Es el partido de sus vidas. La gran mayoría de los jugadores del Mallorca no se han visto en otra igual a lo largo de su carrera. Esta vuelta de las semifinales de la Copa del Rey ante la Real Sociedad es un regalo, uno de esos duelos que cualquier futbolista siempre quiere jugar.
No falta motivación, pero tampoco existe ninguna obligación de jugar la final. Deben intentarlo, solo faltaría, pero es un reto ideal para sacar provecho del orgullo que supone haber llegado tan lejos en el torneo del KO. Quedarse fuera sería un palo, una desilusión, pero en ningún caso un drama y eso debe actuar a su favor.
Desde este teclado es fácil escribir que deben salir a jugar sin miedo porque la presión es para los donostirarras, pero la realidad es que el Mallorca volverá a luchar por un título el 6 de abril en Sevilla si realiza el partido perfecto. Y esto es posible, por supuesto. La Real tiene más argumentos, pero en el fútbol hay miles de ejemplos en el que la balanza cayó del lado del que no era favorito.
Superar esta penúltima ronda sería un premio increíble para una generación de profesionales que hace tiempo que defiende este escudo como Abdón, Raíllo, Dani y compañía, pero también para el club, que hace tiempo que hace muchas cosas bien y que está creciendo de forma imparable. Ojalá el mallorquinismo se vaya de fiesta. Se lo merece.
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