Llantos y ataques de ansiedad. Personas absortas con el espectáculo. Otras que corrían de un lado para otro. Abrazando a sus familiares. Gritando. Retransmitiendo en videollamada el mayor incendio desatado nunca en la ciudad de València. Los primeros instantes para todos aquellos vecinos que lograron escapar a tiempo de la inmensa pira originada en el piso 86 de una finca de Campanar estuvieron dominados por el pánico y la perplejidad.
La primera persona en hablar con este periódico fue Adriana Banu. Entre las insistentes llamadas de los vecinos de la finca, preocupada por cómo iba a organizar el realojo de algunos de ellos, Banu explicaba que había visto a personas pidiendo auxilio des los balcones de la sexta y la novena planta. «No sé si los han rescatado», decía entre sollozos. «Mi hija ha sido la última en salir del edificio, porque el fuego ha empezado en un extremo y ha ido saltando de escalera en escalera de manera rapidísima», contaba la administradora.
Y añadía en su relato un motivo de consuelo que sin embargo no aplacaba tanta inquietud: «No sabemos qué ha podido pasar porque en la instalación no tenemos gas, todo funciona con energía eléctrica. La fachada es de acoubon, un material con aluminio que no es precisamente combustible, aunque sí es cierto que la fibra que protege este revestimiento sí puede prenderse. Y tal como está esto no sabemos qué pasará con todos los vehículos eléctricos que hay aparcados en tres sótanos de garaje», indicaba. «Al menos, el seguro que temeos el solvente».
Rai, una vecino que huía con su mujer y su hijo en dirección sur por la Avenida de Maestro Rodrigo, contaba cómo se había metido el fuego en casa. «Se ha pegado fuego una casa vacía y ha empezado a pegarse fuego todo, los cristales explotaban, se nos ha venido el fuego con nosotros dentro en cuestión de minutos», relataba este treinteañero afincado en Campanar. «El tema es que los bomberos están más preocupados del fuego que de nosotros, estábamos ahí dentro sin nada, tragando todo el humo. Hemos conseguido sacar a un vecino tetrapléjico, pero dentro seguía gente y les están diciendo que pongan trapos debajo de las puertas».
Otra vecina llevaba metida en el cuerpo la sensación de haber puesto un pie en el infierno, pero el miedo no ocultaba su enfado: «Ha sido horrible. Ha ardido todo en cinco minutos. He cogido a mi hijo y hemos escapado, pero lo he perdido todo. Nos vendieron que era una finca de alto standing. ¿Dónde está aquí el alto standing?», se preguntaba indignada.
«¡Se está quemando mi casa!»
Poco a poco se iba perimetrando la manzana y la Policía, a veces a empujones, desalojaba a vecinos y curiosos de la zona más cercana al fuego. Necesitaban espacio para desplegar el amplio contingente de bomberos y sanitarios, pero también prevenían desgracias mayores, pues las lluvia de placas de revestimiento envueltas en llamas era constante. A medida que los agentes ensanchaban el perímetro crecía el nerviosismo entre los vecinos directamente afectados, y uno de ellos tuvo un encontronazo con un policía. «¡Pero deja de empujar, que se está quemando mi casa, joder!», decía entre lágrimas de frustración, y enseguida abrazaba al agente. Rendido.
Eva Herrero estaba con su familia viendo desde la distancia, como casi todos los vecinos desalojados, cómo se calcinaba su piso. Apenas podía hablar. «Nos ha pillado dentro. El fuego estaba dos pisos abajo, hemos llamado al conserje y el hombre ha ido puerta por puerta avisando a la gente y buscando el piso donde se ha originado el incendio. No había nadie en casa. Parecía que el fuego iba a ser solo por fuera, algo controlable, pero no han tirado agua en ningún momento», lamentaba la veinteañera, acompañada de un familiar que momento más tarde tuvo una pelea con un curioso, otra vez producto del nerviosismo.
