevante» el hallazgo de los datos de Henri Parot y Harriet Iragi en poder de Bensmail e instó a seguir la pista de las conexiones entre ETA y el terrorismo islámico
En mi siguiente conversación telefónica con el presidente, aproveché la ocasión para comentar la última exclusiva de Fernando Múgica, dentro de la serie de sus «agujeros negros», que por una vez había provocado una reacción fulminante en el Gobierno. Se trataba de la llamada cinta de Cancienes, en la que un agente de la Guardia Civil de ese pequeño puesto asturiano había grabado en 2001 al enésimo confidente en danza, apodado Lavandero, explicándole que Suárez Trashorras y su cuñado Toro intentaban «montar bombas con móviles».
En un pasaje de la cinta, el tal Lavandero reproducía las palabras textuales de Toro: «Sabes lo que te digo, colocas el vibrador y estalla, a la que vibra detona y ya está». Era la técnica supuestamente empleada en los trenes del 11-M, comentada con dos años de antelación.
El confidente aseguraba haber visto entre 40 y 50 kilos de dinamita en el maletero del coche de Toro y que éste le había explicado sus planes antes de ingresar en prisión por tráfico de explosivos: «En cuanto salga bajo fianza se marchan los dos para Marruecos —decía Lavandero en la cinta, refiriéndose a Trashorras y su cuñado—. Ya lo tienen todo preparado para dirigir la cosa desde allí».
La presunta conexión con Marruecos de unos traficantes de explosivos a los que se relacionaba también con ETA no podía ser más inquietante. La cinta había aparecido hacía un mes, en el cajón de un teniente de información, en un traslado de muebles. Lo grave es que Lavandero había mantenido al menos ocho reuniones con la Guardia Civil para insistir en su denuncia, sin que se investigara nada. El juez Del Olmo citó a declarar al confidente y el Gobierno, a través de la Dirección General de la Guardia Civil, destituyó fulminantemente al teniente coronel Rodríguez Bolinaga, jefe de la Comandancia de Gijón, en la que se encuadraban los hechos.
Acabábamos de conocer la noticia. Fue la primera vez que tuve la impresión de que Zapatero le daba importancia a una de nuestras revelaciones.
—Reconozco que después de lo que habéis publicado estamos con la mosca tras la oreja…
—Y yo reconozco que con la destitución de Bolinaga habéis mejorado la impresión que yo tenía sobre vuestra actitud ante la investigación del 11-M.
—Y no será la última vez… Pero en lo que no tenéis razón es en lo de ETA…
—Oye, que nosotros no decimos que ETA esté implicada en el 11-M, sólo que hay mucho por investigar, porque Toro ofreció dinamita a ETA y en la misma cárcel el lugarteniente de Lamari tenía en un bolsillo los datos de Parot e Iragi. Eso lo ha descubierto Garzón.
—Voy a ir bien preparado a la comisión. Nunca en los miles de procesos que ha habido contra ETA se ha hablado ni de asturianos ni de islamistas.
***
Aznar fue por delante. Compareció el 29 de noviembre ante la comisión del 11-M durante casi once horas. Una más que Acebes. Llevaba una camisa de cuadros grises bajo la chaqueta, una pulsera de tela en la muñeca derecha y gafas redondas de montura fina como apoyo gestual. De su bigote ya sólo quedaba una tenue sombra de lo que había sido. Según Raúl del Pozo, el expresidente «llegó más flaco y con peor leche que nunca» y «trabajó en un publirreportaje, protagonizado por él mismo, con los comisionados como sparrings».
Aznar defendió su actuación tras la masacre, asegurando tener «la conciencia tranquila» porque su Gobierno facilitó «toda la información» de la que disponía. Lo esencial de su tesis quedó resumido en la frase que al día siguiente abrió la portada de El Mundo: «El 11-M buscaba volcar las elecciones». Y la desarrolló con un argumento que a mí me pareció muy convincente: «Si las hubiera convocado para el 7 de marzo, el atentado habría sido el 4».
Aznar no sabía quién había organizado la masacre, pero insistió en la motivación doméstica con una frase que durante años sería objeto de interpretaciones, polémicas y no pocas mofas: «No creo, sinceramente, que los autores intelectuales de los atentados, los que hicieron esa planificación, los que deciden ese día, precisamente ese día…, no creo que anden en desiertos muy remotos ni en montañas muy lejanas». Umbral elogió al día siguiente su estilo expositivo: «Ahora que ya no necesita hablar es cuando mejor habla».
