“Nunca he sido tan pesimista como ahora”, asegura Maxim Ósipov (Moscú, 1963). Tras toda una vida de atención y cuidado a los demás -es médico cardiólogo- en un pequeño pueblecito a 130 kilómetros de Moscú, alejado de las intrigas y decisiones políticas -o así lo parecía-, donde escribía pequeños y delicados relatos que le han aupado a la consideración de ser el mejor cuentista actual de la lengua rusa, tuvo que huir en la estampida que supuso para los ciudadanos rusos de bien la invasión de Ucrania. Esa guerra que se está eternizando y que le llevó al exilio.
Pocos días antes del 24 de febrero de 2022, cuando se puso en marcha la mayor ofensiva en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial, Ósipov había viajado a Barcelona con los peores presagios a presentar la colección de relatos que le había dado fama internacional, ‘Piedra, papel, tijera’ y regresa de nuevo dos años después, cuando tantas cosas han cambiado para el mundo y para él. Lo hace con ‘Kilómetro 101’ (Libros del Asteroide), cuentos seleccionados por su editor en España, Luis Solano, que muestran su ojo certero para los pequeños detalles, su pulso compasivo para el retrato de las gentes sencillas a quienes trata gracias a su profesión.
Adiós al pasado
Mucho ha quedado atrás en Tarusa, la población donde su bisabuelo, también médico, se instaló tras salir del gulag obligado por una ley estalinista a vivir a más de 101 kilómetros de Moscú, o de cualquier otra gran ciudad, tras haber sido injustamente acusado de la oscura muerte de Maxim Gorki y del hijo de este. Allí vivía Ósipov. “He perdido el que fue mi hogar durante veintitantos años. La casa que yo construí y de la que me conozco todos los rincones. Las flores del jardín. Dónde está situado cada árbol que planté con mi madre. Las tumbas de mis padres y de mi hermana. Y también, naturalmente, he perdido mi trabajo como médico. También quedaron atrás algunos amigos, aunque la mayoría escapó de Rusia como yo. ¿Qué es lo que siento? Una profunda incomprensión, no entiendo qué le ha pasado a mi vida, a mi país, a todo lo que me rodea”.
Ósipov marchó primero a Berlín, a través de Ereván, en Armenia. En la capital alemana se reúne hoy una nutrida comunidad rusa. La nobel Svetlana Alexiévich vive allí. Luego invitado por la Universidad de Leiden a dar clases de literatura rusa se instaló en Amsterdam hace un año y medio donde dirige ‘La quinta ola’, una revista alimentada por autores rusos de dentro y fuera de sus fronteras y, también, por ucranianos de expresión rusa. “La quinta ola de emigración es la actual y se parece bastante a la primera generada por la revolución rusa. Me parece muy interesante recoger esa pluralidad de opiniones y miradas porque la lengua rusa no pertenece a su gobierno o al estado sino a cualquiera que hable, escriba o sueñe en ruso”.
Aunque su propia biografía familiar estaba marcada por la política, no se había considerado a sí mismo como un escritor político hasta que la guerra le agarró por las solapas. Su oposición a Putin la plasmaba en artículos aparecidos en pequeñas revistas de poca tirada a las que el poder estatal hacía poco caso. “La política está ahora mismo en el centro de los intereses del mundo. Nadie puede decir ‘no me interesa la política’ sin que suene estúpido. ¿Me ha convertido la guerra en un escritor distinto? Probablemente. Desde que me despierto me acompañan las noticias de Ucrania y de Israel y eso quizá me ha cambiado. Igual ya no escribo más. Intento no tomarme a mí mismo muy en serio”.
¿El fin del hombre soviético?
Alexiévich dijo de él que su literatura es el mejor y más implacable diagnóstico de la vida rusa y Ósipov le devuelve el cumplido alabando la radiografía que hizo del ciudadano postsoviético, alguien sojuzgado por el poder que agradece la mano dura. “Es verdad que esa herencia sigue vigente, la propia Alexiévich lo constató aunque titulara su libro el fin del hombre soviético, pero en muchos sentidos la Rusia actual se parece más a la Alemania nazi que a la soviética de Stalin. El culto a la personalidad del líder siempre ha dominado la política rusa, pero no hasta el punto en el que nos encontramos ahora”. Es por eso, elucubra, que la desaparición de un líder como Putin podría llegar a cambiar las cosas. “Espero que Occidente encuentre la manera de establecer una solución, no solo para librarnos de Putin sino para detener la guerra”.
Una guerra, asegura, que subrepticiamente está dejando de ser local para convertirse en global. “Occidente debería ayudar a Ucrania tanto como pueda. Es una forma de oponerse a ese eje del mal que se va fortaleciendo formado por Rusia, China, Irán, Hamás y Corea del Norte. El peligro es pensar que se trata de conflictos separados e independientes.. Se trata de un gran conflicto en el que importa que Ucrania e Israel prevalezcan. Así que podría decirse que estamos entrando en una tercera guerra mundial y todavía no nos hemos enterado”. Lo dicho, Ósipov es muy pesimista.