Tengo seis huevos a punto de caducar en la nevera. Esto es lo que me viene a la cabeza al despertarme, mientras por la radio informan del número de civiles asesinados ayer en las guerras de aquí y de allá. Como hago a diario la compra, trato de imaginarme el bombardeo de un mercado. Veo a la gente con sus carritos, con sus bolsas, yendo de un puesto a otro mientras hacen cuentas de lo que necesitan y de lo que se pueden llevar. Suele haber un decalaje entre lo necesario y lo posible. De súbito, se escucha una explosión que nos deja sordos, sin tímpanos, no oímos nada, ni siquiera el ruido del techo al derrumbarse sobre nuestras cabezas. Los corderos que colgaban del puesto de la carne arden extrañamente. Nos llega un olor a barbacoa loca. Algo húmedo desciende por mi rostro. Compruebo, al llevarme la mano, que es sangre procedente del oído. El humo se levanta como una sábana bajo la que comienzan a aparecer los cadáveres.