Aznar no sabía quién había organizado la masacre, pero insistió en la motivación doméstica: «No creo, sinceramente, que los autores intelectuales de los atentados anden en desiertos muy remotos ni en montañas muy lejanas»
Durante el tenso interrogatorio al que le sometió, de forma bastante burda, el portavoz socialista Álvaro Cuesta, Aznar lanzó varias andanadas, tanto contra el PSOE por las manifestaciones del sábado 13 ante las sedes del PP, «que no fueron espontáneas», como contra la Cadena SER, por sus noticias falsas: «Hubo algunos que mintieron hasta dar asco. Mintieron con los suicidas, mintieron con los vídeos y no eran mentiras irrelevantes: buscaban resultados».
También atribuyó a la que era su oposición política y mediática la fabricación del «bulo» —toda una «fake news», si entonces hubiera estado en boga la expresión— de que Acebes había acudido a ver al Rey para pedirle que firmara un decreto aplazando las elecciones. Una falsedad que había dado pie a que, por ejemplo, Pedro Almodóvar denunciara, con toda su proyección internacional, que en España había habido otro intento de «golpe de Estado, perpetrado por el PP».
Cuesta acusó a Aznar de «insultar a los votantes», «menospreciar a las víctimas», «poner en marcha el ventilador de las sospechas» y «mantener una situación de intoxicación». Cuando, en un momento dado, elogió en algún aspecto la conducta de Bush, el expresidente se revolvió implacable: «Comprendo que quieran restablecer las relaciones con Bush después de haberle llamado asesino».
Aznar denunció que «la opacidad y el silencio han caído sobre la investigación del atentado y sus implicaciones […]. Ahora no interesa la verdad». Pidió, en concreto, que se siguieran todas las pistas sobre las relaciones en las cárceles entre terroristas islámicos y miembros de ETA. «No soy el único que piensa que ETA tuvo algo que ver», dijo sin profundizar en ello. Los 658 minutos de la comparecencia, emitida ininterrumpidamente por La 2 de TVE, tuvieron un share superior al 18%, duplicando la cuota habitual de la cadena, con una audiencia media de más de 1.300.000 espectadores.
Zapatero me transmitió dos días después sus impresiones.
—Estuvo fatal… Cicatero… Manejando argumentos absurdos… Ya sabes mi tesis sobre lo contrafactual. Lo que le pasa a alguien que se mueve a contracorriente del sentimiento mayoritario. Es él quien tiene que demostrar lo que dice y en ningún momento lo hizo… No concretó nada.
—Entre otras cosas porque los que le interrogaron fueron un desastre. Sobre todo, el vuestro…
—Yo tenía una visita de unos de Senegal y estaba que me comía las uñas por no poder ver la comparecencia entera. Pero sobre lo que dices, ya verás como, cuando yo comparezca, va a pasar lo mismo. Es que un presidente o un expresidente están a otro nivel que los portavoces.
—Hombre, yo no creo que esa sea la clave…
—Mira, a Felipe no le tocaba nadie el mentón. Sólo Aznar y al final. Y con Aznar el único que se atrevía era yo. Las ventajas que tienes sobre los portavoces son enormes…
—Me refiero a que no se sabían el tema. Preguntaban generalidades.
—Pero el mensaje que ha lanzado Aznar ha sido completamente equivocado. Te lo digo sin apasionamiento. Otra cosa es que el tío estuviera correoso, contundente, aguantando a pie firme carros y carretas, demostrando que tiene la casta de un político… Pero, al final, eso no es lo que queda. Estoy seguro de que a la mayoría Aznar le ha causado una decepción profunda.
***
—Aquí el killer…
El 13 de diciembre Zapatero compareció ante la comisión del 11-M exhibiendo una agresividad desconocida. No sólo atribuyó de forma «única y exclusiva» la masacre al islamismo, sino que llegó a decir que «todos quienes participaron en esa matanza pertenecían a redes de terrorismo islámico», soslayando la imputación de los asturianos Toro y Suárez Trashorras. Respecto a las coincidencias del robo etarra en el pequeño callejón desde el que Suárez Trashorras expedía sus explosivos y las dos caravanas de la muerte circulando el mismo día hacia Madrid, invocó un informe de la Comisaría General de Información, hecho obviamente ad hoc, que las atribuía a un mero «azar». Lo mismo que me había dicho a mí el 4 de octubre.
