El todavía reciente vertido de pellets en la costa cantábrica removió las conciencias. Y también las memorias. Porque las imágenes de voluntarios limpiando playas gallegas no resultan extrañas. Solo hay que sustituir esas bolitas de plástico por una masa negra, densa y opaca para que a más de uno se le erice la piel. Pese a que no hay una fórmula matemática para medir la magnitud de la catástrofe, nadie duda de que el macrovertido que causó el naufragio del ‘Prestige’ es uno de los mayores dramas medioambientales de los últimos 50 años en España. Uno de los mayores, pero no el único. Los demás tienen nombre propio: A Coruña, Aznalcóllar y la Sierra de la Culebra sobreviven con cicatrices. Doñana y el Mar Menor permanecen en la UCI.
Desastre del ‘Urquiola’ (1976)
Nadie en A Coruña olvida esos días de mayo. Cuando entraba a la ría del Burgo, el petrolero ‘Urquiola’ rozó el fondo contra una aguja rocosa no señalada en las cartas de navegación y quedó encallado. No se reportaron daños mayores, por lo que el capitán pidió continuar la maniobra. La Comandancia Marina se negó y ordenó alejar la embarcación 200 millas de la costa. Con la marea más baja, los desperfectos se multiplicaron y el barco quedó herido de muerte. El crudo fluía sin oposición. Durante las maniobras de rescate, se incendió y explotó.
Las consecuencias fueron catastróficas: 100.000 toneladas de petróleo anegaron el litoral de Betanzos, Ferrol y Ares. La pesca de toda la temporada fue arruinada y los damnificados no cobraron las indemnizaciones hasta 1989. La administración culpó al capitán, fallecido durante las labores de rescate, pero su viuda y la tripulación defendieron que todo se desencadenó por errores formales. La sentencia dio la razón a los segundos.
Vertido de Aznalcóllar (1998)
La sombra persigue a Doñana. En abril de 1998 vivió uno de sus momentos más críticos, cuando la rotura del muro de contención de una balsa minera de la empresa sueca Boliden provocó un vertido de 6 millones de metros cúbicos de aguas ácidas y lodos tóxicos. Anegó 4.600 hectáreas. Empezó en el municipio sevillano de Aznalcóllar y se frenó a las puertas del Parque Nacional. El CSIC estima que su impacto fue cien veces mayor que el del Prestige.
Ecologistas en Acción estimó en 30 las toneladas de animales muertos recogidas. Los acuíferos resultaron tremendamente contaminados y se hallaron muestras de arsénico, cobalto, cromo, cobre, mercurio o manganeso. Y la huella persiste. Hace unos años, científicos de las universidades de Granada y Almería tomaron muestras y demostraron que aún hay niveles elevados de acidez y metales pesados. Boliden solo se hizo cargo de la limpieza de los terrenos próximos a la presa (el 10% de la superficie afectada). En 2001, las administraciones iniciaron los trámites para reclamarle 133 millones de euros. Pero, justo antes de la apertura del procedimiento, la compañía hizo las maletas, cerró su sucursal en España y clausuró la mina.
La huella del ‘Prestige’ (2002)
Pocos desastres perviven en la memoria de manera tan nítida como la crisis del ‘Prestige’. En noviembre de 2002, las playas de la cornisa cantábrica se cubrieron de fuel -chapapote-, murieron miles de aves y peces y el impacto económico en la zona, muy dependiente de la pesca y el turismo, fue millonario. Las Rias Baixas, de gran riqueza ecológica, fueron las más golpeadas, pero la mancha se extendió hasta Portugal y Francia.
El hundimiento del petrolero provocó que 65.000 toneladas de fuel se extendieran por el Cantábrico. Todo se tiñó de negro, un color que contrastaba con el blanco del traje de los voluntarios que intentaban limpiar la costa. El lema ‘Nunca mais’ fue transversal y mostró el descontento de una sociedad que se sintió desamparada. Su aliento no pudo salvar a más de 200.000 ejemplares de aves de 90 especies distintas. Tampoco estaba en su mano evitar que la contaminación invadiese toda la cadena trófica. Pescadores y mariscadores lloraron por su futuro. Aún no lo han perdonado.
Incendios de Zamora (2022)
Cada verano, España arde de norte a sur. La ‘tormenta perfecta’ que provoca el cambio climático no ha hecho más que aumentar la superficie que termina arrasada por el fuego. En 2022, Zamora sufrió el que se considera uno de los incendios forestales más voraces de la historia reciente: las llamas redujeron a cenizas más de 57.000 hectáreas en varios episodios casi simultáneos. Siete grandes incendios se sucedieron en una interminable temporada estival. Sumados a otros muchos focos menores, dejaron en la provincia un rastro de devastación. Y se cobraron cuatro vidas humanas. La zona cero fue la Sierra de la Culebra, que ardió de forma casi ininterrumpida desde el 15 de junio hasta el 14 de agosto.
Las autoridades diferenciaron dos ‘megaincendios’, los mayores de la historia de la comunidad, que se colocan también en lo más alto de la lista de los más destructivos en España.
