Homenaje a Navalny en Berlín. / EFE

Ser opositor en Rusia es algo nocivo para la salud. Estos días ha muerto Alexander Navalny en una gélida prisión ubicada en el Círculo Polar Ártico. Navalny, nacionalista, atractivo y dominador de las redes sociales era el principal opositor a la dictadura de Putin y un firme denunciador de la corrupción de su régimen. Según las autoridades se sintió mal después de hacer ejercicio… y falleció. Es difícil de creer. Navalny era un hombre joven, fornido y con aspecto muy sano hasta que fue detenido. Primero enfermó extrañamente en un vuelo doméstico y se salvó porque le trasladaron a Alemania para tratarle a vida o muerte. Una vez recuperado decidió regresar a Rusia sabiendo muy bien lo que le esperaba, y allí fue inmediatamente detenido con mil excusas y metido en prisiones que empeoraban con cada nueva condena que recibía, hasta acabar en el Ártico en unas condiciones que cabe imaginar terribles. Se diría que su muerte era algo deseado por las autoridades o al menos algo que no les importaba que sucediera. Lo ignoro, nunca sabremos si hubo o no órdenes de acabar con su vida, pero tampoco importa porque si no lo hubieran encarcelado en las duras condiciones que le impusieron estaría hoy vivo. Por eso Biden ha acusado a Putin de una muerte que ha causado consternación en todo el mundo. También Trump la ha condenado aunque luego se ha atrevido a compararse con Navalny diciendo que ambos son perseguidos injustamente. Alguien debería evitar que dijera tantas estupideces. Lo curioso es que la condena de Trump se hizo sin citar a Putin en ningún momento, como si no tuviera nada que ver, y eso ha llevado a Nancy Pelosy a preguntarse por la extraña influencia que Putin parece tener sobre él. Ella cree que Putin tiene «algo» sobre Trump y que ese algo debe ser «financiero»… pasado, presente o futuro. Cuando uno actúa así da pábulo a todo tipo de teorías.