Ribadavia, meta de la tercera etapa del O Gran Camiño, era hasta este sábado tierra de pulpo -presumen junto a la vecina localidad de Carballiño de servir el mejor de Galicia pese a no tener mar- y también la cuna del Ribeiro. Esto hasta que apareció un prodigio danés llamado Jonas Vingegaard vestido con la marca de la tierra, Zara, que por primera vez desde la creación del imperio textil ha decidido patrocinar una prueba deportiva.
Surgió como un obús, como un mago sobre la bici, que en vez de hacer juegos de mano, trabaja con sus piernas a un ritmo infernal, yo contra todos y todos contra mí, incapaz de que nadie, por muy bueno que sea, pudiera neutralizarlo.
Si en vez de haber ocurrido en el O Gran Camiño y en las carreteras de Ourense el ataque de Vingegaard se hubiese producido en el Tour habría escrito, por sí solo, una página dorada en la legendaria historia de la ronda francesa.
Todos contra mí y yo sumando segundos de ventaja. 21 kilómetros para ver una y otra vez en YouTube las próximas semanas; una escapada de mérito que tiene que asustar -en febrero, que nadie lo olvide- al más refinado de sus oponentes y entre ellos a Tadej Pogacar, que todavía no ha iniciado el curso ciclista.
No hay día de entrenamiento para Vingegaard. Le da igual que llueva y haga un frío de mil demonios, como el viernes, o que refresque más de la cuenta camino de Ribadavia, siempre a orillas del cercano río Miño. Le da absolutamente igual porque él, como abanderado del ciclismo contemporáneo, no desaprovecha una ocasión sea en Galicia, como ahora, o sea en cualquier otro lugar del planeta. Ganar, ganar y ganar es su lema. Lo hizo el viernes, lo repitió el sábado y seguro que nadie quiere apostar lo contrario este domingo, en la última etapa, la reina, del O Gran Camiño.
En la meta de Ribadavia, donde el agua respeta a los aficionados, se cocina el pulpo en grandes ollas y en los bares cercanos a la línea de llegada se degusta el vino de Ribeiro; todo normal si no fuese un sábado diferente, si el pueblo y con ellos los vecinos de los alrededores no se hubiesen volcado con los ciclistas, porque es difícil que vuelvan a tener algo tan espectacular, tan emocionante y tan exquisito como ver levantar los brazos a un doble vencedor del Tour, el máximo aspirante a la victoria el próximo julio, y quién sabe si la suerte y las fuerzas lo acompañan para convertirlo también en el ganador de la Vuelta.
“¡Ataca Vingegaard!”, grita en la meta de Ribadavia Juan Mari Guajardo, el narrador por excelencia en las carreras ciclistas españolas como lo fue Daniel Mangueas que se pasó 40 años animando las llegadas del Tour. Quedan 21 kilómetros de fantasía, Vingegaard contra todos; contra Richard Carapaz, campeón olímpico y vencedor de un Giro; contra un recuperado Egan Bernal; contra Carlos Rodríguez, frenado por el frío; contra David Gaudu, ahora el mejor de los franceses, y contra todos aquellos que se están formando en el arte del ciclismo.
Se va, y aunque quedan 21 kilómetros y fugados por delante como el catalán David de la Cruz o el aragonés Pablo Castrillo, ya es fácil adivinar el nombre del vencedor de la tercera etapa. Y eso que Castrillo se engancha a su rueda para sentir el contacto de un fuera de serie y hasta para tener el honor de ver como Vingegaard le pide relevos. ¡Si pudiera haberlos dado!
Ya hizo un milagro al aguantar una decena de kilómetros a la estela del astro danés para demostrar que este joven corredor de Jaca, de 23 años, tiene casta de campeón en las filas de la mejor escuadra para talentosos ciclistas de futuro como es el Kern Pharma, que este año estará en la Vuelta y también en la Volta y la Itzulia.
Castrillo se despega porque Vingegaard va a una velocidad de ráfaga en la bajada y también en los repechos donde tiene prohibido quitar el plato grande; faltaría, que por algo ha ganado dos veces en París.
En la meta se escucha un estruendo de tal envergadura que ni los fuegos artificiales de la fiesta mayor. Golpes a la publicidad de las vallas que hacen emocionar hasta a Vingegaard antes de levantar los brazos para ganar su segunda etapa y ser todavía más líder de la ronda gallega. Oda a un campeón ciclista, a un genio de la bici y a un espectáculo bárbaro cada día que actúa sobre su mágica bicicleta.