Los guardias civiles que iban a bordo de la pequeña zodiac en el puerto de Barbate la noche del 9 de febrero no pudieron defenderse de forma efectiva de la embarcación grande que a toda velocidad se les venía encima. De hecho, pese a la creciente violencia que muestran los narcos en el sur, el criterio policial de coherencia, oportunidad y proporcionalidad (lo llaman COP) produce que sean muy escasos los tiroteos de Fuerzas de Seguridad del Estado contra los traficantes. Pero no siempre se aplicó, en democracia, ese procedimiento operativo. Hasta 1990 el Estado apretaba el gatillo.
Siguiendo con interés el caso de Barbate y la situación en el Estrecho, el capitán de corbeta Fernando Novoa relata a El Periódico de Cataluña, del Grupo Prensa Ibérica, desde su retiro vigués: “Yo disparé a una lancha de traficantes”.
Habla Novoa tras la misma noche del 16 en que, al cumplirse siete días del doble asesinato de guardias en Barbate, tres agentes del cuartel de esa localidad gaditana han resultado heridos, intentando parar una pelea entre clanes de hachicheros librada… en pleno cuartel de la Guardia Civil.
La algarada suma detalles para los múltiples debates que ha abierto la muerte atroz de los agentes David Martínez y Miguel Ángel González en la dársena de Barbate: si mereció la pena la orden de echarse al agua, si estaban desamparados o infradotados, si la Armada debe sumarse en la lucha contra el narco, si Armada y Guardia Civil han de confluir hacia un modelo nuevo de guardacostas, si el narco está crecido pese a las altas cifras de detenciones…
“Detengan las lanchas”
El abril de 1981, el entonces piloto de helicópteros de la Armada Fernando Novoa participaba en unos ejercicios del buque en el que estaba alistado, el portaaviones Dédalo. Era comandante y piloto de un Sikorsky SH 3D, Sea King, el helicóptero que servía para lucha antisubmarinos al que era principal buque de guerra de España.
El apunte en la hoja de servicios de un, por entonces, joven jefe de escuadrilla es lacónico: “El día 29 se efectúa otra salida a la mar con alumnos de la ENM (Guardamarinas de la Escuela Naval de Marín), en el transcurso de la cual detengo dos lanchas de contrabandistas de tabaco, intimidándolas con un revólver por la ventanilla del helicóptero y teniendo que abrir fuego contra una de ellas que rehusaba detenerse”.
Tres lanchas fueraborda de traficantes se cruzaron con el Dédalo y su grupo de escoltas cuando corrían hacia la costa gallega. Novoa volaba por delante de otros tres helicópteros. “Desde lo alto se las veía ir a toda velocidad, una delante de otra”, recuerda. El oficial comunicó el avistamiento al Dédalo, y como respuesta recibió la instrucción: “Intercéptenlas”.
Orden de disparar
Era el segundo día de maniobras, en un Atlántico y unas rías que por entonces recorrían con creciente audacia los pilotos de las lanchas de los patrones de la mafia de Galicia, que ya había comenzado a derivar del apetitoso negocio del tabaco al suculento tráfico de la droga.
En 1981 aún faltaban diez años para que naciera el Servicio Marítimo de la Guardia Civil, y la Armada tenía las competencias de guardacostas. Aquel día, además, iba a bordo del Dédalo el almirante Saturnino Suanzes, fundador de una renovada Arma Aérea de la Armada.
Cuando los helicópteros se pusieron por delante del convoy de traficantes, lo que hoy llamamos narcolanchas, con su cargamento a la vista, se disgregaron. Una de ellas se resistía a parar. Desde el Dédalo preguntaron: “¿Llevan armas?”. Novoa, como comandante, llevaba un revólver. La dotación de los otros helicópteros iba desarmada. El Dédalo ordenó que dos de las aeronaves regresaran al portaaviones para embarcar a un infante de Marina cada uno con su armamento. A Novoa, entre tanto, le comunicaron: “Está autorizado para abrir fuego”.
En ese momento abrió la ventanilla y disparó dos veces contra la lancha. “Lo hice yo por asumir la responsabilidad si algo salía mal -cuenta-. Disparé a la proa, y los tiros se ahorquillaron a babor y estribor. Nadie resultó herido”.
No hubo daños personales, y las lanchas se detuvieron. Una de ellas tiró para la isla de Ons, donde trató de esconderse el piloto. Los contrabandistas se entregaron al Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA). “Los cogieron, pero al día siguiente estaban en la calle”, recuerda. Durante la carrera, los traficantes fueron tirando su carga al mar. “Cuando volvimos a buscarla, ya la habían cogido toda los pesqueros de la ría”, cuenta.
Novoa rememora que fue el almirante quien ordenó disparar. Fue por preservar el principio de autoridad. “No quería que una orden de la Armada fuera desobedecida de esa manera y a la vista de todo el mundo”, cuenta.
Un disparo mortal
La introducción de droga en España siempre ha sido un pulso de la osadía y velocidad de las lanchas de los contrabandistas contra los medios que interpone el Estado. Entre ellos, policías y guardias civiles abordando embarcaciones.
Fernando Novoa fue, después de su paso por la Armada, y colaborando con la Xunta, el fundador del servicio autonómico de Salvamento Marítimo de Galicia en los primeros 90. Pero también ha sido instructor de policías del Grupo Especial de Operaciones (GEO) en técnicas de abordaje.
Desde que apretó dos veces el gatillo de su revólver hasta ahora, el narcotráfico ha ido variando desde un arranque de clanes de la heroína y la cocaína en las rías gallegas a una virulenta extensión de las mafias del hachís en el Estrecho y los cárteles del negocio de la marihuana en el creciente verde español. “En el pasado un piloto de una planeadora no se echaba encima de agentes policiales”, comenta el oficial.
Ha habido en el tiempo transcurrido tiroteos entre policías y narcos, sobre todo si los agentes se han aproximado a un almacén o secadero de droga. Pero en el mar el uso de armas desapareció cuando aún faltaba un año para que el juez Baltasar Garzón desatara la Operación Necora. Fue una noche desgraciada.
El 26 de ocutbre de 1989, una patrullera aduanera ordenó detenerse al barco Bucéfalo en aguas al suroeste de A Coruña. El Bucéfalo era una antigua minadora de la marina nazi, jubilada y subastada tras la II Guerra Mundial. La había comprado uno de los clanes de la droga y el tabaco para convertirla en lanzadera, previamente abanderada en Honduras.
La Bucéfalo llevaba 300.000 cajetillas de rubio, y una tripulación de cuatro gallegos de Arousa y cinco marineros griegos. A uno de ellos, Victoris el cocinero, le costó la vida que el barco no se detuviera y que el capitán del SVA Guillermo García Caparrós, en plena carrera en el agua, ordenara disparar una ráfaga de ametralladora. Una bala tuvo trayectorial fatal. Doce años después, la Justicia obligó al Estado a pagar 15 millones de pesetas (90.000 euros) a la familia del muerto. El SVA no dispara desde entonces en persecuciones sobre las olas.