Ábalos no usa mascarilla en sus intervenciones públicas, porque «dar la cara es una costumbre en mí». A la hora de no dimitir en público, parecía un castillo derruido o un toro tras la estocada. Rompe con el PSOE y rompe al PSOE, factura y fractura al partido en el que desempeñaba el papel indispensable de hombre duro. Replica al «asco» de Francina Armengol con las «infinitas muestras de apoyo», no es consciente de que los tránsfugas solo son reyes por un día y de que el grupo mixto es el equivalente de los calabozos de aislamiento en los gulags rusos. Sin embargo, el jefe de los comisionistas, por lo menos cuando no ejercían como tales, dista de ser el protagonista principal de una tragedia de izquierdas que está desembocando en astracanada.