El Mar Menor se ahoga
Nadie sabe a ciencia cierta cuántas décadas atrás comenzó la agonía del Mar Menor, pero sí está en los registros el punto de inflexión. En 2016, las entonces cristalinas aguas mutaron en un líquido turbio, viscoso, una ‘sopa verde’. Los nutrientes -nitrógeno y fósforo- habían llegado a tal nivel de concentración que las algas crecían sin control, tanto que acabaron con el oxígeno del agua. Para encontrar el origen habría que mirar a la agricultura industrial (el 85% de los contaminantes procedería de ella), al crecimiento urbanístico masivo y a la minería. Desde ese momento se produjeron otros dos episodios de mortandad masiva de peces, tan grandes que los cadáveres cubrían enteramente la superficie de este antiguo tesoro natural.
Miguel Ángel Esteve, catedrático de Ecología de la Universidad de Murcia, trazó en un artículo para The Conversation las líneas a seguir para salvar este paraje, entre las que destacan reducir la superficie agraria intensiva, rebajar los nitratos y fosfatos por unidad de cultivo o renaturalizar el Campo de Cartagena.
Doñana, ¿un desierto?
Como Parque Nacional, su protección debería estar enteramente garantizada. Pero la realidad es bien distinta. Las 50.000 hectáreas que conforman Doñana se mueren de sed debido a un fenómeno que tiene dos caras: una natural y otra política. La sequía que azota esta joya de la biodiversidad es su mayor amenaza, un mal que se agudiza en los despachos. Una ley impulsada por la Junta de Andalucía (y finalmente archivada) iba a legitimar el uso indebido de la poca agua que queda en cultivos de regadío. Es decir, daría respaldo a los pozos ilegales que proliferan en toda su extensión. La solución es simple, según los expertos: hay que quitar presión al acuífero del que se alimenta todo el humedal.
Según datos del CSIC, hoy en día el 59% de las lagunas están secas. Las mismas que son el hogar de especies como el lince ibérico o el águila imperial, actualmente en peligro de extinción. También sirve de refugio a aves africanas y europeas en periodos de migración, pero las poblaciones de aves caen en picado, algo impensable en uno de los mayores humedales de Europa.
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ENTREVISTA. Antonio Figueras, investigador del CSIC
«El ‘Prestige’ requiere una monitorización que nadie ha hecho»
Biólogo y profesor del CSIC, Antonio Figueras vivió en sus carnes cómo fue la gestión inicial de la crisis del ‘Prestige’. Más de dos décadas después, recuerda el desafío que supuso hacer entender que Galicia enfrentaba una situación grave.
-¿Cómo fueron esos primeros días tras el desastre?
-En aquel momento era el director del Instituto de Investigaciones Marinas y por eso me incluyeron en el comité asesor. Después me empeñé en mantener el tema abierto. En Galicia estamos tan acostumbrados a que haya accidentes (cada día pasan por su costa unos 40 barcos) que había que mostrar que esto era serio. Inmediatamente, mandé a un grupo de mis investigadores a la zona de Muxía para ver si podían recoger alguna muestra. Recuerdo una fotografía impactante: un cubo lleno de fuel con un palo de fregona clavado. No se movía, era muy denso, y estaba llegando a la costa. Había que intervenir ya. Así empezó todo.
-¿Por qué no se ha vuelto a bajar al barco?
-Se bajó una vez, en 2008. Lo autorizaron a regañadientes. Entonces se dijo que el ‘Prestige’ seguía contaminando, pero poco. Aun así, requiere una monitorización que nadie ha hecho. No siempre ocurre así: décadas después del desastre del petrolero ‘Exxon Valdez’en Alaska, los expertos siguen trabajando en la zona. Aquí, la financiación solo duró tres años. Nadie se plantea ahora bajar al pecio. Lo mismo que ocurrió en Aznalcóllar, donde hubo un programa de seguimiento en su día y ya nadie sabe en qué estado se encuentra, pese a que el vertido fue monumental.
-Los fondos marinos no se recuperan rápido.
-Lo cierto es que no lo sabemos, porque en los proyectos de investigación no existe una continuación en el tiempo. De hecho, falta la base, la referencia. Asumiendo que la costa se ha normalizado, podríamos trazar una línea sobre cómo están los ecosistemas, la densidad de las poblaciones… Para que, si hay otras catástrofes, podamos comparar el antes y el después. Me llama mucho la atención el desprecio sistemático que hay hacia el conocimiento. Somos una especie que está condenada a vivir en este planeta que llamamos Tierra, pero es agua. Todo lo que ocurre depende de lo que pasa en el mar.
-¿Hemos aprendido algo?
-Algo conseguimos, pero la vida real y los despachos funcionan a un ritmo muy distinto. Nos falta ser más profesionales. Estamos en una península, rodeados de agua, con un tráfico de mercancías monumental, y debemos estar preparados para actuar sin pensar. Mejor prevenir que tener que curar.
-En estas ocasiones, ¿pesa más la política que la ciencia?
-Es evidente. Solo hay que ver el caso de los pellets. La playa de La Pineda, en Tarragona, lleva décadas llena de ellos y nadie ha hecho nada. Que en Galicia, porque hay unas elecciones autonómicas, se mueva todo el mundo para rascar votos me parece indecente.
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