En lo que no siguió el guion que me había adelantado fue en el propósito de «no hablar mal del anterior Gobierno». Un Zapatero hasta entonces desconocido acusó una y otra vez de «engaño masivo» al Ejecutivo de Aznar, cuando «ningún indicio llevaba a ETA» y reprochó al propio expresidente la «irresponsabilidad» de querer sembrar la «confusión», al insinuar que el nuevo Gobierno estaba abortando la investigación de los hechos.
El portavoz del PP, Eduardo Zaplana, le interrogó meticulosamente durante casi cuatro horas y le fue irritando al subrayar, una y otra vez, que, aunque no cuestionaba la «legitimidad democrática» del nuevo Gobierno, era obvio que el atentado había producido un «vuelco electoral» y que el PSOE había obtenido un «rédito político». Zapatero trufó sus respuestas con expresiones como «infamia», «indecente», «brutal», «patético», «pura cobardía» o «pura insidia». Raúl del Pozo lo describió como «un Bambi con cornamenta de doce puntas». «Hoy se ha quitado usted la careta», dijo Zaplana.
El propio Zapatero se justificó alegando que había dado rienda suelta a su «pasión política». Nuestro editorial habló de su transfiguración en «un killer político» y, cuando al día siguiente me llamó para comentarlo, empezó tomándoselo a broma.
—Aquí el killer…
—Pero ¿no me habías dicho que no ibas a atacar al anterior Gobierno?
—Creo que en conjunto fue un gran ejercicio democrático. El debate se acabó en las cuatro horas del PP, lo demás fue un coñazo. Zaplana estuvo correcto, pero había cosas que no se las sabía bien… Yo había estado repasando toda la documentación, todos los debates en el Diario de Sesiones… Eso me dio una gran superioridad psicológica.
—Nunca pensé que fueras a hacer lo que hiciste.
—Reconozco que cuando empecé a leer el informe sobre la falta de relación entre ETA y el terrorismo islámico, me regodeé. Ante una situación así, ¿qué tenía que haber hecho él? Coño, cambia de tercio. Pero no lo hizo y el rodillo de los informes fue desbaratando su estrategia. Es verdad que en un debate como ese hace falta una capacidad de concentración impresionante…
—Pero ¿por qué estuviste tan agresivo?
—Porque tengo la plena seguridad de saber lo que pasó. Era comprensible el lío inicial, pero no que el PP se tirara a la piscina diciendo que era ETA con seguridad. Y luego empieza una huida hacia delante, una carrera estirando esa versión, en plena locura, cuando ya sabían que no era verdad.
—Tú también te equivocaste. Oye, que hablamos aquel día…
—Tú es que estás en el ángulo que estás. Yo lo respeto, pero…
—Yo en el único ángulo que estoy es en el de intentar averiguar la verdad.
—Pero no me vale el sistema de la prueba diabólica. Demuéstreme usted que este señor estuvo aquí, no me pida que yo le demuestre que no estuvo. Demuéstreme usted que hubo relación entre ETA y los islamistas, no me pida que le demuestre que no la hubo. Mira, hablando entre nosotros, nunca ha aparecido el menor rastro de que un árabe haya colaborado con un etarra. Nunca ha aparecido un apellido vasco en un sumario islamista.
Mira, hablando entre nosotros, nunca ha aparecido el menor rastro de que un árabe haya colaborado con un etarra. Nunca ha aparecido un apellido vasco en un sumario islamista
—Pero esos informes terminan concluyendo que todo fue cosa del «azar». Tú no puedes aceptar eso… Además, lo de «única y exclusivamente»… Creo que fuiste más allá de la prudencia.
—Fui más allá porque esos informes me han dado seguridad…
—¿Y si resulta que los informes dicen lo que a ti te gustaría que dijeran…?
—He oído comentar que eran unos informes a la carta, que ya se publicó en El Mundo que Telesforo Rubio (comisario general de Información) era amigo de la familia porque llevaba a los niños al mismo colegio que Sonsoles… Yo no conozco a Telesforo, y Sonsoles, al escucharlo, se tiraba de los pelos. Mira, te aconsejo que leas detenidamente la parte en la que expliqué que sólo hubo una línea de investigación… Nunca se siguió otra línea.
—Me parece injusto que no concedas al PP el beneficio de la duda…
—Se la concedo hasta que se supo que no era titadine… Luego mintieron deliberadamente.
—Además, me parece un error político por tu parte.
