Lo urgente, lo inmediato, para Kiev sigue siendo sobrevivir a los bombardeos del Kremlin y contener militarmente a la Rusia de Vladímir Putin que, desde que ordenara la agresión hace poco más de dos años, no se ha movido ni un milímetro de su objetivo de destruir Ucrania. Pero los gestos importan y no hay ninguno más potente a nivel político que pueda conceder la Unión Europea a un país tercero -particularmente si ha sido atacado y está en guerra- que abrir las puertas del club. Por eso, la decisión de conceder el estatus de candidato y abrir negociaciones de adhesión a la UE con Ucrania y Moldavia supone un antes y un después en una Unión que nació como un proyecto de paz y que ha vivido siete ampliaciones en su historia.
El presidente Volodímir Zelenski firmó la solicitud de adhesión el 28 de febrero de 2022, tan solo cuatro días después de que Putin diera la orden de invadir su país. Inmediatamente después su embajador ante la UE, Vsevolod Chentsov, formalizó la petición ante el embajador de Francia ante la UE, Philippe Léglise-Costa, cuyo país ocupaba entonces la presidencia semestral de la UE. «Son uno de los nuestros y los queremos dentro», respondió con rapidez la presidenta Ursula von der Leyen. Un entusiasmo desbordante compartido por el Parlamento Europeo –su presidenta, Roberta Metsola, fue la primera en viajar a Kiev– que solo durante el primer año de la guerra aprobó más de 24 resoluciones en apoyo al país eslavo, incluida la petición de acelerar el proceso de adhesión.
Con una velocidad inusitada para los tiempos habituales de Bruselas, Kiev logró el estatus de candidato el 23 de junio de 2022, cuando no se habían cumplido ni cuatro meses del inicio de la guerra. Para recibir vía libre al inicio de negociaciones, Ucrania –lo mismo que Moldavia– tuvo que esperar hasta el 14 de diciembre de 2023, cuando, contra todo pronóstico, tras las continuas quejas y amenazas de veto del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, decidió ausentarse momentáneamente de la sala de reuniones del Consejo Europeo para permitir al resto de dirigentes adoptar la decisión por consenso. Minutos después dejaba claras sus discrepancias –«es una mala decisión», apuntaba él mismo en las redes sociales– pero la señal política que salió de Bruselas era inequívoca y estaba lanzada.
El marco negociador se retrasa
El siguiente gran paso en el proceso –tras el desbloqueo de los 50.000 millones para Ucrania a principios de febrero– debería llegar este mes de marzo cuando Bruselas informe sobre los progresos de Kiev y presente la propuesta del marco negociador, que establece las directrices para las negociaciones. Un documento que, según avanzó la presidenta Von der Leyen hace unos días, no estará listo finalmente antes de las elecciones europeas del 9 de junio, lo que significa que cualquier conferencia intergubernamental con Ucrania para abrir formalmente las negociaciones no tendría lugar antes del verano.
«Vamos por el buen camino y esperamos que la Comisión también trabaje de acuerdo con el calendario aceptado por el Consejo, que consiste en presentar el informe y el marco de negociación en marzo. No veo por qué es difícil», reprochaba hace unos días el embajador Chentsov. «Que el marco negociador quede para después de las elecciones europeas, tampoco nos queda tanto. Nos quedan dos meses de actividad parlamentaria. No hay que leerlo como una señal de que la Unión Europea se lo está repensando. Lo importante era lanzar el pistoletazo de salida del proceso», entiende el eurodiputado de ERC, Jordi Solé, partidario de mantener «el tono» contra Rusia y el apoyo a Ucrania.
Se trata de un proceso, en todo caso, en el que no habrá atajos y que será extremadamente largo y complicado, particularmente en el caso de un país en guerra que debe garantizar instituciones estables, una economía viable y libre de corrupción. Por ejemplo, Hungría y Polonia presentaron la solicitud de adhesión en 1994 y no entraron hasta 2004. Rumanía y Bulgaria en 1995 y no lo consiguieron hasta 2007, y Croacia en 2003 y no entró hasta 2013. «Es imposible que haya atajos porque no podemos meter en la maquinaria una pieza que no encaje con el funcionamiento del motor porque eso lo griparía», explica el socialista Nacho Sánchez Amor, que descarta avances rápidos no solo porque el país está en guerra –Chipre entró en la UE con una parte de su territorio ocupado por Turquía– sino porque el trabajo de adopción de legislación europea será ingente.
Ucrania, lo mismo que cualquier otro país que aspire al club, deberá hacer reformas y adoptar el conjunto de la legislación europea (unas 110.000 páginas de acervo comunitario) y negociar capítulo por capítulo, que deberán abrirse y cerrarse por unanimidad. «El hecho de que se le haya hecho una oferta a Ucrania no impide que el procedimiento sea el de siempre», insiste el eurodiputado español. Avancen más rápido o más despacio de lo que no hay duda es de que las decisiones de Ucrania y Moldavia (y de Georgia cuando se tome), precipitadas por la guerra, han obligado a Europa a repensar los límites de sus fronteras y a reabrir el debate «dormido» de la ampliación.
«Supone un cambio geopolítico en la percepción por la UE de las fronteras que definen la familia europea, ampliándolas de Lisboa a Lugansk» y es también «una inyección de moral para Ucrania, donde muchos ciudadanos ven la decisión como una señal de que el país no está siendo abandonado. Se trata de un simbolismo vital», destacan Leo Litra y Lesia Ogryzko en un análisis del European Council on Foreign Relations. Hasta que Zelenski prendió la mecha hace dos años, el debate había estado aletargado por la falta de interés en las distintas capitales europeas.
Un futuro a 35
Es cierto que en la cumbre de Tesalónica de 2003 los líderes europeos proclamaron que el futuro de los países de los Balcanes occidentales —Albania, Bosnia y Hercegovina, Macedonia del norte, Montenegro, Serbia y Kosovo— estaba en la UE, pero los conflictos internos habían llevado a Bruselas y a los Veintisiete –el último país en entrar fue Croacia en 2013– a levantar el pie del acelerador. «No habrá nuevas adhesiones si no se resuelven antes los conflictos fronterizos. Este juego de decir que en algún momento tras la adhesión resolveremos el problema, no lo vamos a permitir una segunda vez. Es un problema que habrá que resolver antes de la adhesión o no habrá adhesión», decía a principios de 2018 el entonces presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker.
Esta percepción ha cambiado con la guerra de Rusia. Los Veintisiete han dejado de lado sus dudas y recelos y han abierto las puertas. Quizás no de par en par ni todos con el mismo entusiamos. Pero sí lo suficiente como para relanzar un proceso en el que algunos países de los Balcanes occidentales podrían cruzar antes. Antes de recorrer ese camino, que puede llevar a pasar de un club de 27 a otro de 35 países, la UE tendrá que acometer, tal y como quedó patente en la cumbre de Granada, una reforma interna importante para adoptar una nueva arquitectura institucional que permita al grupo funcionar en una Europa ampliada con cambios profundos en la toma de decisiones y en la financiación europea. Algunos dirigentes como Charles Michelya se han atrevido a poner fecha: 2030.