Jacqueline Aramuni casi no tiene tiempo estos días para derramar lágrimas. Esta mujer ha decidido enfocar su vida a tratar de recuperar el cadáver de su hijo, Maximiliano Camino, que murió mientras luchaba en uno de los frentes de la Guerra de Ucrania, supuestamente por el ataque de un dron, cuando estaba apenas a 15 pasos de una trinchera y a 250 de los militares rusos en la zona de Andriivka.
Esta ciudadana, natural de Venezuela, pero residente en Santa Úrsula desde hace 21 años, espera que las negociaciones diplomáticas den sus frutos y las partes en conflicto se otorguen una tregua para recuperar los cuerpos de ambos bandos. Pero, a día de hoy, es una incógnita que los restos puedan ser recuperados y repatriados a Tenerife.
Maximiliano Camino Aramuni también nació en Venezuela, pero desde los 11 años se estableció en el norte de Tenerife con su madre. Medía 1,80 metros y era delgado. La Isla le resultaba demasiado tranquila y pequeña para sus inquietudes y su forma de ser. Desde que tuvo edad para trabajar se marchó para hacer su vida en otros países, que él consideraba más dinámicos. Cuenta su progenitora que estudió Informática y siempre trabajó fuera del Archipiélago. De hecho, según explica Jacqueline Aramuni, Maximiliano regresaba a Tenerife a descansar y a ver a su familia. Él definía esos paréntesis en su vida habitual como «retiros espirituales». Para su madre, era un hombre con espíritu aventurero, que viajó por numerosos países a lo largo de su vida. «Era emprendedor, montó muchas empresas, pero no era constante», manifiesta Aramuni.
Esta ciudadana de Tenerife está convencida de que su hijo no fue a combatir a la guerra de Ucrania por dinero, «sino por vivir una aventura más». Aclara que el dinero que perciben los soldados como mercenarios no es excesivo y, además, según Jacqueline, no disponen del mismo para enviarlo a sus familiares con carácter inmediato.
Este miércoles recibió un correo electrónico del consulado español en la capital ucraniana, Kiev, en el que le confirman que Maximiliano tiene la condición oficial de «desaparecido». Para ella, esta denominación es una «figura administrativa», a partir de la cual poder hacer gestiones para tratar de recuperar el cuerpo.
En los últimos días, Jacqueline no para de hacer gestiones, realizar llamadas, buscar todo tipo de información en internet y de aprovechar sus contactos en diferentes países. La pasada semana estaba acostada en la cama, destrozada por el dolor de haber perdido a su hijo en esas circunstancias.
Fallecimiento
Se enteró de que Maximiliano había fallecido el martes de la semana pasada, 13 de febrero. Y se vio sin apoyo de nadie. Pero la llegada de sus hermanos desde Venezuela la ha llenado de fuerza para afrontar la singular batalla para recuperar el cuerpo de uno de sus cuatro hijos. Admite que «me estoy medicando, por supuesto». En los últimos días ha hablado con el personal del Defensor del Pueblo, con diputados, alcaldes. En la jornada de ayer recibió el compromiso de la Presidencia del Gobierno de Canarias para realizar trámites que ayuden a que su causa no caiga en el olvido.
Insiste en que no le queda otra opción que agotar todos los recursos a su disposición para obtener su objetivo. En las primeras jornadas se encontró con el obstáculo de que «nadie tenía información» de dónde se hallaba el cuerpo. Pero ella aprovechó la tecnología e internet para conseguir datos.
Maximiliano estuvo encuadrado en el batallón número 1 de la compañía de Infantería Charly 3 del Regimiento A7420 de los soldados internacionales.
A pesar de las denominaciones oficiales, esta mujer luchadora halló una página internet rusa en la que soldados del régimen de Vladímir Putin festejaban la victoria en los enfrentamientos de Andriivka. En el portal había comentarios «horrorosos», según ella. Apunta que en el listado de todos los soldados abatidos del bando ucraniano figura una foto y el nombre de su hijo: Maximiliano ‘Caleb’ Camino Aramuni. Como apodo militar, el hombre tinerfeño utilizó el nombre de su hermano mayor.
Jacqueline comenta que no quiere volver a ver esa página por la crueldad que muestra. Recuerda que su segundo hijo tenía doble nacionalidad: venezolana y española. Y está convencida de que a los rusos les llamó la atención de que un venezolano estuviera en uno de los frentes de Ucrania luchando contra los intereses de Rusia.
Los últimos meses de Maximiliano fueron complejos y difíciles de entender para muchas personas. En 2023, recuerda su madre que estuvo en Venezuela, Barcelona, Estados Unidos, Polonia y Alemania. Su familia tiene la certeza de que su primer contrato laboral para acudir como soldado a la guerra provocada por la invasión de Rusia a Ucrania se firmó y se hizo efectivo en octubre del año pasado. Después, tras un periodo en el conflicto bélico, sus familiares saben que estuvo en Alemania y que supuestamente trabajó en un depósito de la firma Amazon.
Y, posteriormente, volvió a ser contratado por una empresa para enrolarse como mercenario. «Todo es un negocio», sentencia su madre. Maximiliano tenía informado a su padre, que reside en Estados Unidos, de sus intereses por acudir al conflicto bélico.
Según relató a su madre tras la muerte de su segundo hijo, el progenitor le dijo que si volvía a la guerra «que se olvidara de que tenía padre». Fue un último intento de convencerlo de que no acudiera a la guerra. Sin embargo, ese esfuerzo resultó infructuoso y nada frenó a Maximiliano en su objetivo de volver a ser soldado. Además, cortó cualquier comunicación con su padre.
Cuando conocían los vínculos que tenía con su familia, de orígenes humildes, pero muy unida, algunos de sus compañeros mercenarios le preguntaban qué hacía allí, señala su madre.
En las semanas previas a morir, según explica Jacqueline, su hijo vivía en la casa del sargento de su batallón. El 11 de febrero, en unas circunstancias que todavía están por aclarar, el soldado hispano-venezolano fue alcanzado por el ataque de un dron ruso.
En base al testimonio conocido por sus seres queridos, otro mercenario de origen colombiano trató de recuperar el cuerpo de Maximiliano y llevarlo a la trinchera, pero ese hombre también fue acribillado por militares rusos en el mismo lugar. Un acto de valentía que no tuvo resultado positivo.
Esta vecina de Santa Úrsula cree que algunos gobiernos deberían impedir que se recluten soldados, a cambio de dinero, sin experiencia ni formación militar para combatir en primera línea. «Lo que estoy pasando, por supuesto que ninguna madre lo quiere vivir», comenta. Por ahora, tiene fuerza, pero teme que, con el regreso de sus hermanos a Venezuela, ella vuelva a vivir la tragedia desde la cama. Y afirma: «Los hijos no son de uno, sino de la vida y de lo que ellos deciden».