«Ya han ingresado el dinero y Tin no ha tocado la pensión». La alarma saltó de inmediato ante los ojos de Erika, su prima: «algo ha tenido que pasar». Se llama Vicente Marrades, lo llaman Tin. No tocó ese dinero. No ha tocado ninguno más. Desaparecido, sin rastro, desde hace casi ocho meses nadie ha vuelto a saber de él.
Su adicción por la droga le llevó a la calle. Desde hacía un par de años, las aceras de la Malvarrosa (Valencia) eran su padrón. Sobrevivía a las amenazas, al frío, al calor. Tin no quería albergues ni comedores sociales, prefería apañarse, solía decir. Hace tiempo que declinó toda ayuda, pero su familia, desde fuera, velaba sus pasos, seguía ahí.
«Sabíamos la vida que llevaba», lamenta Erika ante CASO ABIERTO «y, aunque duele, e intuyes que va a acabar mal, visualizas que algún día pueden decirte que lo han encontrado con una sobredosis tirado en la calle, pero que desaparezca del mapa no».
Tin desapareció. Lo hizo el 25 de julio de 2023. «Desde ese día no sabemos nada de él», explica la mujer. Ha recorrido barrios conflictivos, marginales. Ha llamado a todos los hospitales y ha recurrido, incluso, a la cárcel de PIcassent, «por si hubiera acabado allí». No está. Se impone el silencio. Su dinero sigue intacto. Nadie sabe nada de él.
«El 25 de julio veo que mi primo no había tocado la pensión», retrocede Erika. «Era extraño, no había pasado esto jamás».Tin, 55 años (hoy ya 56), superviviente a los embistes y a su propia adicción, contaba los días para acceder a su cuenta bancaria. Le faltaba ingreso, le sobraba mes.
Guerrillero de la calle, la droga le dejó sin techo, sin hogar, pero cada 25 de cada mes recibía unos 400 euros de pensión. «Yo estaba autorizada en su cuenta y accedo, suelo acceder, por controlar… y es cuando veo que pasan los días y el dinero no lo ha tocado». Tin no quería albergues ni comedores sociales, mal dormía en las aceras, en las Casitas Rosas de la Malvarrosa, siempre vigilante, un ojo abierto y otro cerrado. «Con dinero y sin sacarlo… Algo ha pasado».
La alerta su puso sobre la mesa. «Todos los meses se pasaba por casa de mis padres, venía a comer, a que le lavásemos la ropa». Tras esto, Tin no llegó. «A veces se pasaba por mi trabajo para pedirme dinero, un cigarro, y tampoco lo hizo. Me extrañó también». Arrancó una primera búsqueda, la familiar.
«Empezamos a llamar a hospitales y no había rastro de él, así que fuimos a poner la denuncia a la Policía Nacional». Ya era agosto, recuerda la mujer. «Nos dijeron que lo mejor era esperar, que como tenía la vida que tenía…», revive, «no me quedaba otra, esperé…». Nada mejoró con el tiempo. «Al ver que a los dos meses no aparecía volví a ir. Mi primo no había retirado el dinero de su pensión por segundo mes».
Moreno, 1,87 metros, complexión delgada. Se mueve (y vive) por la zona de las Casitas Rosas. Sin casa, vulnerable, ,con adicción. Se desconoce la ropa que lleva. Los agentes tomaron nota. Tiene un tatuaje en el cuello en el que pone ‘Iker’, es el nombre su nieto. Arrancó la investigación.
El silencio
«Intuyo que la investigación llegó donde llegó…», lamenta Erika. «Mi primo es toxicómano y, supongo que ante este perfil la investigación ni arrancó«. La droga llamó a su puerta a los 16 años. «Intentó salir, estuvo un par de años bien… se metió en ‘Proyecto Hombre’ pero luego volvío a caer». Adicto a la heroína, esta protagonizo y marcó su vida siempre. Lo perdió todo.
Interpuesta la denuncia, los agentes revisaron altercados, reyertas o hallazgos en la zona en la que se solía mover. No constaba nada en la base policial. «Y creo que se quedó ahí. Nosotros sí que fuimos a buscar». Erika, foto en mano, se adentró en el barrio de las Casitas Rosas, «estuvimos preguntando a algunos toxicómanos y nadie sabía nada«, recuerda. «Es más, pasó una patrulla y creo que no buscaron, me acerqué y les dije lo que hacía ahí… y no tenían constancia de la desaparición».
La foto de Tin se compartió en diferentes grupos de la zona en Facebook. «Algunas personas decían que sí, que lo habían visto… pero no, nunca era él. Hemos ido muchas veces y nunca estaba por allí».
Han recorrido zonas que dan auténtico miedo. «Hay gente que nos ha abordado…», describe Erika, «una vez nos dijeron: ‘Sí, está vendiendo pañuelos en el semáforo de Serrano’. Les pregunté, ¿seguro?. Me dijeron ‘sí, sí’. La intención era clara: que nos fuéramos de allí«.
«Un día», recuerda la mujer, «caminando por la Gran Vía de Valencia vi a un par de personas sin hogar y, bueno, resulta que sí conocían a Tin. Me dijeron que a ellos les dijeron que ‘había faltado’, pero no nos dieron más información«. Se impone la ley del silencio. «Supongo que aunque supieran más no pueden hablar».
Ajuste de cuentas
No hay pistas, no hay datos, no hay movimientos y no hay nada que lleve a él. Junto a la descripción de su tatuaje, destaca una línea más. Una cicatriz que le ocupa medio brazo: «desde el hombro al codo, la verdad». La tiene desde marzo, tres meses antes de desaparecer. «Le dieron una paliza e ingresó en el hospital. Nos enteramos porque se escapó de este y vino a casa», revive Erike también.
«El nos dijo que había sacado dinero y que dos personas le habían perseguido para quitárselo, pero creo que no», lamenta. «Para mí que se metió en algún lío o debía dinero, o cualquier cosa, y le pegaron. La paliza lo mismo fue un aviso en el que le dijeron a la siguiente no lo cuentas… y en julio quizá no lo contó». Para Erika existen pocas dudas. «Le desaparición de Tin puede responder a un ajuste de cuentas. Si hubiera sido una sobredosis habría aparecido tirado en cualquier rincón«.
Invisible para muchos, como un alto porcentaje de las personas que no tienen hogar, su familia, que tantas veces ha intentado ayudarle, no se detiene. «Es una pena que su búsqueda pase a un segundo plano por su adicción. Era muy buena persona…». Nadie ha vuelto a verlo por las calles de Valencia. «Hay que buscarlo, es una persona más».