Pocas veces a la víctima de un asesinato le afloran tantas aristas negativas tras su muerte. En el caso del canónigo de la catedral de Valencia asfixiado el pasado 22 de enero en el piso de la calle Avellanas de Valencia donde vivía por cuenta del Arzobispado, presuntamente a manos de uno de esos hombres sin hogar y sin recursos a quienes llevaba a casa a cambio de sexo, es difícil encontrar testimonios que no afeen su forma de comportarse.