¿Son extrapolables al resto de España los resultados de las elecciones gallegas celebradas el pasado domingo? Decenas de columnistas, de uno y otro signo, han pasado la semana debatiendo sobre tan complejo asunto, para pasmo de cualquier observador con un mínimo de sentido común. Pues claro que lo sucedido en Galicia tiene una lectura nacional. ¿O es que, de haber perdido el PP la mayoría absoluta, no estaría Feijóo ahora mismo camino del exilio, empujado, no tanto por los contrarios, sino por los suyos? ¿Y eso significa que en Galicia no se den circunstancias singulares que no se repiten en otros territorios? Pues tampoco. Por supuesto que las hay. Pero también esas elecciones reflejan tendencias de fondo, de observancia universal. Y esas son las que importan.
1. La izquierda demediada. Podemos ya no quiere asaltar los cielos. Ni tampoco puede. No combate ni a la derecha ni a la extrema derecha. Lucha contra el resto de la izquierda, no por su propia supervivencia, sino por el exterminio del camarada. Ha sacado menos votos que los animalistas del PACMA. Sumar no suma. Resta. Es una (hipotética) estructura de poder, imposible de definir y que no ofrece razón concreta para votarle. Ha sacado menos papeletas que Vox. En Galicia, patria de la vicepresidenta Díaz, no es récord pequeño.
2. La socialdemocracia devaluada. Si te presentas ante los electores, no como actor principal, sino como figurante, como tal te van a tratar. El PSdG ha obtenido el peor resultado de su historia. ¿Qué esperaban? La dinámica política que, con especial esmero por parte del PSOE, se ha instalado en España, ¿qué mensaje envía? El de que la solidaridad interterritorial ha decaído, en beneficio de los intereses particulares de cada comunidad. Entonces, ¿por qué votar al PSOE, que gobierna en Madrid, si es a Madrid a quien hay que robarle la cartera en cada esquina y ande yo caliente, ríase el resto? ¿Por qué votar a un partido que ya no abandera un proyecto transformador de la sociedad sino que sólo propone su propia supervivencia? Antes, el centralismo consistía en sojuzgar a la periferia. Tal parece que en la nueva formulación de Sánchez, el centralismo consiste en que la periferia haga lo que quiera, siempre que, por su propio interés, en Madrid lo mantengan a él. En ese esquema, el PSOE, como tal partido, tiene las de perder. Trasladado a la Comunitat Valenciana, ¿qué papel quiere representar la ministra Morant, la primera secretaria general del PSPV no votada por la militancia, representante de un Gobierno de cuyas decisiones es corresponsable pero en cuya política no tiene margen de decisión alguna? Llueva o haga sol, malo.
«Los populares en la Comunitat tienen dos escollos que sus conmilitones gallegos no enfrentan: la ultraderecha y la cuestión de la lengua»
3. El nacionalismo se renueva. El BNG ha hecho muchas cosas bien hasta consolidarse en estas elecciones como la verdadera alternativa al PP. Se ha extendido a todos los territorios, no dando ninguno por perdido. El premio ha sido ser la segunda fuerza más votada en las cuatro provincias gallegas. Y ha acentuado su discurso progresista, sin renunciar al identitario, pero sin poner éste último en primer plano. El equivalente al BNG en la Comunitat Valenciana sería Compromís. ¿Alguien cree que ese es el camino que los nacionalistas valencianos han tomado? Todo lo contrario. Compromís está recorriendo la senda inversa. Renunciando a tener voz más allá de las Torres de Serrano. Atrincherándose en un discurso esencialista que cada vez menos electores entienden. Echando por la borda todo lo que consiguió años atrás en términos de movimiento identificable con políticas netamente de izquierdas gracias a la aportación de Iniciativa, fuerza ahora en liquidación. El nuevo nacionalismo, el del BNG o el de Bildu, apuesta por un mensaje claro de esperanza a los jóvenes y pesca cada vez más en ese caladero. Y busca nuevos líderes en esa línea. Compromís tenía que optar aquí por el pasado que representaba Baldoví o el futuro que encarnaba Aitana Mas. Ya saben en qué quedó la cosa: irrelevancia en Madrid, guerra civil en València. De Águeda Micó no se acordará nadie en unos años, a Baldoví lo jubilarán cuando acabe la legislatura y a Mas le quedan cinco minutos para irse a su casa. Un pan como unas tortas. Olvídense de contar con ellos durante un tiempo, salvo en redes sociales.
4. La derecha, crecida. El PP gallego se ha mimetizado con el territorio. Y con sus gentes. Le votan porque es el más estable y porque no pone en jaque ninguna de las cuestiones de fondo que pueden alterar a un votante. No molesta, no tensiona, no crispa, ¿para qué cambiar? ¿Está el PP de Carlos Mazón en la misma situación? No. Pero trabaja en ese sentido. Los populares en la Comunitat Valenciana tienen dos escollos que sus conmilitones gallegos no enfrentan. Uno es la ultraderecha. Allí es irrelevante. Aquí, indispensable para mantener algunos de los más importantes gobiernos, incluido el de la Generalitat. Pero es cierto, como se ha escrito ya mil veces en apenas siete meses, que el Vox de aquí está más domesticado y menos asilvestrado que el de otros predios, y que Mazón va camino de deglutirlos. La segunda cuestión es más peliaguda: la lengua. El PP de Galicia ha hecho del gallego lengua propia. El PP de la Comunitat Valenciana no es capaz de hacer lo mismo con el valenciano, por miedo a perder votos en Alicante, una provincia donde la mitad del territorio y la mayoría de la población no es valencianoparlante, y en una parte no pequeña de Valencia, donde el problema es que ni siquiera se ponen de acuerdo en cuál es la lengua a defender. Zaplana consiguió cerrar esa brecha. Mazón, sin que se sepa por qué, la abrió nada más llegar, dando alas a los secesionistas, y ahora le toca remar para volver a taponarla. Pero los populares tienen aquí una situación sólida, porque tras sólo una legislatura han vuelto a ser el partido más votado en las tres circunscripciones, mientras que la izquierda sigue sin ser capaz de encontrar un relato coherente para toda la Comunitat, que pueda defender por igual en las tres provincias.
Así que, sí. Galicia puede ser un espejo. Otra cosa es que para algunos sea el del callejón del Gato.