Francina Armengol compareció en rueda de prensa el pasado martes en el Congreso, supuestamente para dar explicaciones sobre el abono de 3,7 millones de euros a la trama corrupta de Koldo García por mascarillas FFP2 que no eran tales. Se extendió pomposamente en glosarse a sí misma como abanderada de la lucha contra la corrupción, su principal motivación en su pronta entrada en la política. Recreó con la habitual prosopopeya los dramáticos acontecimientos de los primeros días de la pandemia, en los que tanto ella como sus colaboradores bregaron heroicamente para conseguir protección para sus ciudadanos. El objetivo era diseñar un contexto apocalíptico en el que situar la toma de decisiones de su Gobierno. Se trataba de establecer el contraste entre su celo y el de su equipo para salvar vidas y la perfidia y la malignidad de una trama que quería lucrarse con el sufrimiento y la muerte de los ciudadanos. Era la teatralización en la sede de la representación popular de su condición de víctima de la trama. Se extendió en diversas consideraciones falsas sobre los procedimientos administrativos llevados a cabo en la compra de las mascarillas. A continuación, dijo que no iba a consentir que se mancillara su persona por un PP que se saltaba todas las fronteras y las líneas rojas al exigir su dimisión como presidenta. Finalmente fingió responder a las preguntas de los periodistas, relacionadas con quién del ministerio de Transportes la había puesto en contacto con la trama, por qué se transfirió el dinero sin haber analizado el género, o por qué tardaron tres años en reclamar la devolución del dinero. Digo fingió porque se limitó a una sarta de incoherencias y a dar por contestadas preguntas sin respuesta alguna.