Si un castizo resumiera el partido de Montjuic, lo titularía: «Jugamos como nunca, perdimos como siempre». Y es que los de Aguirre salieron con la idea, nada descabellada, de que era una gran oportunidad para meterle mano al Barcelona. Sin un centro del campo reconocible, con la única referencia habitual de Gundogan y el reconvertido Christensen, pero sin De Jong y sin Pedri, por lesión, y sin Fermín ni Oriol Romeu, en el banquillo, el Mallorca se atrevió a presionar al rival desde la salida del balón. Xavi, no sé si porque minusvaloró a los de Aguirre o porque lo que realmente le preocupaba es el cruce contra el Napolés en Champions, puso un equipo casi B, en el que incluso prescindió de Lewandowski por un Marc Gui, al que le vino grande batirse con Raillo.
Aguirre no se quedó atrás en las sorpresas, con una línea de creación con Morlanes y Sergi Darder, que hizo uno de sus más intensos partidos, que debía tener la sensación de estar en casa, por aquello de que jugábamos en Montjuïc y no el Camp Nou. En la primera parte no parecían jugar el tercero contra el decimoquinto, pero el que tuvo la mejor ocasión fue Raphinha, que no debía contar con que Rajkovic quisiera emular a Greiff y parar un penalti.
Tras el descanso, Xavi se dio cuenta de que necesitaba más argumentos para ganar y dio entrada a su delantero estrella, Lewandowski, aunque el que decantó el choque fue ese Lamine Yamal, con un remate de genio, de esos a los que los algoritmos no le concedían más que un 2% de posibilidades de gol. Bastó porque el Mallorca no tuvo esta vez plan B.