Corría 1910 cuando Bernardo Cañizares, un vitivinicultor nacido en tierras conquenses, empezó a labrar la tierra y cultivar la vid sin imaginar que su apellido quedaría ligado para siempre al mundo del vino. Aún reinaba Alfonso XIII, pero él, ajeno a los vaivenes capitalinos, levantó una bodega para producir sus propios caldos, tal y como hacían muchos de los vecinos de Las Mesas (Cuenca). Hoy, tanto su bisnieto, Rafael, como sus tataranietos, Sofía y Adrián, son los que están detrás de unas bodegas llamadas Volver, en honor a aquel legado que inició don Bernardo.
Estas bodegas, como explica a EL ESPAÑOL Rafael Cañizares (Las Mesas, 1967), es la que está detrás del vino Tarima Hill 2020, que ha sido elegido como el octavo mejor vino del mundo en 2023 –en su relación calidad-precio– por la prestigiosa revista estadounidense Wine Spectator. Además, este vino alicantino, que tiene un precio de 15,75 euros, es el mejor de España al ser el único caldo patrio que se ha colado en el ranking de los 10 mejores del planeta, según el medio especializado.
Han tenido que pasar hasta cuatro generaciones de la familia Cañizares hasta lograr la excelencia. Hasta colocar un vino hecho bajo la firma de estos viticultores entre los mejores del mundo. Algo que Bernardo Cañizares nunca hubiese imaginado hace más de un siglo. En aquel entonces, el hombre tenía una pequeña bodega y algunas hectáreas con uva. Y no mucho más. Años después, el negocio vitivinícola pasaría a manos de la segunda generación encabezada por su yerno, José María Cañizares, y su hija, María Cañizares.
Pero “cuando estalló la Guerra Civil, mi abuelo cerró la bodega, pero nunca dejó los viñedos”, explica a este diario Rafael Cañizares. Precisamente fue el abuelo de Rafael el que seguiría cuidando los viñedos de su suegro durante los años de posguerra, pero destinaba toda la uva a la cooperativa de Las Mesas (Cuenca) y no producía su propio vino. Aquella pata del negocio familiar había quedado en el olvido; había quedado empolvada durante los duros años 40.
José María Cañizares y su mujer, María Cañizares, tuvieron un hijo: José María Cañizares Cañizares. Ya era la tercera generación de la familia que se dedicaba al mundo del vino. Este hombre hoy tiene 83 años y es la viva imagen de toda una vida dedicada a la tierra y a la vitivinicultura. “Mi padre aún coge el tractor y dice que se va a preparar las tierras y aún pasea por los viñedos. Sigue controlándolo todo y aún me da tirones de orejas”, ríe Rafael, el enólogo al mando de las Bodegas Volver. “Me da miedo que salga al campo, porque es mayor, pero sigue siendo su pasión”, se sincera el vitivinicultor.
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La vuelta a la bodega
Desde los tiempos del abuelo de Rafael, los Cañizares habían dejado de producir vino, pues las uvas cultivadas iban a parar a la cooperativa de Las Mesas. Así creció Rafael Cañizares, viendo cómo su abuelo y luego su padre, también llamado José María Cañizares, dedicaban sus vidas a las vides y a la producción de uva tipo Tempranillo, autóctona de Castilla-La Mancha. Por supuesto, desde su más tierna infancia, Rafael les ayudaba y aprendería “sin querer” el negocio familiar.
“Es curioso como en las bodegas con tradición familiar el vino se lleva en la sangre. Desde que naces es lo que ves cada día y aprendes sin saberlo, como si los poros de tu piel chuparan toda esa cultura”, esgrime Rafael Cañizares, echando la vista hacia atrás. No por nada, con tan sólo ocho añitos, el bodeguero dio sus primeros pasos en el mundo vinícola.
“Colaboraba entonces con el hilo del tractor y también ayudaba a vendimiar”, recuerda el hombre. Eran otros tiempos, durante los años 70, donde era común que los niños ayudaran a sus familias en las labores del campo. Y, cuando tenía 12 años, pasó algo insólito que marcaría para siempre el devenir de Rafael.
