Que los españoles somos gente que enterramos muy bien ya lo dijo Alfredo Pérez Rubalcaba y se pone de manifiesto cada vez que hay un fallecimiento, sobre todo si el difunto es un personaje público. No falla. Ni un reproche ni siquiera un recuerdo levemente opaco. Todo son alabanzas, palabras de entronización, como si la muerte nos hiciera buenos de manera automática. Y no necesariamente.
Hay personas, sin embargo, que no necesitan fallecer para que se hable bien de ellas, para no concitar ni una palabra negativa en sus perfiles, pese a acumular una larga trayectoria política, donde ya sabemos que las puñaladas se estilan más que los halagos. Así que, imaginen esas personas cuando nos dejan… Es el caso, entre pocos, de Miguel Valor Peidró (Alcoy 1945-Alicante 2024), exalcalde de la capital alicantina (PP), entre otros muchos cargos políticos, como vicepresidente de la Diputación.
Su adiós ha servido para poner en valor su perfil, años después de su forzada retirada de la política activa. Se habló de un hombre de consenso, de que huía de la crispación. De una buena persona, un buen compañero y un gran político. De haberse ganado el respeto y mantenerlo en el día a día. De un representante por excelencia de esa vieja política que siempre se llama a rescatar. De un «ejemplo» del que tomar buena nota.
Aunque muchos podrían ser los padres de estas palabras en forma de reseña, ese glosario tiene un autor: el alcalde de Alicante, Luis Barcala. Ojalá que sea así, como dice. Ojalá que esos deseos no sean efímeros. Y ojalá que no solo se los apropie el regidor popular, que también, sino otros tantos políticos, a todos los niveles. Ganaríamos, y no poco, si el espíritu de Valor se quedase entre nosotros por los siglos. Nos haría mejores a todos.