Mis dos encuentros previos con Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 1939) siempre se habían producido en situaciones excepcionales. El primero, en Londres, un día después de que Donald Trump ganara las elecciones presidenciales en Estados Unidos. El segundo, en Cartagena de Indias (Colombia), apenas unas semanas antes de que el mundo se detuviera por la pandemia de Covid-19.
Pruebas, ambas, de que, como escribió en su colección de ensayos Moving Targets, todo lo que sucede en sus novelas es posible y puede que ya haya ocurrido, por lo que no pueden ser ciencia ficción, es «ficción en la que suceden cosas que hoy no son posibles». Hasta que lo son. Ahí está la distópica realidad descrita en El cuento de la criada, que concibió en un año tan orwelliano como 1984 y tres décadas después se convirtió en fenómeno televisivo y literario.
La mente de Atwood es fascinante, y en ella la palabra dialoga con la ciencia en armonía. Por algo, de no haberse dedicado a la escritura, habría sido bióloga. Así lo hubieran querido sus padres, pero ella optó por la poesía, influida por los versos de Edgar Allan Poe. Luego llegaron las novelas, los cuentos, la no ficción… La suya es una obra única, extraordinaria, de las que merecen el Nobel de Literatura. Nuestra última conversación volvió a evidenciar su capacidad para alumbrar pensamientos llenos de sabiduría.
Alguna vez ha dicho que el inicio de su carrera literaria estuvo muy marcado por la imagen que tenía de lo que debía ser un escritor. Me pregunto cuál era esa imagen, cómo era.
Bien. Supongamos que tengo 16 años. Estoy en el instituto y decido que quiero ser escritora. ¿Cuáles fueron mis modelos? En su mayoría eran hombres. Había algunas mujeres, pero eran inglesas y estaban muertas. Así que, para ser escritora, tendría que ser una mujer inglesa muerta. Entonces no conocía a ninguna escritora canadiense viva y había muy pocos escritores canadienses vivos, así que, en aquel momento, podía parecer una decisión bastante loca [ríe].
Entonces, ¿por qué eligió la escritura como su creativo modo de vida?
Es una gran pregunta, pero no sé la respuesta. Si haces esa pregunta a cualquiera que escriba ficción, te dará algún tipo de respuesta, aunque será algo inventado, porque en realidad nadie lo sabe. Escribí un libro sobre lo que es un escritor, Negotiating with the Dead: A Writer on Writing, y en él intenté descubrir las razones por las que la gente escribe. Encontré muchas y entre ellas no había ningún punto en común. Pero luego planteé una pregunta diferente: ¿qué se siente al ser escritor?
Y la respuesta es muy diferente, claro.
Sí. Un novelista normalmente daría un tipo de respuesta parecida a esta: es como adentrarte en la oscuridad y que alguien encienda una luz o como entrar en una cueva y ver un pequeño destello a lo lejos. Abrirse camino a través de la oscuridad era un tema común. Luego, también, sacar algo a la luz, encontrarlo, como en el Poema de Gilgamesh: halla el secreto de la inmortalidad pero lo pierde y, al regresar a su civilización, lo escribe todo, porque lo que ha traído con él es la historia de su viaje. De hecho, eso siempre es un texto o subtexto de una novela; entre otras cosas, la novela es la historia de no escribir la novela.
Estaba pensando en su trayectoria, en todo lo que ha vivido, y eso me ha hecho reflexionar sobre la memoria. De algún modo, todos reescribimos nuestro pasado al hablar de él, ¿no cree?
Sí, y a veces cometemos errores. Por eso cuando escribo sobre ello me gusta comprobarlo todo, porque puedes tener una idea general, pero equivocarte en los detalles.
Todos somos narradores.
Exacto. Esa es una de las grandes capacidades humanas. Probablemente, lo más importante de convertirnos en humanos fue que desarrollamos la capacidad de contar historias, no sólo sobre el pasado, también sobre el futuro, y no sólo sobre las cosas que tenemos delante, también sobre las cosas invisibles. Fue algo muy importante, porque cuando los seres humanos empezaron a contar historias sobre su origen o quiénes eran, eso cohesionó al grupo, al darse cuenta de que compartían la misma historia.
Lo más importante de convertirnos en humanos fue que desarrollamos la capacidad de contar historias
Hablando de recuerdos, ¿qué puede contarme del proyecto en el que ha estado trabajando durante el último año: la escritura de sus memorias, la historia de su propia vida?
Sí, así es, e incluso en eso tengo que comprobar los detalles, porque no puedo equivocarme. Por suerte, tengo un hermano mayor con el que lo compruebo todo: ¿esto pasó realmente, fue así? Es muy útil, pero no todo el mundo tiene un recurso así
¿Y qué se siente al escribir su propia historia por primera vez en su vida?
Bueno, se supone que no debo hablar de eso porque, si lo hago, mis editores se enfadarían [ríe].
¡Lo siento!
Lo haremos cuando se publique… Escribir unas memorias es diferente a escribir una obra de ficción, pero tienen cosas en común. Una autobiografía es la historia de un ser humano en el tiempo, como una novela. Creo que fue Leon Edele, biógrafo de Henry James, quien dijo: si es una novela, hay un reloj dentro. Pero también lo hay en las memorias y en las biografías. Siempre se trata del tiempo, del tiempo que has vivido. Cuando eres joven, con 20 años, piensas que las cosas siempre han sido como son en ese momento y seguirán siendo así, que lo que pasó antes de que nacieras es una especie de prehistoria. Pero esa perspectiva cambia a medida que envejeces, tu visión del tiempo es que todo cambia y va a seguir cambiando permanentemente.
Hablando de cambios, todos los escritores tienen vidas paralelas, aquellas que habrían vivido si no se hubieran dedicado a escribir.
Sí.
En su caso, ¿qué vida hubiera sido esa?
¿En la realidad o en broma?
Lo que prefiera.
Siempre prefiero las bromas, pero… [ríe] No habría sido campeona olímpica de patinaje artístico y tampoco cantante de ópera. En realidad, probablemente habría sido bióloga, porque se me daba bien.
Mientras la releía para preparar la entrevista, me di cuenta de la cantidad de momentos divertidos que hay en todos sus libros, no importa lo sombrías que sean las circunstancias. Y eso me hizo pensar: nuestro horizonte es oscuro, pero no desesperado.
No, no lo es. Esa es otra cosa, además de la capacidad de contar historias, muy característica de los seres humanos, y se debe, en parte, a que pueden contar historias sobre el futuro. La esperanza es algo que la mayoría de las personas llevamos incorporada; de lo contrario, no nos levantaríamos por la mañana
La cito: «Los escritores, tanto los hombres como las mujeres, han de ser egoístas para tener tiempo de escribir, pero a las mujeres no se las educa para ser egoístas».
Eso es cierto.
¿Y para qué se las educa?
Bueno, es posible que las cosas hayan cambiado mucho para la actual generación joven, pero tradicionalmente eran educadas para ser serviciales, y todavía pensamos que es muy bueno serlo, tanto las mujeres como los hombres y todas las demás personas. Y lo es, es bueno ser servicial, pero la cosa puede ir demasiado lejos… [ríe].
Para nosotras así ha sido.
Sí. Nos gusta ayudar a otras personas, es la otra cosa característica del ser humano, somos una especie muy social. Pero en las generaciones mayores eso podía conllevar un sacrificio. Se esperaba que la mujer cuidara de todos los miembros de la familia. Cuando tus padres se hicieran mayores vivirían contigo y les cuidarías. Si alguien enfermaba, tú eras la principal responsable. Todo lo malo que pasaba en casa era culpa tuya. Las mujeres estamos muy familiarizadas con ese tipo de patrón. Y, por supuesto, puedes reaccionar exageradamente en la dirección contraria y decir: no volveré a ayudar a otras personas, no quiero estar con ellos, voy a ser un ermitaño y viviré en una cueva… Y algunas personas lo han hecho, pero generalmente han sido hombres [ríe].
La condición de la mujer es un tema frecuente en su obra. ¿Qué es el feminismo para usted?
Si lo buscas en Google, hay al menos 75 tipos diferentes de feminismo y con algunos no estarías de acuerdo. Así que hay que tener mucho cuidado cuando se habla de feminismo. Es una de esas palabras extremadamente amplias, como cristianismo. ¿Qué significa?, ¿que estás bailando con serpientes?, que vas a ver al Papa? ¿De qué estamos hablando exactamente? El feminismo puede significar de todo, desde empujar a todos los hombres por un precipicio y conservar al 10% con fines reproductivos a que las mujeres son seres humanos y, por lo tanto, deben ser vistas y tratadas como seres humanos completos con intelecto. El rango es amplio. Yo soy una feminista del tipo Equality now, organización que trabaja con los derechos legales. Yo creo que las mujeres deberían tener los derechos de un ciudadano, en parte porque pagan impuestos [ríe]. Si tienes un trabajo y pagas impuestos, pero también si no tienes trabajo pero vives en una sociedad, quieres poder opinar, es decir, votar por el tipo de sociedad en la que vives. Eso es bastante básico y no tiene nada que ver con quién es buena persona. Cualquiera que piense que las mujeres, por el mero hecho de ser mujeres, necesariamente son personas más agradables, nunca ha ido a la escuela [ríe].
Hay que tener mucho cuidado cuando se habla de feminismo. Es una de esas palabras extremadamente amplias, como cristianismo
Hablando de realidades, ¿cree que los escritores perciben la realidad de un modo distinto?
No. Creo que los escritores tienen que estar más atentos a cómo la gente vive su vida, porque leer una novela es lo más cerca que estarás de ser otra persona. Más cerca que cuando ves una película. Más cerca que cuando sigues una serie de televisión. Leer una novela te sitúa justo dentro del pensamiento y de los sentimientos de otra persona, y eso es lo más cerca que jamás estarás de ser esa persona. Por lo tanto, la habilidad y la precisión con la que describas eso son importantes si escribes novelas clásicas, porque estás hablando de la vida interior de las personas, debes estar atento a eso.
