Entre los bombardeos y las explosiones se esconde cada vez con menos sigilo la otra gran guerra contra el pueblo de Gaza: la del hambre. Este mes, un informe de las Naciones Unidas señalaba que más del 90% de la población de la Franja se enfrenta a una «inseguridad alimentaria aguda», y UNICEF declaraba que «semejante deterioro del estado nutricional de una población en tres meses no tiene precedentes a nivel mundial«. La situación es especialmente alarmante en el norte, ya que el poco abastecimiento que entra se queda en Rafah y otras partes del sur.
Hay partes de Gaza no reciben ayuda humanitaria desde el 23 de enero. Más de un mes. El Programa Mundial de Alimentos suspendió la semana pasada las entregas de alimentos «vitales» en el norte de Gaza por el «colapso del orden civil» que sufre el territorio. Philippe Lazzarini, comisario general de la UNRWA, advirtió el pasado domingo que los llamamientos de la agencia de la ONU para que el Gobierno de Benjamín Netanyahu permita la distribución de alimentos en Gaza «han caído en saco roto». Según las agencias que operan en el terreno, Israel está forzando retrasos en las entregas. A ello se suman los bloqueos de grupos de la ultraderecha sionista que cortan las carreteras e impiden que la poca ayuda que se destina a Gaza no se envíe. En el puerto de Ashdod descansan desde hace un mes 18.000 toneladas de harina y otros alimentos que no pueden zarpar por la obstrucción de las protestas y la inacción de las autoridades israelíes.
Maazize Nabhan usaría un kilo de esas 18.000 toneladas hasta el último grano. Su familia lleva días comiendo ‘pan’ fabricado de una mezcla de alpiste, pienso para animales y malas hierbas que les vendieron como harina por siete dólares el kilo. «No tiene nada de bueno salvo que llena la barriga», dice Nabhan. Pero llenarse la barriga a cualquier precio ya ha costado vidas. El lunes, Khaled, un niño de dos años y medio, murió envenenado en un hospital pocas horas después de que su abuela Ibtisam le hubiera preparado un almuerzo con pasto y cebada para caballos.
De un pan parecido al que mató al pequeño Khaled come la familia de Amal en Yabalía, al norte de la Franja. Amal y su marido son amigos del periodista vasco Mikel Ayestaran, quien desde hace un mes comparte en su cuenta de Instagram qué come el matrimonio y sus hijos a diario. La dieta de la familia consiste en una comida al día que, a su vez, consta de un solo plato. Este suele ser un arroz cada vez más racionado al que cada día le añaden la hierba o condimento que encuentran, si es que tienen suerte.
Pero no todos pueden costearse el arroz. En febrero, un puñado de este cereal ha llegado a costar 25 dólares. Hamza Abu Toha, que también vive en el norte de Gaza, publicó el jueves pasado en Twitter la foto de un plato con aproximadamente 200 gramos de arroz y un trozo de carne de ternera. «Esta es la provisión de Dios después de cinco días buscando […] un regalo para mi esposa por el nacimiento de nuestro bebé. […] Estos trozos de carne valen 70 dólares, y el puñado de arroz 25», escribió en X.
وأما بنعمة ربك فحدِّث، هذا رزق الله بعد خمس أيام من البحث في محافظة الشمال عن شيء من اللحم لامرأتي التي أنجبت مولودًا، اليوم أسبوع ابني (عليّ)، جعلت هذا الطبق لزوجتي هدية الولادة، لعلك تراها قليلة، ولكن قطع اللحم هذه بـ 70$، وحبات الرز هذه بـ25$، ألا ترى قيمتها تستحق أن تكون… pic.twitter.com/Wo71PXiub8
— حمزة مصطفى أبو توهة (@HamzaAbuToha) February 22, 2024
En una economía donde una comida completa cuesta 95 dólares, sólo unos privilegiados pueden recorrerse la región en busca de alimentos básicos a un precio multiplicado. Por eso, la mayoría de los dos millones de personas que habitan la Franja tienen que inventar con lo que el medio, la naturaleza y la basura le dan: las pieles rescatadas de patatas consumidas hace tiempo, sopas que más bien son infusiones de malas hierbas arrancadas del suelo o las hojas gruesas y fibrosas de la chumbera, que solo comen los animales machacadas en pienso. En un vídeo obtenido por Reuters, Marwan al-Awadeya pela las espinas y corta el cactus en trozos para él y sus dos hijos pequeños.
