La invasión rusa de Ucrania no solo forzó a Europa a diversificar sus fuentes de suministro, sino que puso en marcha una carrera por incrementar la soberanía energética del continente. El pánico al desabastecimiento de gas y el aumento desorbitado de sus precios, a medida que el Kremlin convertía el suministro en un arma de guerra y recortaba significativamente las exportaciones por tubería al continente, aceleraron la búsqueda de soluciones creativas. Y una de ellas fue la construcción de nuevas plantas regasificadoras, instalaciones industriales que devuelven al gas transportado por barco en estado líquido su naturaleza gaseosa. Nada que objetar, si no fuera porque la capacidad que se está construyendo supera con creces la demanda de gas prevista en Europa para los próximos años. Una demanda que ha caído un 20% en desde 2021, según datos del Institute for Energy Economics and Financial Analysis (IEEFA).