Al Barça le han hecho 33 goles en la Liga. Son los mismos que ha encajado el Cádiz, tercero por la cola. Tres de esos 33, llevaron el domingo la firma del segundo por abajo, el Granada, cuyo balance fuera de casa es de risa: 2 puntos de 36. Defensivamente, son datos casi de descenso, insostenibles para cualquier equipo que pretenda aspirar ya no a ganar títulos, sinó simplemente a competirlos. En la vida, todo se puede explicar pero Xavi es el primero en admitir que esto es indefendible y casi imposible de justificar.
O arregla el agujero que tiene en su área- que tiene matices tanto individuales como colectivos – o se van a complicar los dos objetivos que Laporta subrayó ante la plantilla tras anunciar el míster que lo dejaba en junio: meterse en Champions y eliminar al Nápoles en octavos. Las disfunciones no sólo viven atrás. Tampoco existe continuidad con balón, en el dominio del juego – anteayer el Granada tuvo momentos de control – ni en la presión alta, muy deficiente durante la temporada, ni a la clase media le perturba que un imberbe tire del carro. En el ejercicio de incomodar cerca del área rival, el grupo ha perdido el hambre y la agresividad, intangibles que cuelgan de la voluntad, no de la calidad. Ese compromiso jaleado por Xavi hace un año en el Villamarín se ha disuelto y no es nada fácil entender el por qué.
Para mí, Xavi debe terminar el año pero nadie lo garantiza, porque la inestabilidad estructural del club es muy superior a cualquier problema deportivo que pueda haber. Hay ruido, caos, nunca sabes cúal va ser el próximo marrón y el foco vuelve a estar en el entrenador. ¿Cómo arreglar así los asuntos del juego que no han funcionado hasta ahora? Cada vez más difícil.