Pronunciamientos, golpes de Estado, guerras civiles y dictaduras jalonan los dos últimos siglos de la historia de España, y todos estos episodios tienen un mismo eje vertebrador: el Ejército. La injerencia de los militares en las dinámicas política, económica y social del Estado, decidiendo quién debía ostentar el poder en cada momento por el uso de la fuerza, lastró profundamente las posibilidades de crecimiento del país. Así lo expone Francisco Gracia Alonso, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona, en Gobernar el caos (Desperta Ferro), un monumental e incisivo estudio, amparado en una vasta documentación y una extensa nómina de datos, que reflexiona sobre la relación entre la milicia, el ejecutivo y la población civil desde el siglo XVI hasta el presente.
El subtítulo de la obra, «una historia crítica del Ejército español», aventura ya la línea de investigación. Pero defiende el autor que «no se trata de un militarismo vacuo ni de un antimilitarismo ideológico, sino una reflexión a partir de la forma organizativa, compositiva, económica, social, de lo que es el Ejército español». Y por eso en las más de 700 páginas no hay espacio para glosar batallas, actos heroicos o sacrificios individuales.
La expresión «gobernar el caos» aúna la visión que han tenido los militares, considerándose a sí mismos los únicos capaces de enderezar una política del Estado que consideraban nefasta, y la percepción como caos de todo aquello que se opusiese a su ideología. Gracia Alonso desgrana algunas de las claves de su obra, enfocada a abrir un necesario debate sobre el papel de las Fuerzas Armadas en el presente, en esta entrevista.
Pregunta. Una de las tesis principales del ensayo es que el Ejército español ha condicionado el desarrollo económico y social de España, provocando «un atraso en todos los órdenes». ¿Somos una anomalía en comparación con otros países europeos?
Respuesta. La verdad es que sí, fundamentalmente por el papel que durante el siglo XIX y buena parte del XX tuvo el Ejército al poder condicionar el sistema político y económico. En otros países en determinados momentos también sucedió lo mismo, sobre todo en el caso de los fascismos europeos. Pero si hacemos un análisis comparativo de las inversiones que se hacen en determinados campos de carácter social y con los elementos de características militares en otros países europeos, pues sí ha sido un auténtico lastre. En algunas ocasiones, el gasto milistar disponible en los Presupuestos del Estado llegaba al 42%. En el último cuarto del XIX y todo el periodo del siglo XX, hasta la Transición, ha lastrado el desarrollo del sistema económico y social español, dejando de lado las ideologías, me refiero únicamente a números en mano.
P. Lo llamativo es que con ese desembolso no se consiguiera un Ejército potente y moderno en los siglos XIX y XX. ¿A dónde fue a parar el dinero? ¿Había mucha corrupción?
R. La corrupción es un elemento sistémico en todas las estructuras. El problema del Ejército español es la macrocefalia. En el siglo XIX está el Ejército que viene del periodo de Carlos IV y en el momento que acaba la Guerra de la Independencia hay que sumarle a los oficiales, jefes y generales que vienen de las diferentes unidades formadas y desarrolladas por la Junta Superior y las juntas territoriales, más los que vienen de las guerrillas. Con lo cual tenemos un volumen brutal de nóminas. Pero luego hay que sumarle la reunificación que hace Fernando VII, potenciando la Guardia Real y las milicias territoriales para disponer de unas unidades militares que estuviesen a su servicio específico, del monarca, no del Estado, para mantener su política absolutista. Eso supone añadir todavía más sueldos. Y así progresivamente.
»¿Qué sucede? Aunque los recursos para el Ejército y la Marina fuesen muy elevados, la mayor parte se iba en sueldos y en el mantenimiento de un gran número de soldados. Esa macrocefalia lo que hace es que los recursos no van para armamento, ni para equipos, ni para la construcción, por ejemplo, de cuarteles. El Ejército franquista era muy grande, pero desde el punto de vista de la preparación, hasta que no empiezan las ayudas americanas, está anclado en el siglo XIX. Ese es el problema fundamental: se gasta mucho pero mal porque hay que pagar muchísimos sueldos. Cuando O’Donnell lleva a cabo en 1859-1860 la guerra de África tiene que comprar hasta las marmitas para hacer los ranchos de campaña, hay que comprar alpargatas…
«El antimilitarismo es el resultado de ver cómo el Ejército no es un elemento al servicio del Estado, sino al de una clase política y una élite social»
P. Ese problema parece intuirse ya en la primera parte que analiza en el ensayo: los ingentes recursos destinados por Austrias y Borbones a sostener sus ejércitos imperiales.