Otra peculiaridad de los escritores es que son exigentes con las palabras, al menos sobre el papel. ¿Nuestra sociedad cuida las palabras, las valora lo suficiente?
No, y eso se debe a que las usamos como formas cortas y terminan convertidas en una especie de palabras publicitarias. Se supone que todo el mundo sabe lo que significan pero su significado se termina perdiendo, la gente lo olvida y las usa de forma muy vaga. Luego, hay palabras que se desgastan, pierden toda vigencia o poder real, porque la gente simplemente las arroja, como feminismo. Entonces, tienes que volver atrás y decir: ¿a qué te refieres? Di lo que quieres decir en lugar de confiar en algún tipo de forma breve y sencilla. Y luego también sucede que palabras como fascista o nazi se usan de manera descuidada y la gente ha olvidado lo que realmente significan. Y es, en parte, trabajo de las personas que viven con palabras recordar, examinar o sondear lo que realmente se quiere decir.
Porque muchas veces hay un abismo entre lo que se dice y lo que se quiere decir.
A veces. Cuanto más represiva es una sociedad, más grande es ese abismo. Es peligroso decir ciertas cosas, por lo tanto, hay que utilizar indirectas, insinuaciones, códigos. Entonces, el uso del lenguaje es un estudio muy interesante. La Revolución Francesa: es muy difícil descubrir qué querían decir realmente con la palabra libertad. ¿Qué significó en una práctica real? ¿Defender la libertad significaba que había que deshacerse de ella? «Lo siento, en defensa de la libertad tenemos que quitarte la libertad, pero te la devolveremos quizás más tarde» [ríe].
Ahora que hablamos del valor de las palabras, me pregunto qué piensa usted del compromiso del intelectual. Recuerdo una fotografía reciente en la que protestaba en la calle contra la guerra de Ucrania.
Sí, ese es mi deber como ciudadana. Es algo que haría de todos modos, fuera escritora o no. Son cosas que haces como ciudadano, no como escritor. Yo no estoy escribiendo sobre la guerra de Ucrania.
Esa diferencia entre escritor y ciudadano es muy importante.
Sí, es importante. Todos sabemos que la democracia está bajo asedio en muchos países. A menos que los ciudadanos comprendan lo que significa y estén preparados para defenderla, la perderán y será como todas esas otras cosas: «Ay, no lo valorábamos cuando lo teníamos y ahora ya no está, ¿qué hacemos?».
A menos que los ciudadanos comprendan lo que significa la democracia y estén preparados para defenderla, la perderán
En el epílogo de The Journals of Susanna Moodie escribe que si la enfermedad mental de EE.UU. es la megalomanía, la de Canadá es la esquizofrenia paranoide.
Es un poco tonto decirlo, pero los canadienses siempre están nerviosos, preocupados y bastante divididos. En primer lugar, tenemos dos idiomas oficiales, y las cosas son muy distintas en francés y en inglés. De hecho, te encontrarás con políticos que dan discursos en ambos idiomas y dicen cosas bastante diferentes. Si entiendes las dos lenguas, piensas: espera un minuto. Esa es nuestra condición, así somos. Además, Canadá es un país extremadamente grande, con la población esparcida hacia el fondo. Creo que la geografía es muy importante a la hora de considerar cómo se comportan los países, y también la geología. ¿Cómo es el suelo en tu país? ¿Qué puedes cultivar allí? ¿Qué vas a comer? Estas cosas son muy importantes cuando piensas en qué tipo de país vives. Por decirlo en pocas palabras, Canadá es un país que tiene al sur a Estados Unidos y al norte a Rusia, así que no es de extrañar que estemos nerviosos… [rie].
¿Y cuál sería la enfermedad mental de nuestra sociedad ahora?
¿Toda la sociedad en el mundo entero?
Sí.
Oh, esa es una pregunta demasiado amplia [ríe]. Pero diría que vivimos en un estado de ansiedad y miedo en tres o cuatro frentes diferentes. La gente está preocupada por el cambio climático, por el cambio de la sociedad y por el estallido de otra gran guerra. Creo que esas son sus preocupaciones en este momento. Cuando los jóvenes dicen «Oh, las cosas son tan terribles», yo les digo: Cuando yo tenía tu edad nos preocupaba que las bombas atómicas nos hicieran volar por los aires. Podríamos añadir eso a la lista, además de todo, las bombas atómicas. Los rusos están hablando de poner una bomba atómica en el espacio y destruir las redes de comunicaciones del resto, eso será divertido… [ríe]. Debemos ser resilientes, tener esperanza y no dar las cosas por sentado como solíamos hacer, especialmente tras la Guerra Fría. Entonces pensamos: Bueno, la Guerra Fría ha terminado, ya no hay más amenaza comunista, ¡vayamos todos de compras! ¿Y qué pasó? De todos modos, aún no hemos terminado. Ahí estás, en tu habitación, rodeada de libros, las luces están encendidas… No es algo tan malo.