«Nosotras vimos la primera llama. La primera mujer a la que pusimos una manta había escuchado a su madre morir por teléfono. No pudo salir del edificio ardiendo, y nosotras solo sabíamos darle abrazos». Amalia Correcher lleva más de una semana dejándose el físico y la salud mental para echar una mano. Trabajando por encima de lo que es sano, pero como explica «ayudar está en nuestra genética».