Sin alarmas ni aspersores
Por su parte, un matrimonio residente en el séptimo piso del edificio lamentó que no sonaran las alarmas para alertar del incendio ni se encendieran los aspersores. La pareja, que se encontraba dentro de su vivienda al iniciarse el fuego, salió del edificio para ir a visitar a su hija y, en ese momento, se percataron del fuego en el interior. «No hay derecho a que no funcionen las alarmas ni los aspersores en un edificio residencial». El hijo de ambos, que paseaba por la zona justo en el momento en el que se inició el incendio, reiteró que este se propagó por el resto de plantas en cuestión de minutos y que, pese a que los bomberos llegaron a los pocos minutos, «tardaron mucho en empezar a tirar agua» sobre el edificio.
Uno de los vecinos que vivía en el piso noveno del edificio incendiado -donde las fuentes consultadas han explicado que residen numerosos ciudadanos de nacionalidad rusa y ucraniana- aseguró haberse despertado como consecuencia del olor a quemado. «Estaba durmiendo y me ha despertado el olor a humo». Inmediatamente después, salió de la vivienda junto con sus mascotas (un perro y un ratón en una jaula). Allí acudió rápidamente su familia para acompañarle mientras el incendio consumía el edificio.
Un agónico rescate
Pese al amplísimo perímetro establecido por la policía, decenas y decenas de curiosos siguieron concentrándose en gran medida en la avenida General Avilés, en la zona del antiguo Campanar, hacia donde se dirigía la gran columna de humo y ceniza, dificultando la respiración por momentos y obligando a muchas personas a utilizar mascarillas para respirar con cierta normalidad.
También cundió el miedo entre las familias de las fincas aledañas por varias razones, muchas a los pies de sus propios edificios, primero porque el viento amenazaba con desplazar el fuego a sus casas pero también por el agónico rescate de un bombero que, subido a una grúa bamboleante, en medio de las llamaradas, se jugó el tipo para salvar a una pareja atrapada en la séptima planta. La gente ovacionó la gesta. Fue una pequeña catarsis. Pero el fuego siguió devorando el edificio de 14 plantas hasta dejarlo en el esqueleto.
«¿Por qué no han tirado agua hasta que el edificio no se ha quemado?»
El inicio del incendio, que tuvo lugar a primera hora de la tarde, pilló a la mayoría de los vecinos por sorpresa. Los que estaban dentro de sus viviendas en el momento en el que este empezó, alertaron rápidamente al conserje del edificio, quien procedió a llamar puerta por puerta al resto de vecinos para alertarles del peligro y animarles a salir de sus casas ante el aumento de las llamas y el humo.
Los vecinos, que tuvieron que presenciar en primera persona como el fuego consumía sus viviendas, lamentaron que, pese a que los bomberos llegaron al lugar a los pocos minutos de dar el aviso de incendio, estos «tardaron mucho» en empezar a echar agua sobre el fuego. «Parecía que iba a ser solo por fuera pero no han tirado agua en ningún momento. ¿Por qué no han tirado agua hasta que el edificio no se ha quemado?, lo han dado por perdido».
Durante toda la tarde y la noche se desplazaron hasta el lugar del incendio numerosos efectivos de policía, bomberos y sanitarios, además de taxistas que fueron avisados por radio para acercarse a la zona y ayudar a trasladar a los afectados de menor gravedad a los hospitales. «Ha sido muy sorprendente cuando hemos llegado. La gente estaba en los balcones pidiendo auxilio», aseguraba uno de los policías que estuvieron en la zona.
Además de las personas que residían en el edificio, muchos animales sufrieron las devastadoras consecuencias del incendio. En este sentido, el Hospital Veterinario de Aúna, situado en Paterna, ofreció sus servicios para atender de urgencia, y sin coste, a los animales afectados por el incendio. Durante la tarde y noche, diferentes entidades mostraron su solidaridad con los vecinos, ofreciendo comida y ropa. El Levante UD fue uno de los que se movilizó para enviar ropa del club a los afectados por el incendio.