Hubo un tiempo en el que entre esculturas, pinturas y fotografías también fue fabricante, tendero y diseñador de muebles. Lo hizo incluso a nivel industrial. Siempre dijo que su primera pasión había sido la arquitectura, la profesión que exploró sin título. Antes quiso demostrar que el diseño también podía cambiar la vida de las personas. Después indagaría el valor del espacio y los volúmenes como factores liberadores. Si alguien representa la capacidad de integrar y relacionar las distintas manifestaciones del arte es Néstor Basterretxea.
Entre el legado de este artistas vascos que el 6 de mayo cumpliría cien años figuran los elementos más conocidos como el mural de la Basílica de Arantzazu, la escultura ‘Izaro’, -símbolo del Parlamento Vasco- o la ‘Paloma de la Paz’ de San Sebastián. Pero el sello de Basterretxea está en más de una casa y oficina. Alguna de sus obras menos conocidas son el escritorio ‘Bermeo’, -en recuerdo a su localidad natal-, el ‘Diván H’ o la silla ‘Kurpilla’.
Basterretxea fue un visionario al que el tiempo ha dado la razón. Sus colecciones y sus muebles han aguantado bien el paso del tiempo. Aún hoy rezuman sabor a vanguardia y modernidad. Su atrevimiento por impregnar el estilo japonés o nórdico en el mobiliario de la España de los 60 fue todo un atrevimiento.
El Museo de Bellas Artes de Bilbao ha querido recuperar esa faceta menos conocida por el gran público del autor, compañero de fatigas de Jorge Oteiza, otro gigante de la escultura vasca. Lo ha hecho con una muestra monográfica ‘Néstor Basterretxea. Diseño y arquitectura’ en la que recupera dos de sus facetas artísticas más solapadas por la proyección de su obra como escultor. Comisariada por Peio Aguirre, Pedro Feduchi y Pedro Reula, a lo largo de más de un centenar de objetos se pueden descubrir no sólo algunos de sus muebles sino proyectos arquitectónicos, maquetas, material fotográfico y distintas piezas de diseño industrial.
Nació en la localidad vizcaína de Bermeo en 1924. Durante la Guerra Civil su familia se exilió en Francia primero y, en 1942, en Argentina. Fue en Buenos Aires donde se formó en el instituto Huergo. Allí dio sus primeros pasos en la publicidad y la pintura y conoció a Jorge Oteiza. En 1952 regresó a España tras haber ganado el concurso para la ejecución de los polémicos murales de la cripta de la Basílica de Arantzazu en Oñati (Gipuzkoa), que terminarían enfrentándole a la Iglesia.
Desplazamiento de ejes, equilibrio y utilidad
Su incursión en el ámbito del diseño de mobiliario dio un paso importante en 1958 de la mano del mecenas de vanguardias artísticas y constructor Juan Huarte. El edificio que acababa de construir en Madrid para su familia había que decorarlo. Encargó a Basterretxea y Oteiza hacerse cargo de su piso. Satisfecho con el resultado, dos años más tarde Huarte fundó la empresa de mobiliario moderno ‘H Muebles’, en la que Basterretxea sería uno de los referentes. El llamado ‘Divan H’, en honor al constructor, fue uno de sus elementos más emblemáticos. El estilo que imprimió a los muebles era innovador: desplazamiento de los ejes, la búsqueda del forzamiento del equilibrio y siempre buscando la utilidad y el disfrute.
Para entonces, Basterretxea ya se había consolidado entre los artistas de renombre. El autor vasco formaría parte del equipo artístico del Pabellón de España en la Exposición Internacional de Bruselas de 1958. A Basterretxea y Oteiza la añoranza les hizo pensar en dejar la capital y regresar a Euskadi. Decidieron comprar un solar en Irún, junto al río Bidasoa y la frontera con Francia. El inmueble que a modo de casa-taller ambos, junto al arquitecto Luis Vallet, diseñaron estuvo terminado en 1958. Fue, de algún modo, la vía para satisfacer la vocación que desde muy joven había mostrado y sobre la que, junto a su hermano pequeño, Ander, arquitecto de formación, continuaría explorando.
Aquella incursión en la arquitectura, que también está presente en la muestra del Museo de Bellas Artes, no supuso abandonar el diseño. Más aún, en 1961, junto con dos socios, se lanzó a fundar un negocio: una tienda de muebles modernos en San Sebastián. Se llamó ‘Espiral’. De nuevo las líneas nórdicas y de influencia oriental están presentes. Fue una experiencia breve de apenas una colección y unos pocos proyectos de interiorismo. Al año siguiente, su faceta como diseñador de muebles continuó en calidad de director artístico en ‘Biok’, una joven empresa de muebles de Irún. Basterretxea se encargaría del diseño de los muebles, sería el responsable de supervisar toda la producción.
Faceta arquitectónica
El objetivo pasaba en aquellos años sesenta por competir con el ‘italian desingn’, de moda en la época. Se convirtió en socio de la empresa, se volcó en la faceta publicitaria, que también exploró, y fue el encargado del diseño de los stands de las ferias a las que acudían a mostrar sus productos.
Mientras sus diseños por fin tenían una línea de producción industrial en la que reflejarse, la economía del sector comenzaba a reorientarse por conceptos como la versatilidad, lo modular y el ajuste de costes y producción. Compaginar esa cultura con la apuesta por lo artístico se hacía cada vez más difícil. Para entonces, Basterretxea era un referente en la escultura, el cine, la pintura y la decoración. Dos años más tarde, en 1970, comienza a desvincularse de ‘Biok’.
En la exposición que el miércoles se inaugura y que permanecerá hasta el próximo 26 de mayo, está muy presente la otra gran pasión de Basterretxea, la arquitectura. Aquella casa de Irún era grande como para acoger a otro artista más, su hermano Ander, arquitecto titulado. La relación entre ambos permitió a Néstor diseñar esa arquitectura que ideaba pero que no podía firmar. Ander se encargaría de sellar con su aval sus diseños. Basterretxea hablaba de las “volumetrías arquitectónicas”. Un modo de concebir la arquitectura con un enfoque escultórico y plástico.
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