Ocurrió que un día acudió a la cooperativa de Las Mesas un enólogo que enseñó a los allí presentes a catar bien un vino. “Yo estaba en octavo de EGB cuando participé en mi primera cata. El enólogo nos enseñó cómo oler un vino, cómo saborearlo… Era común que los chiquillos de la época lo probáramos siendo pequeños, pues nuestras familias siempre se habían dedicado al mundo del vino”, cuenta Rafael Cañizares.
Sin saberlo, aquel episodio de su vida sería una suerte de semilla que germinaría años después. Estando en el Ciclo de Formación Agraria, con unos 14 años, un maestro le dijo: “Rafael, vienes de una familia de viticultores. ¿No te has planteado ser enólogo?” Aquellas palabras retumbaron en la cabeza del joven que, a la postre, acabaría estudiando otro Ciclo de Técnico Especializado en Vitivinicultura. Lo terminaría en 1988 en Tomelloso (Ciudad Real).
Entretanto, su padre y su abuelo seguían trabajando sus tierras – “Ten en cuenta que la generaciones se solapan en el mundo de la agricultura”, dice–, mientras que él se fue un año a hacer la mili a Segovia. Pero al volver empezó a trabajar como enólogo en diversas bodegas de La Mancha. Se estaba gestando el momento en que los Cañizares ya no sólo seguirían produciendo uvas, sino que volverían a hacer vino. Sería el propio Rafael el que lideraría tal proyecto con un socio.
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Bodegas, vino y familia
Era 2004 y a Rafael Cañizares, después de dedicar toda una vida a la enología, le apetecía producir por su cuenta. Se juntó con un socio que estuvo en las Bodegas Volver “hasta que se jubiló hace siete años”. Y así fundó las bodegas, que reciben ese nombre porque era como “volver a empezar”. Era “volver a los orígenes” de la familia Cañizares; era volver no sólo a producir uva, sino también vino, como lo hacía su bisabuelo hace un siglo.
Éstas, no obstante, estaban situadas en Castilla-La Mancha, hasta que en 2011 decidió abrir otras en Alicante. ¿Por qué allí? “Porque siempre hemos cultivado uvas autóctonas de cada zona y en La Mancha producimos Tempranillo. Pero luego me interesé por otra variedad, la Monastrell, y donde se producía era en el Levante”, explica Rafael Cañizares. La uva, de esta forma, sería la que le llevaría a Alicante.
Actualmente, Rafael Cañizares tiene 140 hectáreas en Cuenca y otras 140 en Alicante. Cada uno de los terrenos produce las uvas de la zona, de la tierra. Y, precisamente, de las Monastrell es de las que emana el vino monovarietal Tarima Hill 2020, nombrado por la revista Wine Spectator como el mejor español en la categoría de calidad-precio. Sus notas tostadas, ahumadas y especiadas, que proceden de una estancia de 15 meses en barrica de roble francés y seis en botella, han sido causantes de este éxito. Entre otros muchos atributos, claro.
Pero, evidentemente, el trabajo de Rafael Cañizares ha sido vital. Ahora, sus hijos, Sofía y Adrián Cañizares, de 24 y 22 años, respectivamente, son la quinta generación de la familia y, al menos, Sofía ya es enóloga “y trabaja en Londres para que ella misma aprenda por su cuenta todo lo relativo a la viticultura”, explica su padre. Adrián, su hermano, estudia Marketing y Publicidad, unos estudios que fácilmente también se podrían ligar al mundo del vino.
Pregunta.– ¿Le gustaría que sus hijos, la quinta generación de la familia Cañizares, siguieran con el legado centenario de su familia en el mundo del vino?
Respuesta.– Me haría ilusión, pero primero que se formen por su cuenta y, algún día, me gustaría que me dijeran “padre, nos toca a nosotros y es el momento de que te jubiles”. Aunque claro, como te conté, uno nunca se retira del todo. Es una forma de vivir y por ejemplo mi padre, a sus 83 años, sigue pendiente de los viñedos y la bodega.
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