El Papa en una foto de archivo. / Evandro Inetti / Zuma Press / Contactophoto

El mundo se ha tornado peligroso. Las personas, vacías de sentimientos primarios, ahogadas entre la ambición por lo terrenal, nunca finita y la mística de la soberbia que reduce al ser humano a sí mismo, a la insatisfacción de no saberse pleno, a la dura realidad de encontrarse cada día con su soledad engreída, crean un universo oscuro, tenebroso, en el cual prima el ego y solo el ego. El resultado es la muerte de la vida o la vida muerta, dejando quienes representan lo peor del ser humano, un reguero de víctimas incontables, de cadáveres silentes, de huérfanos de la dignidad que renuncian a defenderla ante la vileza de la soberbia de los que no dudan en arrasar con todo para ni siquiera ser ellos. No saben quiénes son, seguramente porque no son nada. Su fuerza solo es producto del miedo de quienes los conllevan o acatan obsecuentemente vivir bajo la miseria ética.