R. No solamente se dilapida lo que se tiene, sino que como consecuencia de las levas y de extracciones de hombres el sistema económico español no puede desarrollarse. Hay unos déficits que se pueden ver en los cuadros del libro: lo que se gasta en educación o en fomento en relación con el ejército son cantidades inconcebibles.
P. ¿Se gastaron entonces más recursos en mantener estos territorios que los que se obtuvieron al explotarlos?
R. Totalmente. Son guerras continuadas: desde 1500 hasta el Tratado de Utrecht. Y aun Felipe V, acabada la Guerra de Sucesión, intenta volver a ocupar una posición importante en el panorama europeo con los conflictos en Italia o Sicilia que van a lastrar todavía más el sistema económico. Se gasta lo que no se tiene, con problemas de productividad, demográficos… En el siglo XIX el servicio militar, según el periodo, era de hasta ocho años, lo que provocaba el desarraigo de los individuos de las zonas agrícolas. Todo un problema de desestructuración del sistema económico territorial. Lo que llamamos la España vaciada hoy en día surge justamente del hecho de despoblar el territorio en determinados periodos para llamar a filas a personas que no tienen ningún tipo de interés en moverse de su área y dejar de efectuar la producción primaria.
P. En el conjunto de la sociedad española, ¿tuvo más peso ese antimilitarismo emanado de estas levas o caló esa filosofía de defensa de la patria y la nación que propugnaba el Ejército?
R. El antimilitarismo que surge de la duración del servicio de armas no solamente es rural, sino también urbano entre las clases sociales obreras, media-baja, que ven truncadas sus posibilidades de desarrollo personal mediante la prestación del servicio militar. Entonces es lógico: nadie quiere ir a una guerra si no es absolutamente necesario porque te invaden, y menos a una guerra que no se sabe qué beneficios tiene, como la del Protectorado en Marruecos. O se ve al Ejército como un elemento más de la represión, como la Semana Trágica en Cataluña o la represión de las huelgas en todo el territorio español durante las tres primeras décadas del siglo XX. El antimilitarismo es el resultado de ver cómo el Ejército no es un elemento al servicio del Estado, sino al de una clase política y una élite social.
P. Hoy en día se tiene idealizada la Constitución de Cádiz, pero incluye una paradoja: en ella se plasmó un cambio de mentalidad, se tomó conciencia del papel decisivo del Ejército para mantener la integridad del Estado, pero al mismo tiempo lo convirtió en un sujeto político que le permitió asumir una posición de poder en los siglos siguientes para influir y determinar la estructura del Estado o las actuaciones políticas.
R. La idea de reconocer el papel del Ejército en la Constitución de Cádiz en principio es un ejemplo muy significativo porque hace el tránsito entre lo que es un ejército real a lo que sería un ejército nacional, siguiendo el modelo de la Revolución francesa o lo que hicieron otros países durante las Guerras Napoleónicas. No es una idea mala, pero el problema viene cuando los mandos militares se dan cuenta de que tienen la posibilidad de influir dentro de la estructura y la situación política dentro del Estado español: quitando y poniendo reyes, decidiendo sobre los gobiernos, intentado imponerse a la estructura social desde determinadas perspectivas ideológicas…
»En el momento en que los espadones se dan cuenta de que tienen ese poder, solo hay que mirar cuántas veces a lo largo del siglo XIX el presidente del Consejo de Ministros es un militar: Prim, Espartero, O’Donnell… Luego, durante el periodo de la Restauración, se dan cuenta también de que pueden influir condicionando el papel de la alternancia de partidos. Solo hay que ver la cantidad de pronunciamientos militares, guerras civiles que tenemos entre 1808 y 1975.
