El día a día de Esther Acosta volvió a empezar el 8 de agosto de 2001, cuando sufrió un ictus isquémico a los 24 años. Recién licenciada en Bellas Artes, y una vez superado el primer golpe, tuvo que adaptarse a los problemas asociados a la discapacidad, que no siempre son físicos y mentales: también sociales. El pasado sábado 10 de febrero estaba montada en un tren Iryo que iba de Málaga a Córdoba. La echaron, asegura, tras acusarla de estar cometiendo un fraude. La empresa, sin embargo, lo niega.