Das a tu familia un mensaje de buenas noches antes de acostarte; tranquilo, ilusionado y con la única preocupación de descansar porque al día siguiente tienes que afrontar una nueva jornada de trabajo. Pero, de repente, suena una sirena que no es el despertador habitual, sino una bomba. Y ya nada vuelve a ser igual. No lo es para los ucranianos desde el pasado 24 de febrero de 2022, la madrugada en la que Rusia lanzó la invasión a gran escala del país.
Nada fue igual desde entonces para Ellina Zakharchuk, ni para Yana Holub, ni tampoco para Oksana Kunikevych, tres mujeres ucranianas a las que no sólo une el mismo centro de trabajo, sino también la huida de un país en guerra. Un viaje hacia un lugar seguro que les permitiera evitar quedar atrapadas en el tiempo. “Estaba en Kyiv y me despertó el estruendo de las bombas. Una amiga me dijo dos días después que vio pasar los tanques rusos desde su ventana», cuenta Kunikevycha a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica.
Holub también escuchó aquella noche las primeras bombas cerca de su barrio. «Escribí a varios amigos que vivían cerca y nadie podía dormir, ellos también escuchaban lo mismo. Me dijeron que preparase una maleta con las cosas más esenciales. Cuando hice la maleta estaba en estado de shock, mi cerebro no funcionaba normalmente, y metí cosas al tuntún en una pequeña mochila».
Muchos viajaron con lo puesto, cruzando las fronteras en condiciones precarias, en largos trayectos en autobús o en tren, interrumpidos constantemente por la caída de proyectiles explosionando contra la tierra. Una guerra iniciada por Vladímir Putin que no cesa y ha provocado cientos de miles de muertos, ha alterado el orden mundial y continúa desafinado a la Unión Europea y la OTAN.
«Nos llevó unas 12 horas, porque el tren se detenía constantemente, veíamos los proyectiles impactar desde la ventanilla y cosas ardiendo. Dudaba de si había tomado la decisión correcta», rememora Oksana Kunikevych, de profesión lingüista. Una vez allí, observó cómo se iba convirtiendo en un «centro de viajes». «Cada día iba a la estación de tren para repartir comida y ayudar porque había mucha gente esperando días en la cola para pasar la frontera y muchas eran madres con niños pequeños, cansados, llorando. Fue muy difícil emocionalmente».
La guerra a gran escala en Ucrania inicia su tercer año, alargando una situación extrema de inseguridad, incertidumbre y miedo. Han pasado dos años y, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), cifra en más de seis millones de refugiados ucranianos, de los cuales 4,3 millones están en Europa. 188.000 llegaron a España, según las cifras entregadas a este diario por la embajada de Ucrania en España.
A un país que desconocen completamente, por más que sientan un «atractivo cultural y de refugio». Adaptarse y aprender el idioma del país de acogida a contrarreloj ha sido un desafío más para comenzar una vida desde cero.
En el transcurso de estos dos años, la vida de los desplazados por la guerra de Ucrania ha cambiado de forma inimaginable. Aunque la guerra estalló realmente en 2014, con la anexión de Crimea por parte de Rusia y la invasión de las regiones del Donbás.
Próxima parada: Barcelona
«Es difícil de creer que hayan pasado dos años. Echo de menos Kiev y Ucrania cada día, estar lejos es muy doloroso en estos momentos. Espero volver algún día», confiesa Kirill Bigai, CEO de la empresa ucraniana de aprendizaje de idiomas online Preply. De los 150 empleados, 45 se trasladaron al comienzo de la guerra a la oficina de la empresa en La Rambla en Barcelona.
La startup decidió entonces poner en marcha un equipo de de emergencia de diez personas que trabajaba 24 horas al día, 7 días a la semana para poder ayudar a los 150 empleados y a sus familias que en ese momento residían en Kiev. Lo llamaron proyecto ‘no dejar atrás a ningún prepler’, y trataba de hacer todo lo posible para garantizar la seguridad de los que estaban allí y la llegada de los que vinieron. «Les facilitamos todo tipo de ayuda, desde títulos de transporte para poder buscar un lugar seguro dentro o fuera del país, hasta ayuda financiera o apoyo psicológico», ha concretado el cofundador de la compañía.
Allí ya se encontraba Ellina Zakharchuk, entonces asistente de dirección de Bigai, que viajó días antes para hacer trámites burocráticos y «ya no pude volver a casa», ha sostenido. «Llegué con una pequeña maleta y nada más. En ese momento, comenzó la guerra y ya no tuve la oportunidad de regresar a casa. No tenía nada conmigo, apenas unas pocas pertenencias».
Pese al infortunio, Zakharchuk se siente afortunada, porque había estudiado un máster en Barcelona con anterioridad, ya conocía la cultura. Lo tuvieron peor los que se quedaron en Ucrania, según su relato. Como su madre, que pasó dos semanas en los refugios antiaéreos de Lugansk a resguardo de las bombas y vio cómo destruían su hogar y su negocio. «Su situación era extrema y terrible a nivel psicológico, porque todo lo que teníamos se desplomó en un momento. Mis abuelos decidieron mudarse al otro lado de Ucrania, en la frontera con Rumania. Pero mi madre se vino aquí conmigo, ahora también está aprendiendo castellano y buscando un nuevo trabajo. Tiene nuevos retos», ha explicado.
En el momento que Zakharchuk se asentó en Barcelona tenía un nivel de español básico, que ha ido mejorando gracias a las clases tutorizadas a través y a la interacción con los hablantes nativos. Su próximo objetivo es aprender catalán, «vivo aquí y respeto a mis vecinos y quiero comunicarme con ellos, he notado que te miran de manera diferente cuando intentas decir cosas en catalán».
El propósito es seguir hacia adelante, pero con la mirada y la preocupación puesta en su país. «Si uno sigue las noticias aquí en Europa y en los Estados Unidos parece que todo está tranquilo, pero en Ucrania no es así. Cada mañana leo la prensa para entender lo que está sucediendo en diferentes regiones de Ucrania, hablo casi todos los días con mis abuelos y mis amigos que viven en Kiev para comprender la situación en la ciudad, pero mi perspectiva es que la guerra no va a terminar en los próximos años«, ha protestado.
Yana Holub, diseñadora de contenido en la plataforma de aprendizaje de idiomas, tuvo que escapar de los bombardeos en Kiev en autobús antes de organizar su salida del país y desde entonces sigue a la espera de noticias sobre su padre, militar desaparecido en los primeros días del conflicto armado. «Hay una investigación», ha manifestado de forma escueta. La joven ucraniana recuerda perfectamente el día cuando empezó la guerra. Se iba de escapada con sus amigos para esquiar a la montaña. «Había muchas conversaciones, también en las redes sociales, sobre el riesgo inminente de que la guerra estallara, pero en mi entorno no nos lo creíamos», ha revelado. Después, decidió salir de Ucrania por su propia salud mental, mientras que su madre tomó la decisión de quedarse.
Una vez en Barcelona, Holub tendría que hacer frente a muchos desafíos, entre ellos aprender el idioma a marchas forzadas. «Me siento afortunada porque me gusta mucho la cultura española», dice. Lo que más echa de menos es a su gente, a su familia y a sus amigos. «Aunque esté satisfecha con mi vida día a día y con mi rutina, aún siento esa ansiedad persistente y una herida que creo que no se va a curar«.