«El gasto militar está absolutamente desbocado en España»
P. ¿Dónde podría haberse registrado un cambio de tendencia, una verdadera modernización?
R. Hubo tres momentos en los que si el poder civil hubiese sido lo suficientemente fuerte podrían haberlo intentado. El primero es como consecuencia del Desastre de 1898: después de invertir sumas astronómicas en los ejércitos se produce el final del imperio colonial o la pérdida de las últimas provincias americanas. Se podía haber intentado una reducción del Ejército para mantenerlo en lo que significa: defensivo, para la protección del territorio nacional, etcétera. Pero el poder político era débil y no se consiguió: el resultado de todo eso es la Ley de Jurisdicciones, el Protectorado de Marruecos y la dictadura de Primo de Rivera. Esos 30 años nos los podríamos haber ahorrado si a finales del siglo XIX los gobiernos civiles hubiesen tenido la fuerza para haber hecho una reestructuración total del Ejército.
P. Azaña lo intentó en 1931, pero tampoco pudo.
R. Entendió que los problemas eran la macrocefalia y el exceso de gasto e intenta reducirlo. El resultado es que desde el primer momento de la Segunda República empiezan los movimientos militares para revertir ese intento.
P. ¿Este episodio es el reflejo de la impunidad que se arrogaron ciertos militares desde el siglo XIX para dirigir el país?
R. Esa una de las cuestiones fundamentales. Azaña quiere reducir las dimensiones del Ejército, principalmente en el ámbito de los mandos, porque es consciente que los militares no se han movido para impedir la proclamación de la República, que fue tan inesperada que no había manera de organizarse. Pero el primer golpe de Estado militar, la Sanjurjada, ya se produce en 1932, con unas penas muy laxas y tampoco se investigan todas las ramificaciones. En un momento determinado el Ejército se siente una vez más agredido desde su concepto de corporativismo. Esa forma de no entender que el sistema democrático, con todo lo imperfecto que fuera, es el que tiene que marcar las directrices del Estado, es lo que hace que rápidamente empiecen a desarrollarse movimientos para intentar llevar a cabo asonadas contra la República.
»Azaña no hace más que aplicar la reducción del Ejército que los propios pensadores militares ya han ido indicando como necesaria durante los 20 años anteriores. Todos saben que aunque le estén pidiendo al Estado cada vez más dinero, no da más de sí, y saben que el mantenimiento del volumen de jefes y oficiales hace que la mayor parte de ese dinero se vaya en sueldos y en pensiones.
P. ¿Y el tercer momento de una posible reforma?
R. El periodo de la Transición democrática, en el cual se intentó efectuar la profesionalización del Ejército, llevarlo a unos estándares similares a los del ámbito del mundo occidental cultural-militar. Desde el punto de vista estructural y político también debería haberse realizado una reducción del Ejército, que ideológicamente estaba comprometido con el franquismo, como era lógico. Ese periodo se alargó bastante en el tiempo —se hicieron reformas, se cambió hacia la profesionalización y hacia un modelo hoy en día equiparable al modelo OTAN—, pero se podría analizar si se hizo todo lo que se podía hacer —desmontar el Ejército franquista— o simplemente se siguió hacia adelante y por la propia dinámica general fue desapareciendo.
«Necesitamos unas Fuerzas Armadas profesionales y perfectamente dotadas, pero dentro de los parámetros de defensa lógicos dentro del Estado español»
P. ¿Qué hizo bien el Ejército español en estos cinco siglos?
P. Si nos venimos hacia el presente, uno de los elementos que más ha servido para mejorar la visión del Ejército ante la sociedad es la Unidad Militar de Emergencias (UME). Además, es muy significativo porque si lees las publicaciones del Ejército del momento en el que se crea, hay mandos que dicen que se trata de un error que va a desviar una serie de recursos que serían mucho más beneficiosos si se efectuase una reposición de armamento o si se destinasen esas cantidades a otras funciones dentro del ámbito castrense. También la participación en las misiones internacionales bajo parámetro UE y ONU.
