Cautivados por el canto de sirena de las inmobiliarias, que prometen cantidades de dinero cada vez más irresistibles, buena parte de los propietarios de Palma están incluso «contentos» de que el valor de sus viviendas suba desbocado. Las prácticas agresivas de agencias, especuladores y promotoras, muchas de ellas extranjeras, han vuelto a ser noticia esta semana con el buzoneo masivo de publicidades a los residentes para que vendan sus casas, especialmente en los barrios más afectados por la gentrificación, como Santa Catalina o Pere Garau: «Muy pocos vecinos son conscientes de que esto es presión inmobiliaria y de que tiene unas consecuencias fatales», comenta Nael Falo, portavoz de la plataforma vecinal Flipau amb Pere Garau.
Los propietarios ya no se sorprenden con las cartas de inmobiliarias que prometen suculentas ofertas por sus pisos, pero estos días ha trascendido que dan un paso más allá: algunas utilizan los datos privados de los residentes para apelarles directamente o incluso mienten haciéndose pasar por un vecino del barrio que quiere comprar una casa en su finca: «Nos escribió como si fuera un particular, pero googleamos el teléfono de contacto y es de una inmobiliaria», explicó una vecina de Pere Garau hace unos días a este diario. Insisten hasta que el propietario se ve «intimidado», como señaló esta residente, y si no lo consiguen abren el cajón de las artimañas para probar otra vez.
Para el portavoz de Flipau amb Pere Garau, es una «vuelta de tuerca» de las empresas del mercado inmobiliario que acaba favoreciendo las peores consecuencias de la crisis de la vivienda: «El desplazamiento de las clases más bajas a otros barrios o municipios o la paterización de las viviendas en las que residen muchas personas, por ejemplo», enumera Falo. Sin embargo, «ni el 5% de los vecinos están concienciados, la gran mayoría lo vive muy bien al ver que su vivienda vale cada día más. El dinero nos hace prisioneros y está claro que todo el mundo tiene un precio», lamenta.
De esta profunda crisis habitacional se deriva, continúa Falo, una división en la sociedad: los propietarios, que individualmente salen ganando, y los inquilinos, que lo tienen cada vez más difícil. En este segundo grupo sí existe concienciación, pero «poco margen» para actuar. Aun así, hay protestas: esta semana ha sido noticia la campaña del colectivo Brunzit, una entidad de jóvenes que nació hace cerca de un año precisamente para denunciar «el malestar que genera el turismo de masas y los problemas que se derivan, como la gentrificación o la crisis de la vivienda», explica uno de los portavoces.
Los jóvenes colocaron tarjetas en los buzones de Santa Catalina y Son Espanyolet con una crítica directa al mercado inmobiliario. En una de las tarjetas que hallaron los vecinos podía verse una ilustración del barrio de Santa Catalina, con el Hostal Cuba en primer término, y con tres personajes principales: se sobreentiende que en la escena entra una pareja de extranjeros, mientras la abandona una anciana mallorquina. Arriba puede leerse: “Para que ellos lleguen, ella ha de marcharse”. El reverso llama la atención con la frase «¿Quieres vender tu casa?», pero en cuanto se lee más, enseguida se ve un mensaje muy distinto: «¿No sabes pronunciar el nombre de la inmobiliaria? No la vendas. Facilita que las vecinas se puedan quedar en el barrio. No quieras hacerte millonario: la vivienda es un derecho, no una mercancía».
Desde el colectivo Brunzit celebran que la campaña haya provocado tanto revuelo: «Queríamos revertir el mensaje de las inmobiliarias y ha tenido muy buena acogida», comenta uno de los portavoces de la entidad. «Nuestro objetivo es concienciar a los vecinos, porque esta crisis nos afecta a todos, sean propietarios o no, de forma directa o indirecta», añade el portavoz: «Claro que el propietario cede si la agencia ofrece precios desorbitados, pero a costa de crear parques temáticos, como el centro de Palma, que está invadido por los pisos turísticos y ha perdido totalmente su esencia».
Brunzit ha puesto en marcha otras campañas similares, como la de las pegatinas que rezan en inglés: «Esto era un hogar» o «Tu lujo, nuestra miseria» y que están por distintos puntos de la ciudad, y después de la acogida de los flyers, ya están pensando en la próxima: «Queremos concienciar a través de acciones pacíficas. Nuestro nombre es Brunzit [’zumbido’ en catalán] porque molestamos, pero no picamos», detallan.
El Colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria (API) es «el primero» en condenar las prácticas abusivas de las agencias inmobiliarias. Lo asegura la vicepresidenta de la institución, Natalia Bueno: «Tenemos compañeros indignados con estas noticias. Las personas que reciban cartas con datos privados deben denunciarlo en Consumo», señala.
«El Colegio tiene un código ético y deontológico que los colegiados tienen que cumplir, y que prohíbe prácticas como esa. El problema es que hay muchos agentes que se dedican a este mundo sin formación, porque la profesión está desregulada. Sumado a una demanda desorbitada y una oferta escasa, es un cóctel explosivo», lamenta Bueno.
Incluso el Colegio reconoce la presión inmobiliaria y anima a la Administración a actuar: «Las instituciones tienen que tener las miras más largas para estudiar hasta dónde podemos soportar». Hasta ven con buenos ojos iniciativas como la de Brunzit: «Todos somos cómplices del problema de la vivienda. Es bueno que la sociedad se movilice, porque si seguimos así no hay futuro para las próximas generaciones».