«La copla es un género fácil de identificar, pero difícil de delimitar», afirma Lidia García, doctora en Filología Hispánica con una tesis sobre la copla, autora del libro ¡Ay, campaneras! y responsable del podcast del mismo nombre, a través del cual divulga e investiga sobre este popular género musical. «La definición de copla es complicada porque, desde el punto de vista musical, no es una sola cosa. Hay coplas con aires de pasodoble, las hay con aires de marcha, otras proceden del cuplé andalucista… Esto hace que no sea un género fácil de ubicar», confirma García. Ana Fernández Cebrián, doctora en Estudios Culturales y Literarios y profesora en el Departamento de Culturas Latinoamericanas e Ibéricas de la Universidad de Columbia, arroja algo más de luz: «La copla recoge una tradición de largo recorrido que incluye, por una parte, géneros relacionados con las artes escénicas desde el siglo XVIII, como la tonadilla, la zarzuela, el cuplé o el flamenco y, por otra, diferentes formas de la lírica popular y del romancero».
El vínculo con la tradición lírica española es, en opinión de Lidia García, muy claro: «Muchas veces se explicita tanto en los títulos, por ejemplo el Romance de la otra, como en las estructuras poéticas o en la manera de aproximarse a los temas. Hay algunas coplas, como Catalina, que interpretaba Concha Piquer en Filigrana, que es un cantar que Menéndez Pidal lo hubiera considerado un romance perfectamente. Aunque no son en absoluto composiciones anónimas, como sucede en el caso de esas referencias, sí hay una serie de recursos poéticos del romancero que se vinculan a la copla. Por ejemplo, la figura de las vecinas del pueblo que opinan y que, en unas ocasiones, funciona como coro griego y, en otras, como romances de ciego».
Otra de las características de la copla es su estructura narrativa. Muchas de estas piezas pueden considerarse pequeñas obras de teatro en las que, dejando a un lado su estribillo y puente orquestal, puede identificarse un planteamiento inicial, un conflicto y un final, que no necesariamente resuelve el problema.
«Aunque es la más frecuente, no siempre se cumple esa estructura. Muchas coplas se limitan a ser una descripción del sentimiento amoroso en los términos en los que suele darse en este género musical. Es decir, de manera muy exagerada y dramática», apunta Jesús Pascual, autor del documental ¡Dolores, guapa! y del ensayo Querer como las locas (Cántico, 2023), que continúa: «Además, hay que tener en cuenta que en las coplas más narrativas, aquellas que sí tienen esa estructura de estrofa-estribillo-estrofa-estribillo, al finalizar con la repetición del estribillo, da la sensación de que el desenlace nunca zanja la narración que se propone en el resto de la canción».
Como adelantaba más arriba Jesús Pascual y desarrolla a continuación, la copla suele ser un amplio catálogo de amores tortuosos, dramas sentimentales y personajes consumidos por el deseo. «La historia suele comenzar cuando ese deseo irrumpe en la vida del personaje protagonista, que acostumbra a ser una mujer. Además, se trata de un deseo que la pone en peligro porque, para saciarlo, debe renunciar a una serie de privilegios y transgredir las normas que le impone la sociedad, como la edad, la clase o el matrimonio». No obstante, además de todo esto que refieren García, Fernández-Cebrián y Pascual, la copla es mucho más.
Reflejo de su tiempo
A pesar de ese vínculo con la tradición lírica española, la copla no fue ajena a la realidad de su tiempo, incluidos los movimientos poéticos de los años 20, 30 y 40 del siglo XX, tal vez las décadas que conforman la edad de oro del género. «La copa es obra de gentes como Ramón Perelló o Rafael de León, poetas cultos que mezclan las metáforas populares con imágenes cercanas a las vanguardias, como podría ser el surrealismo. Además, es importante destacar que eran creadores que componían y distribuían sus canciones a través de los discos, la radio y el cine, medios que respondían a la lógica y los límites de la industria cultural y de consumo surgidas dentro de un sistema capitalista«, explica Lidia García, cuya opinión en lo relativo a las vanguardias es también compartida por Fernández-Cebrián: «La copla está vinculada a los autores de la Generación del 27 o de la Generación de la República, que estudiaron a fondo la tradición de la poesía y la canción popular españolas. El caso de Federico García Lorca sería paradigmático a la hora de entender el trabajo con este tipo de canción popular. En 1931, el poeta grabó un disco de canciones tradicionales andaluzas que había recopilado en pueblos acompañando al piano la voz de La Argentinita. Un año más tarde, en 1932, Lorca y La Argentinita desarrollaron un espectáculo, una serie de estampas o escenas folclóricas, en el que la intérprete bailaba y cantaba estas canciones. Uno de los números que se incluía, Las calles de Cádiz, inspiraría la fórmula de copla que desarrollarían León, Quintero, Quiroga y Piquer después de la guerra».
La Guerra Civil tendría un efecto directo en la evolución de la copla y su recepción por parte del público. Por un lado, el franquismo explotó este género a su favor por entender que representaba la esencia de lo español; por otro, la población republicana que había sido derrotada encontró en sus letras bálsamo y consuelo. «Durante el primer franquismo, muchos de los vencedores se identificaron, a su manera, con el sufrimiento de los personajes de las canciones, que para ellos podían representar a los habitantes de una España aislada por una comunidad internacional a la que culpaban de la pobreza del país. A esa situación se sumaba el hecho de que, muchas de las películas musicales folclóricas de los años 40 se construyeron en torno a canciones que habían gozado de popularidad durante la República, lo que acarreaba una considerable ambivalencia. Tanto es así que el éxito del género entre las clases populares, entre muchas mujeres y entre muchas personas que no encajaban con los modelos del régimen —entre los que se encontraba el propio Rafael de León que, aunque mantenía una posición privilegiada como autor de prestigio de este género musical, compartía el estatus marginado por no formar parte del modelo social propuesto por el régimen a causa de su orientación sexual—, puede explicarse en parte por el hecho de que muchas de las coplas, así como el propio género folclórico, representaban cierta continuidad con los valores de la República», explica Ana Fernández-Cebrián.
Siguiendo este mismo razonamiento, Fernández-Cebrián sostiene que, «el uso de ciertas coplas por parte de los vencidos sería un claro ejemplo de lo que Eve Sedgwick llama ‘lectura reparativa’, que es una de las formas a través de las cuales las personas oprimidas pueden nutrirse de los productos culturales de esa misma cultura hegemónica que intenta eliminarlas». En definitiva, una reflexión que pone de manifiesto que, además de su faceta lírica, musical y sociológica, la copla tiene un enorme contenido político.
«Si todo es político en la vida, cómo no iba a serlo la copla. Además, lo es de una forma muy explícita. Especialmente en todo lo que se refiere a las otredades de género y las otredades sociales», defiende Lidia García, que se pregunta: «¿Cómo vas a explicar la historia de María de la O sin decir que es mujer, pobre, gitana…? ¿O qué decir de Yo no quiero comer contigo, de Juanita Reina, que habla de cuando una mujer pobre se permite rechazar a un hombre adinerado aunque sea su única posibilidad de alimentarse? Definitivamente, las historias de la copla disfrazan de pasión lo que en realidad son problemas estructurales y conflictos sociales«.