Con 30 kilos menos que en octubre, Marwan dice: «Vivimos en la hambruna. Lo hemos agotado todo. No nos queda nada por intentar comer». Estas palabras resuenan en Abu Gibril, un anciano que sacrificó dos caballos para alimentar a su familia. Antes de la guerra, los animales ayudaban al hombre a cosechar una parcela en Beit Hanun, según el Times of Israel. Pero ahora ese terreno son escombros, y la única salida para que Abu Gibril dé de comer a sus hijos y nietos ha sido matar a los caballos. A pesar de la necesidad, el anciano ha mantenido en secreto su aprovisionamiento: «Herví la carne con arroz y no le dije a nadie que en realidad nos los estábamos comiendo».
El 90% de los niños, enfermos
Los niños de Gaza son las primeras víctimas de esta hambre atroz. Una infancia no se sustenta con pan de pienso y sopa de hierbajos, y el resultado está siendo letal: muchos pequeños están envenenados, con los labios azules y diarrea. Eso en el mejor de los casos. En el peor están las historias de Khaled y otros tantos. El miércoles solo, cuatro niños murieron desnutridos en el hospital Kamal Adwan, en el norte de la Franja.
En cuanto a los bebés, conseguir leche es una misión imposible. No existe en Gaza. Las madres están dando a sus criaturas dátiles para que chupen de algo dulce y nutritivo al menos. Esta semana, UNICEF ha alertado de que al menos el 90% de los bebés de la Franja están afectados por una o más enfermedades infecciosas, y que el 70% tuvo diarrea en las últimas dos semanas.
La gravedad de la situación en el norte está empujando a los niños de poblaciones como Yabalía o Deir Balah a huir por su propia cuenta hacia el sur de la Franja, donde aunque las penurias sean igual de extremas aún entra algo de ayuda de la UNRWA. Pero Israel lo sigue poniendo difícil: a las limitaciones impuestas a la agencia de la ONU se suma que la policía de Gaza ha cesado de existir en el sur. Los últimos uniformados desaparecieron a principios de febrero tras la muerte de nueve agentes en ataques aéreos israelíes. Sin la policía, se interrumpe el suministro de ayuda y los convoyes quedan expuestos a los saqueadores, según advierten varios funcionarios de la ONU al Wall Street Journal.
Como solución al impasse, Jordania y Egipto han lanzado ayuda humanitaria por vía aérea en distintos puntos de la costa de Gaza. Las imágenes de la llegada en paracaídas de costales de harina y azúcar a la orilla han tenido una gran difusión y han insuflado esperanza, pero los suministros son ciertamente escasos. Los envíos aéreos de alimentos y medicina son bien recibidos por la multitud que se reúne en las playas de Gaza, pero difícilmente podrán abastecer a dos millones de personas que ya no saben dónde buscar la comida.
Crisis sanitaria
Además de la crisis alimentaria, el conflicto actual entre Israel y Hamás en Gaza ha desencadenado una grave crisis sanitaria, particularmente alarmante en lo que respecta a las enfermedades infecciosas. El peligroso cóctel entre una falta de saneamiento e higiene y el colapso prácticamente total del sistema sanitario en la Franja ha creado un entorno propicio para un aumento descontrolado de este tipo de afecciones. De acuerdo con la ONU, en promedio, actualmente hay una ducha por cada 4.500 personas y un retrete por cada 220.
Las cifras son impactantes. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud de finales de diciembre, desde mediados de octubre, se han registrado más de 100.000 casos de diarrea, así como 150.000 casos de infecciones respiratorias, además de brotes de meningitis, erupciones cutáneas, sarna, piojos y varicela. Estas estadísticas son aún más alarmantes entre los niños menores de 5 años, que aglutinan alrededor de la mitad de los casos, unas cifras que son 25 veces superiores a las registradas antes de la contienda.
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Los expertos en salud advierten que la desnutrición aumenta el riesgo de mortalidad por este tipo de enfermedades. Mientras que un cuerpo sano puede enfrentarlas con mayor eficacia, un cuerpo debilitado y desnutrido tendrá muchas más dificultades para combatirlas. La inanición, entre otros efectos, debilita las defensas del organismo y deja abiertas las puertas a las enfermedades.
El hospital Naser, el más importante del sur del enclave palestino, ha quedado fuera de servicio tras la incursión de las tropas israelíes al interior del centro médico el 15 de febrero tras 25 días de asedio, advirtió el Ministerio de Sanidad de Gaza. El generador eléctrico ya no funciona, lo que provocó un corte en el suministro de oxígeno, además del corte de agua corriente, el colapso de la red de alcantarillado y la acumulación de desechos, explicó el Ministerio, que abogó por la evacuación de 120 pacientes que aún están en el hospital y por la liberación del personal médico que fue arrestado por las fuerzas israelíes.
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