La noche electoral del 14 de febrero de 2021 solo hubo una lectura posible: Salvador Illa (PSC) ganó las elecciones, pero Pere Aragonès (ERC) era el único que tenía la llave para ser presidente de la Generalitat. El motivo es que el bloque independentista sumaba 74 diputados ante los 61 que tenía el bloque no independentista y este resultado no admitía dudas. Tres años después, el escenario catalán ha dado un vuelco hasta romper por completo la dinámica de bloques que se forjó con el ‘procés’. La mayoría independentista del Parlament ya no existe y ERC y Junts han levanto el veto al PSC. Los posconvergentes incluso han admitido contactos con el PP. Estos son los cinco grandes síntomas que cómo ha cambiado el panorama político.
La primera gran grieta en la dinámica de bloques llegó en otoño de 2022. El Govern de coalición entre ERC y Junts se rompió y los republicanos, para aprobar los presupuestos, tuvieron que mirar hacia el PSC. El 1 de febrero de 2023, republicanos y socialistas firmaron su pacto presupuestario, el primero en 13 años entre estos dos partidos. Como siempre en política, esto fue posible porque todo el mundo logró algo a cambio: Aragonès, salvar la legislatura de unas elecciones anticipadas; y el PSC, salir en la foto como un partido responsable y centrado en su intento de regresar a la Generalitat. «Hemos ido haciendo los acuerdos posibles, pese a la inestabilidad y los cambios», defiende una voz republicana autorizada. Y se prevé que la alianza con PSC y Comuns se reedite para las cuentas de este 2024.
Municipios y Diputaciones
El acuerdo por las cuentas fue solo el aperitivo de lo que ocurriría unos meses más tarde en las elecciones municipales. Aquí, el veto del independentismo a los socialistas quedó definitivamente levantado. Junts presentó un candidato en Barcelona, Xavier Trias, que se disparaba en las encuestas contemplando pactos con el PSC, mientras que ERC acabaría gobernando con los socialistas en tres de las cuatro diputaciones: Barcelona, Lleida y Tarragona. Cabe recordar que antes, la barcelonesa, estaba pilotaba por los posconvergentes y los socialistas. Lejos quedaba aquel día de la campaña electoral de tan solo dos años antes en que ERC y Junts dejaron firmado por escrito -también la CUP y el PDECat– que no habría pactos con el PSC.
Amnistía
Si algo ha acabado por romper definitivamente la dinámica de los bloques ha sido la negociación de la amnistía. Pese a que Junts aseguró que en ningún caso harían presidente a Pedro Sánchez –Carles Puigdemont dijo que no pagaría «por adelantado a un tío a quien no comprarías ni un coche de segunda mano«-, terminó votando la investidura a cambio de la ley para exonerar las causas judiciales del ‘procés’. Los posconvergentes ya no solo habían levantado el veto a los socialistas en Catalunya, sino que hasta votaban investiduras de candidatos socialistas. De nuevo, todo el mundo obtenía algo a cambio: el PSOE, la Moncloa; Junts, una rendija para conseguir el regreso de Puigdemont y la capacidad de mando en el Congreso por la dependencia del PSOE.
Contactos Junts-PP
Pero el cambio de esquema no solo ha vuelto a sentar en una mesa el independentismo con el PSOE, sino que también ha recuperado los contactos de Junts con el PP. Este es, posiblemente, el mayor ejercicio de ‘realpolitik’ de todos: los posconvergentes dialogando con el partido de la ‘operación Cataluña’ y de las cargas policiales del 1-O, con Mariano Rajoy al frente en ese entonces. Otra vez, porque la necesidad apretaba. Los populares, para conseguir a la desesperada hacer presidente a Feijóo. El partido de Puigdemont, decisivo en Madrid, para tantear si la opción del PP les daba mejor resultado. Esa negociación, que no llegó a ninguna parte, quedó fuera del radar de la opinión pública, pero Puigdemont dio a entender hace unos días que las concesiones populares eran jugosas. «Todo se sabrá», prometió el expresident.
Un ciclo que se consolida
Si hubiera que apostar hacia dónde evolucionará el escenario actual, todos los indicios apuntan que la ruptura de bloques es definitiva o, como mínimo, irrecuperable a corto plazo. Los ejemplos son variados: el PSC y ERC negocian un pacto estable en el Ayuntamiento de Barcelona y también los nuevos presupuestos de la Generalitat. Junts no tiene inconveniente en hacer la pinza con los socialistas cuando se trata de proyectos compartidos -la ampliación del aeropuerto, el Hard Rock o la carretera B-40– y el PP de Feijóo ya habla de «reconciliación» con Catalunya para abrirse a nuevos aliados en el Congreso que le permitan pensar que algún día podrá hacerse con la Moncloa.
Si mañana hubiera elecciones en Catalunya y el resultado fuera el mismo que hace tres años, la lectura sería mucho más compleja. Illa podría contar con la posibilidad de ser presidente y no sería tan evidente que cualquier posibilidad de formar Govern pasaría por Aragonès.