Un aula vacía. / EP

La chavalada es permeable a muchas cosas menos a que la adoctrinen en el instituto sobre asuntos como Puigdemont y la amnistía —en general­—, la Agenda 2030, el feminismo, el aborto, la madalena de Proust y el ‘Ulises’ de Joyce. Cualquier intento de aleccionamiento ideológico o de lo que acontece en tres días a Leopoldo Bloom y Stephen Dedalus activa ese momento en que el estudiante se debate entre practicar el arte abstracto en un folio o sacar el móvil a hurtadillas. No digamos si el profesorado pretende ‘adoctrinar’ en matemáticas y en comprensión lectora. No lo digo yo, lo dice el Informe Pisa. Políticos de uno u otro ámbito acostumbran a dar la matraca con eso del adoctrinamiento en las aulas de la enseñanza pública. Adoctrinar, dice. Qué más quisieran.