Los grandes titulares que se deslizan de la frenética jornada electoral gallega se pueden resumir en tres: el PP resiste, el BNG avanza y el PSOE se hunde. Los dos últimos, íntimamente relacionados. En una campaña absurdamente nacionalizada con los grandes temas del Estado en lugar de la realidad cercana, con la mayor participación de la democracia y toda la historia por escribir, el trasvase de votos de un bloque a otro sigue sin producirse. Que se lo digan a la izquierda.
En el PSOE hay pocos paliativos posibles para una derrota de estas características: los socialistas no sólo alcanzan el peor resultado de su historia en las elecciones gallegas, sino que lo hacen a costa de un BNG con fuerzas renovadas, más amable y dialogante, pero que no renuncia a sus principios fundacionales. En medio de un debate nacional en torno a la amnistía, en Galicia el independentismo ha devorado al socialismo.
Lo que esto quiere decir es que el votante gallego, uno de los más duales de España, se mantiene impasible dentro de su espacio de confianza. Prácticamente todas las transferencias se hicieron entre tres partidos. El BNG (26 escaños) rompió su techo histórico, el PSOE atravesó su suelo (9) y el tercer socio del Gobierno central, Sumar, se quedó sin representación.
Especialmente hiriente es el resultado en contexto con la participación. La izquierda fiaba su victoria en la creencia de que las mayorías absolutas del PP —con esta, la quinta consecutiva— se debían al pasotismo del votante progresista, que veía las elecciones perdidas y decidía quedarse en casa. No fue así tampoco, y las papeletas se dispararon hasta el 67%, otro máximo histórico.
Sin embargo, todo resultó ser un espejismo y lo que arrancó como una jornada electoral que prometía ser histórica se convirtió en un batacazo como todos los demás. Seguramente, el más aciago para la izquierda desde que Emilio Pérez Touriño perdió la Xunta por un escaño en los recuentos de 2009.
Otra cosa que refleja la noche del 18 de febrero es que la teoría de la evolución no existe en Galicia, que sigue siendo el gran almacén de votos del PP. Además, el partido sigue demostrando una incomparable capacidad de resistencia ante unas elecciones complicadas, las primeras sin Alberto Núñez Feijóo y frente a una candidata peligrosa, Ana Pontón, a la que la campaña electoral sentó especialmente bien.
El Bloque, que históricamente era la pata del PSOE, se ha beneficiado de hacer una oposición resiliente y se ha comido a toda la izquierda. No hay más lectura posible que el espacio progresista sigue existiendo en Galicia, pero que ahora sus votantes eligen al BNG como defensor de sus intereses.
No siempre ha sido así. Precisamente porque el votante progresista gallego siempre se queda dentro del bloque progresista, hubo una época en la que todo funcionaba al revés y el BNG el que se plegaba al PSOE, primero, y a las distintas formaciones de la izquierda transformadora (AGE, En Marea…), después. Siempre hay uno.
Este 2024, Pontón ha logrado sellar la reconciliación del espacio político, recuperando a los díscolos de Anova que abandonaron el BNG y que llevaban 12 años vagando en el desierto de las mareas municipalistas y los pactos con Podemos. La izquierda ha premiado a quien ha sabido moderar su discurso y a quien lleva veinte años picando piedra en los territorios por encima de José Ramón Gómez Besteiro, el quinto candidato socialista en cinco elecciones.
Ante esta perspectiva, el BNG crece en todas las provincias, tanto en voto como en escaños, y en todos los municipios salvo en 20. Es más, logra ser primera fuerza en el Vigo de Abel Caballero y crecer un 10% en toda la circunscripción de Pontevedra, pero esta subida sólo le reporta 3 escaños; en comparación, el PSOE pierde casi un 9% pero sólo arrastra 2 diputados menos.
De hecho, tanto socialistas como populares han empeorado sus porcentajes en las cuatro provincias. En el caso del PP, su caída en A Coruña (1,7%) y Lugo (1,2%) apenas le ha hecho perder dos escaños y pierde votantes en un 63% de los municipios. La del PSOE, más estrepitosa, le hace perder porcentaje de voto en un 86% de los municipios.
No obstante, los números fríos no son un buen retrato sobre las elecciones gallegas. El PP perdió la mayoría absoluta en 2005 con un 45,8% de los votos (37 escaños), y la ganó siete años después con exactamente el mismo porcentaje (41). Todo depende de cómo se dividan los votos en cada circunscripción, donde Ourense y Lugo (históricamente más conservadoras y rurales) están sobrerrepresentadas.
Un porcentaje que sí importa es el de entrada en el Parlamento. En 1992, Manuel Fraga elevó del 3% al 5% el mínimo requerido para tener escaño; todo lo que esté por debajo se va a la basura aunque los números sean suficientes para obtener representación. Esto último es lo que le ocurrió a Galicia En Común (ahora Sumar) en 2020 en A Coruña, con votos que siempre se quedan en el bloque de la izquierda, sobre todo en el BNG.
Porque si una cosa está clara es que los gallegos contrarios a la gestión del PP han encontrado su casa en el partido de Ana Pontón, que no sólo supera con creces su resultado de 2020 sino que rompe su máximo de 1997, la única vez que consiguieron superar al PSOE. Su líder era el carismático Xosé Manuel Beiras, que abandonó el partido en 2012.
Ese año fundó Anova, un partido de corte nacionalista de izquierdas que se presentó a las elecciones en coalición con la Izquierda Unida de Yolanda Díaz, entonces bajo el nombre de Alternativa Galega de Esquerda (AGE). El proyecto se lanzó dos meses antes de las elecciones, rebañó 9 escaños y le hizo perder 12 a la suma de PSOE y BNG.
Como ya se ha dicho, los votos siempre quedan en casa. AGE se desintegró antes de acabar la legislatura y su herencia política devino en En Marea, la marca gallega de Podemos. La historia volvió a repetirse en 2016 y la coalición sacó 14 escaños, todos robados del PSOE y BNG. Con la desaparición de las mareas, esos votantes quedaron en disputa y son los que explican el crecimiento del Bloque desde entonces.
También son los que explican la deriva de la delegación gallega del PSOE, el PSdeG, que nunca ha sabido recuperar los números del bipartito (2005-2009). El dualismo del votante gallego, que vota distinto dependiendo si son elecciones autonómicas o generales, se malinterpretó, y Besteiro planteó la campaña en clave nacional. La conclusión: venía ya de los peores resultados de su historia hace cuatro años y se hundió todavía más
De hecho, casi se podría decir que el afán del PP por meter con calzador la amnistía en campaña contra el PSOE —y el suyo por seguir el juego— ha provocado el efecto inverso al esperado. El BNG de Pontón, sin ir más lejos, respalda la amnistía con tanta o más fiereza que los socialistas y no ha salido para nada perjudicado.
Quien sí lo ha hecho ha sido la pata débil del Gobierno, Sumar, que no alcanzó ni siquiera el 2% de los votos a pesar de desembarcar como candidata a su portavoz parlamentaria, Marta Lois. Todos los votantes de Yolanda Díaz se han pasado en masa al BNG; tanto es así que en su pueblo natal, Fene, apenas sobrepasó el 4% y los 300 votos de sus vecinos. Menos que Vox.
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