Comenzó a emitir estos días La 1 de TVE un programa titulado “El mejor de la historia”, en la que los españoles han de decidir qué personaje español ha sido el más influyente en el devenir de este país. Compiten políticos, comunicadores, literatos, científicos, cantantes, militares y, por supuesto, personajes relacionados con el mundo del deporte. Y aunque, a escala isleña, Bartolomé Beltrán hubiera podido figurar en al menos dos de estas facetas, como médico y comunicador, ensambladas las dos –no hay que olvidar que se hizo primero famoso como el médico de la tele–, donde ha dejado más huella será por su paso al frente de la presidencia del club mallorquinista.

Beltrán forma parte, sin duda, de la historia del Real Mallorca, y espero que este domingo tendrá su merecido homenaje póstumo antes del partido ante la Real Sociedad. El médico madrileño de Campanet, como yo le llamaba cuando quería picarle para que me revelara alguna noticia del Mallorca, que él repartía no siempre equitativamente entre todos los que seguíamos al club bermellón, tuvo el enorme mérito de ser el médico que resucitó el mallorquinismo tras su desembarco en el club de manos de Vitaplanning, esa sociedad en la que él siempre se negaba a confirmar que estaba Antonio Asensio, empresario del grupo Zeta, e interesado en hacerse con los derechos de televisión, que en aquel momento se pusieron a subasta por vez primera para ser emitido por las cadenas privadas recién nacidas.

Amparado en el músculo económico que le daba el empresario periodístico, Beltrán aterrizó en Mallorca para conseguir que el club rojillo, en aquel entonces inquilino del Lluís Sitjar y en la categoría de plata, volviera a ser miembro de esa anhelada Primera División. Su energía arrolladora, y su afán de lograr el objetivo, se llevaron por delante a varios técnicos, incluso alguno cuando todavía había posibilidades de ascenso, como ocurrió con el tándem Víctor Muñoz–Pichi Alonso. No lo consiguió a la primera pero sí a la segunda. Daba igual si había que cambiar a media plantilla y no le importaba sugerir al técnico de turno si algún jugador debía ser titular. Beltrán no fue nunca un presidente que pasara desapercibido, como lo puede ser ahora Andy Kohlberg, él era la primera cara visible, transmitía energía a todas horas. A todo el mundo intentaba contentar con palabras de elogio. Me sucedió a mí, cuando me presentó a Mijatovic, que estaba en Mallorca con motivo de una concentración de la selección yugoslava de fútbol, diciéndole que yo era el mejor periodista deportivo de la isla.

El doctor Beltrán recibió en 1997 el premio Importantes de Diario de Mallorca / Diario de Mallorca

Los tres años que Beltrán estuvo al mando supusieron un antes y un después, apoyado también en la inteligente decisión de mantener a Alemany y Bonet. Fueron el inicio de la época más larga del Mallorca en Primera, 16 años consecutivos. Tras el ascenso, se logró terminar la Liga en quinta posición y se alcanzó una final de la Copa del Rey en Valencia, que se perdió injustamente en los penaltis ante el otrora todopoderoso Barcelona de Van Gaal. El campaneter fue quien nos trajo a un desconocido Héctor Cúper, que aterrizó en Palma con otros nombres que marcaron una época como Roa, Mena o el ‘Caño’ Ibagaza y que supo convertir en futbolistas que han dejado su sello en la Liga como Valerón, Engonga, Iván Campo, Romero, Marcelino y otros.

Beltrán fue quien reexpandió el mallorquinismo, revitalizando el mundo de las peñas, ideando la puesta en marcha de autocares para que los aficionados, desde todos los puntos de la isla, acudieran a ver a su querido mallorqueta. En las escuelas, la camiseta del Mallorca volvió a competir con las del Real Madrid y Barcelona en las preferencias de los niños. Y suya fue, con motivo de la final de Valencia, la primera gran movilización de la masa de seguidores. Para ello contó con la connivencia de los políticos de la época, sabedores de que no apoyar al club rojillo tenía un alto coste. Matas y Munar, o lo que es lo mismo, el Govern y el Consell, competían para ser la administración que más apoyaba al Mallorca.

Los celos despertados por su exceso de protagonismo, por encima incluso de quien arriesgaba su dinero, como era ese Antonio Asensio que acabó siendo no solo presidente sino el forofo número 1 del Mallorca, o bien ese «espiral de gastos inasumible», como lo definió un excompañero de directiva, le costó el tener que renunciar a una presidencia que marcó un antes y un después. Descansa en paz, amigo Tomeu.