A Xi Jinping le gusta el fútbol y mucho. Desde su llegada al poder en 2012, ha querido trasladar su ‘sueño chino’ al deporte rey con el objetivo de convertir a la selección masculina en una superpotencia mundial. Para ello, puso en marcha un ambicioso plan de tres fases para alcanzar tres objetivos para 2050: clasificarse, organizar y ganar una Copa del Mundo. Sin embargo, más de una década después del establecimiento de la meta, la selección china acumula fracaso tras fracaso.

Desde entonces, se han celebrado tres mundiales, pero China no ha logrado clasificarse para ninguno. En la última Copa Asiática celebrada en Qatar, a la que el gigante asiático renunció a organizar por su política de covid cero, la selección ni siquiera consiguió marcar un gol y se quedó en la fase de grupos tras acumular una derrota y dos empates. 

En el camino, se han invertido cientos de millones de euros para atraer a los mejores talentos extranjeros a la Superliga de China, además de construir escuelas y campos de fútbol por todo el país. Sin embargo, gran parte de la inversión ha caído en saco roto. Muchas de las estrellas que llegaron al país han abandonado sus equipos y numerosos equipos han desaparecido en los últimos años. Mientras tanto, la selección nacional no ha logrado mostrar mejoras significativas. En la actualidad, ocupa el puesto 88 en la clasificación mundial de la FIFA, su peor posición desde 2016.

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Equipo de China durante la Copa Asiática Qatar 2023, partido de fútbol del Grupo A entre la RP China y Tayikistán el 13 de enero de 2024 en el Estadio Abdullah Bin Khalifa en Doha, Qatar.

EP

Una ambición desmedida

La entrada del Grupo Evergrande, una enorme empresa inmobiliaria que se declaró en quiebra en 2023, en el Guangzhou Football Club en 2010 fue el gran punto de inflexión. Esto hizo que, junto al gran interés gubernamental, en los años sucesivos, numerosas empresas también se aventuraran a entrar en el mercado del fútbol, gastando ingentes cantidades de dinero para traer jugadores de renombre internacional. 

China se convirtió en el primer Arabia Saudí del fútbol: una competición con poca tradición futbolística, pero con mucho dinero para pagar grandes traspasos y para ofrecer salarios estratosféricos. En 2015, el Guangzhou Evergrande desembolsó 42 millones de euros al Atlético de Madrid por el colombiano Jackson Martínez. En 2017, los brasileños Oscar y Hulk recalaron en el Shanghai SIPG por cifras récord de 60 y 56 millones de euros, respectivamente.


No obstante, la llegada de la pandemia pinchó la burbuja de un plumazo. De pronto, los grandes jugadores extranjeros que se vieron atraídos por el dinero, se habían quedado atrapados por la estricta política de covid cero. Durante dos temporadas, los clubes se vieron obligados a vivir en una burbuja, al estilo de los playoffs de la NBA en 2020, en el que los jugadores debían entrenar y competir sin poder salir durante meses.

Estas condiciones draconianas resultaron insoportables para muchos jugadores y entrenadores extranjeros, quienes se vieron obligados a pasar largos periodos sin poder ver a sus familias. Hulk, Paulinho y Alex Teixeira fueron algunas de las estrellas que abandonaron el fútbol chino debido a las estrictas políticas de la covid. Mientras tanto, en 2020, la liga china limitó los salarios anuales de los jugadores extranjeros a 3 millones de euros y a los jugadores nacionales a 5 millones de yuanes (aproximadamente 640.000 euros), marcando así el final de la era dorada de la liga.

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Varios clubes profesionales también han ido desapareciendo a medida que los inversores retiraban su financiación. El Jiangsu Suning, uno de los equipos más prominentes del país, se retiró de la competición debido a problemas económicos apenas unos meses después de alzarse con el título de la liga. El Guanzhou FC, anteriormente conocido como Guangzhou Evergrande, se encuentra en serias dificultades financieras y actualmente compite en la segunda división china.

Una lucha incesante contra la corrupción

Además de los desafíos económicos, la competición china también ha sido sacudida por numerosos casos de corrupción. Justo antes del inicio de la Copa Asiática en enero, la principal cadena de televisión estatal emitió un documental en el que el exentrenador de la selección nacional y jugador chino, Li Tie, admitía haber manipulado varios partidos y haber ofrecido un soborno para asegurar su posición de seleccionador nacional, cargo que ocupó entre 2020 y 2021. Posteriormente, fue condenado a cadena perpetua por estos actos. 

No ha sido el único caso de corrupción dentro de la Asociación China de Fútbol (CFA, por sus siglas en inglés). Chen Xuyuan, expresidente de la federación, y otros dos altos cargos de la CFA, Chen Yongliang y Liu Yi, también están siendo investigados por «graves violaciones de la disciplina y la ley». Al igual que en la política, el gobierno de Xi también busca hacer una limpieza en el ámbito futbolístico. 

Desde que el actual presidente asumió el poder en 2012, su principal objetivo ha sido combatir la corrupción, lo que le ha granjeado una considerable popularidad en el país, pero también le ha permitido eliminar a sus adversarios políticos. En la última década, según datos de Reuters, casi 5 millones de personas han sido purgadas, en su mayoría miembros del partido. 

Partido de cuartos de final de la Copa Asiática de 2019 que enfrentó a China e Irán.


Partido de cuartos de final de la Copa Asiática de 2019 que enfrentó a China e Irán.

Ulrik Pedersen

EP

Abu Dhabi (UAE)

Las dificultades económicas y los numerosos casos de corrupción dibujan un escenario poco halagüeño, sin embargo, algunos expertos consideran que esta situación no necesariamente vaya a afectar al objetivo de conseguir que China pueda tener una selección masculina que se clasifique para un Mundial en el futuro. 

«Se han fijado hitos tangibles en tres horizontes temporales distintos, incluso a largo plazo, hasta 2050», explicó Jonathan Sullivan, politólogo especializado en estudios chinos en la Universidad de Nottingham, a The Athletic. «Llevamos pocos años y algunas de las inversiones tardarán años en producir dividendos. Si se invierte ahora en sistemas de formación de los jóvenes, podría pasar una generación antes de que se manifiesten los resultados. Lo mismo ocurre en todas partes, no sólo en China».