—¿Sabes lo que te digo? Que he estado callado durante ocho meses y he tenido que escuchar de todo en silencio… Aznar dijo que ahora no se está investigando nada. Eso es muy grave… Y que él, en cambio, había ordenado abrir la vía de la investigación de la autoría islamista. ¡Una investigación no se abre porque lo ordene un presidente! Yo sé cómo funciona esto. Una investigación se abre por sí sola, cuando quienes tienen que perseguir los delitos, o sea, el juez o la Policía, ven que hay indicios. ¡Ya está bien!
—¿Y por qué dijiste que el 11-M no tuviste ninguna información policial distinta de la que tuvo el Gobierno, si a mí me contaste que tenías «gente dentro»?
—Yo no hablé ese día con ningún policía, pero podía haberlo hecho. No estoy de acuerdo con la constricción democrática de que un jefe de la oposición no pueda hablar con un funcionario… Los dejé desarmados cuando dije que me parecería bien que Mariano Rajoy hablara con el comisario general de Información o cualquier otro mando policial.
—En cambio, no hiciste ninguna referencia a tu primera conversación con Aznar…
—Eso ya hubiera sido demasiado. Pero si se hubiera retransmitido esa conversación… Quedará para la historia dentro de mi conciencia. Además, hay un testigo, la persona que iba conmigo en el coche y que notó cómo iba quedándome lívido…
—¿Fue para tanto?
—Fue una conversación de una extremada dureza. Primero, me dijo lo de si íbamos a decir que la furgoneta la había puesto la Guardia Civil… Sí, por lo de Rodríguez Ibarra. Luego, cuando yo le sugerí tímidamente que debía convocar a los partidos, él reaccionó embravecido: «No, porque los partidos están en campaña electoral». Era eso que él tenía de querer colocarse por encima…
—Todo eso, claro, está ahí. Pero sigo sin entender tu modelo de intervención de ayer. Creía que te ibas a presentar como la antítesis de Aznar: el hombre de la mano tendida. Eso del «engaño masivo» no es tu estilo…
—Lo he hecho por principios morales profundos. Porque es cierto que entre el 11 y el 14 hubo un engaño masivo. Es lo mismo que nos hicieron con el Prestige, con la huelga general, con las armas de destrucción masiva…
—Caray. El bien y el mal…
—Pero no creas que detrás de esa cuestión moral no hay toda una reflexión estratégica profunda. Todo tiene sentido porque todo evoca la guerra de Irak. Y si he reconocido que ahora seguimos teniendo un riesgo de atentado alto es porque, en su mentalidad fanática, para los islamistas, aunque parezca mentira, el 11-M ha sido un gran éxito y el suicidio de Leganés se ha convertido en algo mítico que muchos quieren emular.
—El efecto copycat, el efecto fotocopia… Vamos a lo importante, ¿qué va a pasar con la comisión?
—Vamos a escuchar a los grupos.
—El tuyo decidirá lo que tú digas.
—Por supuesto. Ellos no querían que yo compareciera…
—¿Pero no te parece que hay que seguir investigando lo sucedido?
—Para jugar a la prórroga, no. Para jugar el segundo tiempo del partido, no. Para seguir estirando los mismos asuntos, no. Otra cuestión es si hay cosas nuevas que…
—¿Y no te parece suficiente lo de la cinta de Cancienes? ¿No deberían comparecer el agente Campillo, el confidente ‘Lavandero’…? Fíjate, «bombas con móviles» en 2001… A lo mejor eran ya para los islamistas.
—Déjame estudiarlo. Dame cuarenta y ocho horas.
Sólo necesitó unos días más. La antevíspera de Nochebuena, el PSOE y sus aliados dieron carpetazo a la comisión de investigación del 11-M sin siquiera haber hecho el menor intento de averiguar la causa de las estrechas conexiones policiales con la trama asturiana a la que se atribuía el suministro de los explosivos. La mayoría parlamentaria desoyó tanto las peticiones de todas las asociaciones de víctimas como el dramático llamamiento grabado desde la cárcel por el confidente e imputado Rafá Zouhier pidiendo ser escuchado.
La comisión había tenido sus momentos de indiscutible e impactante fulgor político —fundamentalmente con las largas declaraciones de Aznar y Zapatero—, pero no había servido para esclarecer ningún aspecto fundamental de lo sucedido. Naturalmente, mi carta de diez días antes, titulada Cien incógnitas que obligan a mantener abierta la comisión del 11-M, también había caído en saco roto. Era un claro remedo de la que escribí contra la invasión de Irak, y Zapatero me hizo el mismo caso que Aznar un año antes.
* El lunes, tercera entrega: ‘Así conseguimos que se analizara el explosivo’.