P. ¿Y en periodos anteriores?
R. Es un poco complicado. ¿Cuál cogemos? La Guerra de la Independencia es una contienda civil. Los pronunciamientos militares ya sabemos lo que son. Las campañas en el Protectorado… La Ley de Jurisdicciones para pasar a la jurisdicción militar cualquier elemento que se pudiese entender como ofensivo para la patria o para el propio Ejército que es juez y parte, pues tampoco podemos ensalzarlo. La última guerra contra una agresión exterior es la de 1808-1814, pero el resto han sido intentos de cambiar el sistema político mediante el uso de la fuerza. Claro, habrá personas que vean al Ejército como salvador de la patria de forma reiterada ante los conflictos internos, pero es un elemento más ideológico.
P. ¿La historia militar de España que conoce el gran público es una simple colección de personajes que realizaron alguna hazaña singular y han sido convertidos en héroes, y alguna batalla triunfal?
R. La mayor parte de los estudios que se siguen publicando son análisis de campañas, de batallas o elementos de carácter biográficos y no hay una reflexión profunda. Y yo creo que es una reflexión que también nos toca hacer en la actualidad: hay que entender que tenemos un Ejército que pagamos con nuestros impuestos y que cada vez gasta más. El gasto militar está absolutamente desbocado en España —desde julio de 2023 el gasto extraordinario en defensa sube 16.500 millones de euros—, y eso sin que se produzca un debate profundo sobre qué objetivos tiene y qué es lo que está comportando.
P. Quizá influye mucho el contexto internacional, las peticiones de la OTAN de gastar el 2% del PIB en defensa…
R. ¡Pero si ya lo gastamos! Hay una diferencia muy clara entre las diferencias que aparecen en los PGE para el Ministerio de Defensa y lo que es el gasto militar final. En 2023 el gasto en los PGE era de unos 14.450 millones de euros; el gasto militar final, cuando le sumas distintas partidas dispuestas en otros ministerios, como el desarrollo científico o la Guardia Civil, al final te vas a 27.617 millones de euros. Es casi el doble, y cada vez suma más. Habría que replantearse qué modelo de Ejército queremos, porque tenemos uno que no está planteado para cumplir las estrategias de España, sino de la OTAN.
»El submarino Isaac Peral (S-81) ya lleva invertidos, en una sola unidad, 4.450 millones, y le falta todavía el armamento y una parte de los sistemas. Pero es que hay cuatro en construcción y desarrollo, y se piden otros dos más porque Argelia tiene seis de procedencia soviética. ¿Estamos hablando de casi 30.000 millones solo en submarinos? Calma… ¿Para garantizar nuestra autodefensa, qué es lo que verdaderamente necesitamos? Luego nos quejamos que tenemos partes del gasto a nivel social, educativo, de infraestructuras civiles o de sanidad desabastecidas. No estoy proponiendo la desaparición del Ejército, pero sí esa debatir esa idea de que no podemos seguir de forma constante aumentando el gasto militar sin saber de dónde lo vamos a sacar ni a dónde vamos.
P. Max Hastings escribía hace unas semanas en The Times que la mayor lección de la Guerra Fría es la efectividad que tuvo el rearme y que la disposición de la OTAN a luchar fue el mejor elemento disuasorio posible. ¿Comparte esa visión?
R. Hastings es un excelente autor militar y sus libros me encantan, pero en este caso es una forma en la cual entiende él la Guerra Fría y el rearme para mostrar al enemigo que tú tenías mayor poder de destrucción. Lo cierto es que en otras ocasiones las carreras armamentísticas han llevado justamente a las guerras, como las dos Guerras Mundiales. Las dos posturas son bastante lógicas.
P. ¿Qué papel deberían desempeñar las Fuerzas Armadas españolas en este contexto si de usted dependiese?
R. Ver cuáles son las necesidades específicas de la política de defensa española e invertir ahí. ¿Patrulleras para defender nuestras fronteras? ¿Elementos de carácter tecnológico para impedir los flujos de hachís desde el norte de África? ¿Que las dotaciones de Guardia Civil sean mejores? ¿Disponer de unas características de apoyo a la población civil, como decíamos antes de la UME, con mejores equipos? Sí ¿Estar cada diez años diciendo que el modelo de caza está muy viejo? No. Necesitamos unas Fuerzas Armadas profesionales y perfectamente dotadas, pero dentro de los parámetros que marquen las directrices de defensa lógicas dentro del Estado español.