La fuente de las lágrimas se representa hoy en Alicante. / INFORMACIÓN

Como he recordado más de una vez, la vida de Federico García Lorca fue un sueño de contrarios hermosamente conciliables: pasión y desengaño, soledad y multitud, infancia y destino, placer y miedo, angustia y libertad, gracia y profecía, tradición y vanguardia, catolicismo y mitología, pueblo y categoría, vida y muerte, mito y realidad…; y en medio de todo: mucho misterio, mucho duende, mucha duda por resolver. Una de ellas fue, con escaso margen de error, su deliciosa y enigmática relación con Emilia Llanos Medina, apenas un año más joven que el poeta y vinculada a la vida de éste desde bien temprano, sobre todo en el ámbito intelectual y afectivo de las primeras décadas de aquella Granada de jóvenes intelectuales que frecuentaban la tertulia de El Rinconcillo. Desde el primer momento, Emilia destacó por sus inquietudes artísticas, por su amor a la lectura (en especial por el dramaturgo belga Maurice Maeterlinck), por su amistad con Manuel de Falla, con Ismael González de la Serna, y por su trato exquisito con personalidades del momento como Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí.